Powered By Blogger

miércoles, 31 de marzo de 2010

EL TRIANGULO DE LAS BERMUDAS (2a parte)


Continuación...

Algunos meses después durante otro vuelo se acerca un joven en sus veintes y me dice en inglés, – Desde mi apartamento pude ver como subía su planeador. ¡Es fabuloso verlo como vuela! Como me gustaría volar uno de estos. – Le dije que intentara volarlo un poco. Le pasé el control y creyó que estaba bromeando. – ¿Me deja volarlo? – – Yo le ayudo. – le dije. Tomó el control y con los ojos fijos en el planeador parecía que hubiese dejado de respirar.

Unos veinte minutos después tomé yo el control para iniciar la aproximación a la playa donde no había gente para aterrizarlo. Mi nuevo amigo se puso tan contento como si lo hubiese aterrizado él.

Se presentó. – Me llamo Anthony y me gustaría que me diera información para conseguir un planeador como este y aprender a volarlo. –, – ¡Claro que si! – Le respondí.

Le señalé en un catálogo varios modelos y se decidió por uno con motor eléctrico que le recomendé. Para mi sería también un regalo pues tendría la oportunidad de volar un nuevo tipo de planeador.

Lo ordenó por correo y cuando ya lo tenía en su apartamento le hicimos los ajustes finales para su vuelo inicial. Era un hermoso planeador llamado "Aspire" con forro púrpura transparente.

Ese día fui a la playa con un planeador que no era el mío. Me sentía extraño y nervioso pues iba a dar instrucción en un modelo que nunca había volado antes. Le expliqué las bases teóricas del vuelo en un papel y una vez listo el planeador apuntamos su nariz al viento rumbo al mar, oprimí un botón, su hélice empezó a zumbar, lo lancé y comenzó un ascenso rápido y armonioso.

Volaba más rápido que el Lady y esto me exigía más concentración. Su potente y silencioso motor lo llevó a la altura del edificio en menos de 5 segundos!

Después de estabilizarlo sobre el edificio poco a poco le fui soltando el control a Anthony para que fuera "sintiendo" su planeador.

Hice este dibujo imaginandome como se veria este bello planeador desde arriba.
 
Hicimos lo mismo otros dos días hasta que llegó el momento en que debería aprender a aproximarlo para aterrizarlo en la playa. Esto implicaría mucha práctica. Pensé en ir a un parque para que entrenara los virajes de aproximación pero supuse que en la misma playa un poco más al sur había bastante espacio para practicar. Le repetí las reglas. – "No se acerque mucho al edificio o a las casas pues no queremos ver a un viejito llamando a la policía diciéndoles que afuera hay un avión extraño que los va a atacar. No deje que la nariz del planeador suba mucho o entrará en pérdida. Y por último mucha concentración pues si el planeador pasa atrás de la zona ascendente lo podemos perder para siempre detrás de los edificios." –

Fuimos hasta las playas privadas de Golden Beach y aprovechando que teníamos un viento suave empezamos los ejercicios. Lo despegué, lo puse a volar sobre las palmeras y enseguida le solté el radio a Anthony para que continuara a favor del viento.

Le di una señal para que cortara el motor e iniciara el descenso. Le indiqué cuando hacer el viraje básico y luego el final para aterrizarlo.
Poco a poco fue aprendiendo a aterrizarlo y celebramos cada buen aterrizaje.
Anthony estaba muy contento y yo me estaba divirtiendo cantidades al ver como iba progresando. Me gustaba mucho el contraste de la figura estilizada de este planeador con el fondo azul del cielo y del mar.

Un día, durante una de las prácticas, podía darme cuenta que ya casi no necesitaba que le corrigiera y cometí el error de bajar la "guardia" y de pronto cuando estaba virando a la final dejó la nariz muy alta. El planeador al tratar de recuperarse inició un fuerte viraje hacia una de las casas. Le grité, – ¡Izquierda! – pues sabía que no alcanzaba a tomar el control. El planeador aceleró y desapareció de nuestra vista detrás de un árbol. Salimos corriendo hacia allá como si se tratara del accidente de un ser querido.

Llegamos a la casa y buscamos detrás del árbol pero no lo vimos. Calculamos que podría haber caído en el área de la piscina de la casa. Hicimos señas a ver si había alguien en la casa que nos ayudara pero no vimos a nadie. Caminamos por el área del patio trasero y la piscina pero no encontramos nada. Movíamos el control con la esperanza de oír los servos en caso de que estuviera cerca del árbol. Nada. No había rastro del Aspire.

Pensé que tal vez había continuado volando hasta el otro lado de la casa por un estrecho espacio entre las dos casas, pero era casi imposible. Fuimos hasta el otro lado de la casa y contactamos a los dueños para que nos dejaran revisar el frente de la casa. Nada. No había nada al frente tampoco.

Nos mirábamos y nos decíamos que era casi imposible que estuviera lejos de aquel árbol pues lo vimos con nuestros propios ojos por donde cayó y no había nadie más allí que lo pudiese haber cogido. Parecía que por arte de magia se hubiese esfumado.

Les dejamos una tarjeta a los dueños de la casa en caso de que lo encontraran en algún lugar de su casa. No aguantamos la frustración y ya de noche continuamos la búsqueda de nuestro desaparecido planeador inclusive en las casas de los lados.

Ya resignados decidimos regresar a nuestras casas y mientras caminábamos por la playa nos decíamos que la única explicación es que siguió volando ¡Pero en otra dimensión! Un poco con risa y un poco con rabia le dije, – Anthony, siento mucho lo que pasó ¡Pero creo que volamos su planeador en una de las esquinas del triángulo de las Bermudas! –

Anthony no volvió a volar y se dedicó al deporte acuático del Kayak, no he vuelto a saber de él… ¡Espero que no haya estado navegando dentro del dichoso triángulo!

Ahora cada vez que paso caminando con mi hijo o con mi mujer por la playa y paso justo al frente de esta casa, los tomo fuerte de la mano no vaya y sea que se me desaparezcan, como nuestro planeador, en el triángulo de las Bermudas!

martes, 30 de marzo de 2010

EL TRIANGULO DE LAS BERMUDAS


Siempre me había soñado con volar mi planeador de radio control "Lady" en la hermosa playa de Hallandale al norte de Miami pero no había encontrado un buen sitio para hacerlo.

Un día de inicios del nuevo siglo, en la playa mirando los edificios cerca de donde vive mi madre pude observar a los pelícanos deslizándose sobre ellos y dándome de nuevo una clase completa de vuelo sostenido por las corrientes que suben por los edificios.

Hacia el sur continua la playa de Golden Beach donde no hay edificios sino solo casas con playas privadas. Mi mujer me dio la primera sugerencia… - ¿Mi amor porque no vuelas la Lady en esta playa? -

Poco a poco se me fue revelando el sitio apropiado. ¡Claro! Vuelo el planeador sobre los edificios al norte y lo aterrizo al sur donde no hay gente en la playa privada! Acababa de encontrar la respuesta a tantos meses de espera con aquellos frustrantes pequeños vuelos en pequeños parques.

Preparé el "Lady" y lo traje conmigo hasta la playa. Me causaba gracia la cara de interrogante de algunos bañistas que no entendían que raro artefacto llevaba conmigo. Una vez había ensamblado las alas al fuselaje lo tenía listo para encender su pequeño motor de gasolina.

Empecé a sentir mi corazón bombeando adrenalina por mis venas. Otra vez me invadía esa sensación de aventura antes del vuelo.

Esta playa esta en el condado Miami-Dade y el edificio al fondo que uso
para sostenimiento del planeador esta en el condado Broward.

Tendría que usar la potencia de su motor que se encuentra sobre el ala por solo dos minutos que es la capacidad de su pequeño tanque.

Inyecté la gasolina, ajusté el paso de la aguja para el encendido, conecté la batería a la bujía y después de varias vueltas a la hélice por fin escuché el sonido de mosquito característico de estos motorcitos indicándome que los dos minutos empezaban a contar.

Rápidamente hice el chequeo de los controles asegurándome de que el elevador y su timón de dirección se movían bajo mi mando. Lo tomé por la barriga y enseguida lo lancé contra el viento en dirección el océano.

 Me angustiaba la idea de que me fallara el motor y cayera sobre el mar. Tomó poco a poco altura y viré hacia la playa. Me sentía tranquilo al ver como se elevaba. Solo tenía un minuto para entrar en la corriente ascendente del edificio o de lo contrario tendría que iniciar una maniobra de emergencia para aterrizarlo. Viré de nuevo y de forma atrevida lo enfilé directo hacia el edificio. Una vez estuve al frente, para mi sorpresa empecé a ver como subía y subía. Me llené de emoción y empecé a reírme de alegría.

Con varias pasadas logré sobrepasar su borde superior justo cuando escuché morir el motor. Iniciaba el vuelo silencioso con suficiente altura para mantenerme dentro de la banda de sostenimiento que me brindaba aquel coloso de unos veinte pisos de alto.

Levanté mi puño derecho en gesto de victoria y comencé los virajes en S para no salirme del área de levante. Diez minutos después de estar volando sobre el edificio acababa de vencer mi record de vuelo sin tener una ladera de montaña que me ayudara.
Me fascinaba alejarlo del edificio, volar sobre el mar y hacer algunas piruetas para luego acercarlo al edificio y elevarlo otra vez.

Enseguida se me acercó un niño de unos diez años y me preguntó si todavía el planeador estaba usando su motor. Le respondí que ya se había apagado y que estaba sosteniéndose con el viento ascendente solamente. Se quedó un rato boquiabierto con la clásica expresión en Inglés, – ¡Waooo! –Después vimos que un grupo de gaviotas pasó cerca al planeador y el chico me dice, – ¡Maniobre cerca de ellas para asustarlas! – Le respondí que las gaviotas eran mis profesoras de vuelo y merecen tanto respeto como un ser humano. Me miró con cara de desconcierto y volvió a mirar a las gaviotas, pienso yo que con una nueva perspectiva.

Después de un delicioso vuelo de más de media hora fui perdiendo altura sobre el mar donde había menos ascendente. Una vez estaba a la altura de las palmeras sabía que no había regreso y otra vez sentí como subía mi ritmo cardiaco mientras analizaba cada viraje para llevarlo de forma segura a la playa.
Logré una buena final y lo posé suavemente sobre la arena. Alcé los brazos como los jugadores de fútbol cuando han ganado el partido. Fue un vuelo soñado hecho realidad... 

...Continuará.

lunes, 29 de marzo de 2010

MI PRIMER VUELO SOLO


Era el año 1983. Para ayudarme a pagar mi entrenamiento para piloto comercial, empecé a trabajar por primera vez en un almacén Sears al norte de Bogotá y así entraba a un nuevo mundo donde podía ver más en directo que lo que se desea lograr tenía un costo real.

Después de recibir unas quince horas de vuelo y de sufrir un poco por los pagos de las clases logré que me aceptaran para poder hacer mi primer vuelo solo. Jamás olvidaré como poco a poco los nervios y la sensación de susto en mi estómago se apoderaban de mí.

Llegó el día y el instructor en la clase teórica me dijo que primero íbamos a hacer unos despegues y aterrizajes para que así luego lo dejara a él en la pista paralela y pudiera yo continuar con los siguientes yo solo.

La palabra “solo” de pronto tomó un nuevo significado para mí. Me sentí como un niño a punto de perderse en un bosque lleno de animales peligrosos.

Hicimos los despegues y aterrizajes de práctica y cuando pensé que todavía faltaban más me dijo, –Está listo, déjeme aquí en la paralela y continue…ya sabe… ¡No la vaya a cagar! – Pero apenas mi instructor cerró la puerta empecé a “cagarla”.

Pensé que la salida a la pista era la que tenía a mi izquierda y la tomé. Enseguida el controlador de la torre me preguntó que si quería despegar desde esta intersección lo cual era factible. Nunca había escuchado algo así de la torre por lo que creí que era mi autorización para despegar y enseguida aceleré el motor para ingresar a la pista.

Justo en ese momento venía otro avión aterrizando y acto seguido el controlador gritó por la radio: – ¡1689 proceda a hacer sobrepaso inmediatamente! – Yo pensé... “1698”… yo era el 1687 y ¿Que hacia otro avión aterrizando si el controlador me dio el despegue a mi?

Pero la torre acababa de evitar un accidente y enseguida me gritó: – ¡1687 de un ciento ochenta y regrese al inicio de la pista..o…si quiere despegar desde ahí hágalo de inmediato! – Enseguida todo comenzó a aclararse y me di cuenta de la “embarradota” que había cometido.

Por un instante no reaccionaba y enseguida como actuado por un resorte mi mano hundio el acelerador a fondo e inicié mi carrera de despegue. Una vez estaba en el aire empecé a sentir como el corazón quería salirse del pecho del susto que tenía.

 Pero apenas hice mi primer viraje para volver a la pista miré a mi derecha y pude de pronto relajarme al sentir que en efecto estaba solo y que podía hacer lo que quisiera sin el regaño del instructor.

Esto enseguida me calmó y se apoderó de mí una refrescante sensación de poder al saber que el control del avión era solo mío. Esto me calmó y así pude continuar con los siguientes aterrizajes bastante bien.

Una vez paré la práctica salí de la pista y recogí al instructor en el punto donde lo había dejado. Pensé que me iba a matar a gritos por lo que había hecho pero muy calmadamente me dijo: –¿Se dio cuenta de lo que hizo?... Pero en lo demás le fue bien, ¡Felicitaciones por su primer vuelo solo! –

Cuando llegamos a la rampa de la escuela pensé que iban a estar varios amigos rodeando el avión para recibirme y darme el famoso “bautizo” de aceite y patadas pero para mi sorpresa no había nadie. El instructor me dijo que no sabían pues mi vuelo no estaba en el horario.

Luego dos compañeros a los que les conté me invitaron a tomar unas cervezas pero antes uno de ellos me dijo que no me salvaba del corte de cabello. Fue a la oficina por unas tijeras y yo, como si fuera un honor, sin resistirme bajé mi cabeza y dejé que me cortara un buen mechón de pelo lo suficiente como para que el peluquero no tuviera otra opción que raparme completamente.

Me había salvado del bautizo de aceite, pero más adelante el destino me tenía preparado este bautizo de una forma diferente, en otra historia de hangar… más adelante.

En esta foto estoy usando por primera vez mi gorra de aviación que compré en la escuela especialmente para tapar mi “rapada”de mi primer vuelo solo. Para esos entonces era mal visto andar sin pelo, aunque en la escuela era lo contrario pues significaba un estatus más avanzado. También estrenaba esta chaqueta estilo piloto que ayudaba a que mi ego se inflara un poco más. Mi padre Darío a la izquierda con mi madre Rosita y a la derecha una compañera de mi madre de la universidad en una reunión en nuestra casa.

Este es una pequeña placa que yo mismo hice para recordar mi primer vuelo solo. Es del mismo tamaño que se muestra en esta foto. Le puse las alas de la escuela de Aerocentro en el medio. Estas alas las solía lucir en mi saco o chaqueta para impresionar a mis amigos y en especial a las chicas,je,je. Al ver estas alas me llegan aún más recuerdos.

Este es mi famoso 1687. Tuve mucha suerte de encontrar esta foto, pues en los archivos de este sitio de internet solo estaban un par de aviones y justo está mi famoso Piper Cherokee en el que volé solo. Más suerte aun que todavía mantiene el mismo diseño de pintura de esos días pues ya lo cambiaron. . (Cortesía de Juan Bog de Airliners.net)

Otra vista del 1687. Al fondo se puede ver otro Cherokee con el nuevo diseño en su pintura. Este también lo volé durante mi entrenamiento. (Cortesía de Juan Bog de Airliners.net)

domingo, 28 de marzo de 2010

¿DONDE ESTA MIGUEL? (2a parte)


Continuación...

De forma tranquila me dijo, – Listo Carlos, ya me puede soltar –, salté a un lado y pude observar como de un solo paso se remontó rápidamente sobre nosotros como si estuviese montado en un gran ascensor alado. Enseguida tomé el radio y le dije, – Vire ya a su izquierda –, – Perfecto…ahora a su derecha. –

Poco a poco lo iba guiando dentro la zona ascendente y tomaba más y más altura. – ¡Esta haciendo soaring! – (flotando), le gritaba. – ¡Lo esta haciendo perfecto! ¡Se esta manteniendo! ¡UUUJAAA! –

Y aunque no podía hablarme por el radio, pues no tenía micrófono, alcanzábamos a escuchar que gritaba, – ¡Que verraqueeeera! – Una expresión Colombiana de gran logro.

Ximena brincaba como una niña pequeña de la felicidad. Miguelito iba y venía de un lado al otro sobre la ladera de la montaña y yo sabia que ya no tenía mucho que indicarle pues ya el había descubierto el truco para mantenerse en la zona ascendente.

Lo observamos volar por espacio de media hora, más o menos, rodeados de sol y buen viento. Le indiqué que íbamos ya a bajar la montaña y que esperara a que llegáramos al sitio de aterrizaje para que iniciara su descenso.

Recogimos el equipo restante y en cuestión de veinte minutos ya estábamos cerca de la base de la montaña subiéndonos en la camioneta. De vez en cuando le hablaba por el radio recordándole las bases para que no se confiara en exceso y entrara en zonas peligrosas.

Nos dirigimos al área de aterrizaje y nos distrajimos comentando sobre lo contentos que nos sentíamos de ver al Miguelito volar así de alto y por tanto tiempo.

A mitad de camino viré mi cabeza para buscar la pequeña mariposa sobre la montaña pero no vi nada. Fruncí el seño y escudriñe toda la montaña buscándolo otra vez pensando que tal vez se había alejado hacia un lado… Nada. Me corrió un frío por la espalda y pregunté, – ¿Donde esta Miguel?–.

Llamé por el radio, –Miguel, donde está que no lo veo… si puede respóndame–. Pensé enseguida en la dolorosa realidad de que tal vez había perdido el control y se había estrellado contra la montaña, pero pensé que era muy probable que estuviera bien porque el sabia de memoria como aterrizar de emergencia.

Esperé unos segundos y lo llamé de nuevo. Ximena asustada me quitó el radio y con voz angustiada dijo, –Miguel, mi amor, donde estás, responde por favor–.
Le hice una señal a Kike para que se detuviera. – Kike, salga para que nos ayude a buscar a Miguel que no lo vemos. – Pensé que después de caer pudiese soltar el radio del tubo donde estaba atado para contestarnos oprimiendo el botón.

El silencio era aterrador. – ¿Donde carajos esta? – Nos decíamos. – Creo que es mejor que nos devolvamos ya a buscarlo – dijo Kike, – Vamos, vamos – presionó Ximena. El silencio entre nosotros contrastaba fuerte con la alegría de unos minutos atrás.

Mientras que regresábamos me invadía cada vez el miedo de que hubiese caído detrás de la montaña donde lo esperaba un feroz rotor y fuerte turbulencia pues el viento después de subir pasa al otro lado en una desordenada y peligrosa caída.

Llegamos de nuevo a la base de la montaña y no había ni rastros de él. Era como si se lo hubiese tragado el cielo. Nos bajamos del carro y empezamos a gritar fuerte, – ¡Migueeeeeel! Solo nos quedaba irlo a buscar al otro lado. Mientras bajábamos con rumbo al valle de Chía, unos gritábamos buscándolo mientras otro lo llamaba por el radio.

De pronto se escuchó su voz en el radio, – ¡Ya aterricé, estoy bien! – …Nos miramos todos con cara de alivio y le preguntamos, – Aterrizó… ¿Pero donde? –, – Estoy en el potrero donde siempre se aterriza hacia el lado de Chía. – respondió. – ¡Que alivio! – dije.

Avanzamos a toda velocidad como suponiendo que pudiese estar todavía en problemas o tal vez herido. Cuando llegamos al potrero vimos la cometa en perfectas condiciones y Miguel al lado saludándonos como si nada. Simplemente no podíamos creerlo.

La primera pregunta que llegó a mi mente era, como carajos hizo para volar a este lado de la montaña ¡Sin perder el control!
Nos bajamos de la camioneta y Ximenita salió corriendo a abrazarlo, – ¡No sabes el susto que me has dado mi amor! – Sin esperar que le habláramos nos dijo, – No Carlos, lo que pasó es que hice mal un viraje y de pronto me pasé mucho al otro lado. Decidí continuar y sabiendo que me iba a encontrar con el rotor piqué la cometa lo más que pude, bajé bastante rápido e hice la aproximación de emergencia que usted me enseñó a este potrero y todo me salió perfecto pues aterricé en mis dos pies muy suave.–

Quedé con la boca abierta tratando de digerir semejante historia. Me quedé mirándolo y le dije, – Mis respetos Miguel usted es un verraco (marrano valiente en Colombiano) ni los avanzados han podido hacer algo así. –  Lo abracé y lo felicité por su vuelo.

Regresamos y nos detuvimos en el pueblo de Chía para tomarnos un delicioso chocolate caliente con pan y queso. Miguel no paraba de describirnos el paisaje, los virajes, el sonido del viento y todo lo que vivió allá arriba continuando con su aproximación de emergencia.

Era simplemente otro Miguel, que se había ido a otro mundo y había vuelto de el. Estaba simplemente feliz.

Esta historia se la dedico a ese amigo tan especial a quien recuerdo con mucho cariño y no olvido el día que nos pegó tremendo susto… ¡Donde está Miguel!

viernes, 26 de marzo de 2010

¿DONDE ESTA MIGUEL?


Eran mis épocas de instructor de vuelo en cometa o ala delta en el año 1988.

Llegó por fin el día soñado para Miguel uno de mis alumnos. Hoy va a tratar de hacer un vuelo, en el ala delta de nuestro club, sostenido por las corrientes de aire ascendente en la montaña de la ciudad de Chía, donde solo los expertos vuelan, donde por mucho tiempo él veía a los famosos volar, donde podrá romper la barrera del tiempo y en vez de volar siete minutos podrá volar una hora o dos sin más motor que su propio peso.

Ir a esta montaña era casi pretencioso pues sabíamos que el que despegaba de allá sabía muy bien lo que estaba haciendo y el que no, mejor que fuera solo a observar o le esperaba un aparatoso accidente con bastante posibilidad de romperse algo más que la nariz.


Entrega de Insignias y graduación de Miguel.
A la izquierda Cony, mi primera esposa y
 a la derecha yo dándole unas palabras de
motivación y felicitaciones por su logro.

Aunque ya se había graduado del Neusa, en su primer gran vuelo, ahora se atrevía a pisar terreno profesional. Como un jugador de fútbol entrando por primera vez al gran estadio, como un ciclista entrando a la montaña donde solo los mejores del mundo pedalean.

Miguelito fue uno de mis alumnos más motivados y con su perseverancia logró no solo dominar el arte del deporte del vuelo en cometa sino también de enseñarlo más adelante. Sabía que estaba listo y que conocía muy bien la teoría pero aún así sabía también que la primera vez siempre trae la desventaja de la inexperiencia.

No dejé que los pensamientos negativos me dominaran y puse total confianza en mi alumno.
Mientras preparábamos el equipo y hacíamos una lista de chequeo para no olvidar nada pude ver su mirada dejando escapar una expresión diferente a la de otros días, era un sentimiento de alegría mezclado con nerviosismo que mantenía escondido.

Puso especial atención en revisar los dos radios para mantener la vital comunicación conmigo para guiarlo durante su gran primer vuelo en Chía. Nos sentamos unos minutos para repasar la teoría y nos prepararnos mentalmente para cualquier situación de emergencia.

Para este entonces Ximena, su actual esposa con quien ahora tiene dos hermosos niños, era su novia. Al principio, cuando Miguel estaba iniciando sus clases, ella actuaba un poco ajena esperando pacientemente en la sala mientras subíamos el equipo y las cometas sobre la camioneta. Pienso que actuaba así para no ponerse más nerviosa de lo que ya estaba.

Pero ahora parecía otra, no solo se había convertido en la tesorera del club sino que también dirigía todo el proceso como toda una líder. Ese día iba el hermano de Miguel "Kike" y creo que otros dos amigos. Miguel se subió a la camioneta y gritó, – ¡Vaaaamonos! – Era ahora él quien comandaba el grupo y así nos apresuramos a saltar a la parte trasera de la camioneta y salimos rumbo a la aventura.

Aunque anteriormente Miguel había venido a esta montaña varias veces a observarme volar, esta vez lo veía subiendo con más fuerza y le pedía que me esperara. Parecía que tenía prisa por cumplir con su cita aérea.

Llegamos rendidos a la cima pero él no se detuvo a descansar sino que continuó a buen ritmo armando la cometa y a alistar su equipo. Ahora era yo el que venía a quedarme en tierra a verlo volar. Me sentía extraño y emocionado también.

El viento este día estaba invertido y recibíamos el agradable y húmedo viento del valle de Tenjo. El despegue tendría que ser hacia el otro lado, diferente a lo que él había visto, pero la teoría seguía siendo igual.

La idea era la misma, atrapar el viento y mantenerse flotando sobre la montaña…y sería por primera vez. Aunque siempre en esta etapa lo inundaba de instrucciones esta vez me relajé y dejé que él tomara la iniciativa en el proceso de llevar la cometa al sitio indicado donde el viento inflara la vela de forma segura.

Se colocó su arnés, sus guantes, su casco y se dirigió a su aparato volador. Me sentía orgulloso de saber que yo era su instructor. Ya no era un simple alumno, era ya un hombre–cometa.

Lo asistí con los cables delanteros para que el viento no lo elevara prematuramente. Prendió su radio, yo el mío, lo probamos y con el dominio de un experto empezó a darme las ordenes requeridas para ajustar el ángulo de ataque de la nariz de la cometa.

 Enseguida y de forma tranquila me dijo, – Listo Carlos, ya me puede soltar...

...Continuará.

jueves, 25 de marzo de 2010

CLAUDIA



A medida que me adentraba en mi medio aeronáutico empezaba a conocer diferentes personajes que fueron parte de mi historia. Durante las primeras clases teóricas conocí a una hermosa estudiante que me mantenía perturbado no solo por su bella figura sino también por el hecho de que para esos entonces no era tan común ver mujeres pilotos en Colombia. Pronto hice amistad con ella y fue así como conocí a su hermano Carlos Iván, uno de los protagonistas de mi primer libro en las historias del vuelo en cometa o ala delta con quien vivimos muchas aventuras además de que es tremendo músico y me enseñó varios temas en piano.

Ella nunca se animó a volar en estos aparatos y siguió concentrándose en sus clases de vuelo. Claudia pronto me fue dejando claro que no quería nada conmigo excepto nuestra “aérea” amistad, pues ya tenía una vida bastante enredada como para involucrarse ahora. Algo que siempre le agradeceré es que me enseñó a perseverar en el ámbito de estudio y profesional. Ella fue como un “abre ojos” para mi futuro.

Gracias Claudia!

miércoles, 24 de marzo de 2010

ADIÓS AL “KAPITAN” (2a parte)


Continuación...

Nos dedicamos a seguir paso a paso las instrucciones pues sabíamos que este modelo era diseñado por aeromodelistas de un famoso almacén de Bogotá llamado "Aeromodelos Britannia".

Después de armarlo lo forramos, lo pintamos de blanco y lo decoramos. Nuestra experiencia había dado resultado y vimos hecho realidad un hermoso planeador.

Portada comercial de los Aeromodelos Britannia.

Recorte del catalogo de los aeromodelos. A la izquierda abajo el planeador de remolque "Kapitán"

Le hicimos unos vuelos de prueba a baja altura y nos invadía la felicidad de verlo deslizarse con elegancia por el aire, teníamos por fin un verdadero planeador. Ajustamos el balance con unos trozos de plomo dentro de su nariz y decidimos llevarlo a la misma montaña de Chía. Queríamos subir al mismo sitio donde despegaban los "hombres cometa" que eran como astronautas para nosotros. Era nuestro sueño llegar a ser como ellos.

Mientras subíamos la montaña nos encontramos por coincidencia con Guillermo Balcázar un famoso cometista de esa época que subía para volar en su majestuosa cometa. Se detuvo al ver el pequeño planeador y nos preguntó que clase de modelo era y le explicamos que no era radio controlado sino de vuelo libre. Nos deseó suerte y prosiguió su camino hacia la cima cargando al hombro aquellas fascinantes estructuras voladoras. Nos sentíamos orgullosos pues habíamos logrado la atención de uno de los "astronautas" de los cielos de Colombia que pronto se iba a elevar mágicamente sobre nosotros.

Hicimos varios vuelos de corta duración con el Kapitán pues siempre entraba en una curva y caía en los arbustos. Le hacíamos pequeñas reparaciones con cinta donde las ramas "herían su piel". Un día fui con mi padre a volarlo y vimos sorprendidos como después de oscilar entró en un vuelo recto de casi tres minutos y cayó más abajo en la misma montaña. Nos fue imposible rescatarlo debido a la densa vegetación. Ese día no solo viví la angustia de no querer perder el planeador sino también la de poder salir ileso de esa jungla de espesos matorrales.
Decidimos ofrecerles una recompensa a los campesinos del área si encontraban el planeador.

Fuimos al siguiente fin de semana y recibimos la agradable sorpresa de que lo habían encontrado.
Le reparamos sus pequeñas magulladuras y programamos con Ernesto y Edgar su siguiente vuelo. Tratamos de reconstruir el vuelo anterior y le hicimos el reglaje para que lograra un mejor vuelo.

Iniciamos así una nueva aventura. Recuerdo que el día estaba precioso. El viento estaba invertido y venía del oeste donde estaba el valle de Tenjo, un pequeño pueblo al otro lado de la montaña. El paisaje a este lado estaba soleado, majestuoso e inspiraba vuelo de altura. Todo estaba perfecto y lanzamos el Kapitán contra el viento. Enseguida se elevó e inició su majestuoso vuelo hacia el valle. Oscilaba suavemente subiendo y bajando pero hizo algo nuevo, o más bien dejó de hacerlo, no viró hacia la montaña como lo hacía antes y poco a poco empezó a alejarse al mismo tiempo que tomaba altura.

Lanzando el Kapitán. (Dibujo de mi autoría)

Alguno de nosotros dijo, – ¡Se está auto corrigiendo!… ¡Se esta elevando!… ¡Va a seguir derecho!… No lo perdamos de vista. – Su elegante figura lentamente dibujaba varios círculos pero se alejaba aún más hasta que se volvió un punto blanco al fondo del valle…Después de unos siete minutos lo perdimos de vista. – ¡Que vuelazo!… ¡Increíble! – decíamos. Teníamos una mezcla de miedo, tristeza y alegría pues sabíamos que su mejor vuelo también había sido el último.

Nos quedamos unos minutos escudriñando el inmenso valle en espera de algún signo del Kapitán pero solo recibíamos el frío viento en nuestras caras.

Nos dijimos muchas cosas alegres para apagar la tristeza y bajamos la montaña sin nuestro modelo hablando de la historia de sus vuelos anteriores y de futuros proyectos para construir otros modelos.

Y fue así como le dijimos…adiós al Kapitán.


El pastel para inaugurar el club de aeromodelismo CAF 
(Compañía de Aeromodelistas Felices).  De derecha a izquierda:
 Ernesto cargando su perrito, Magda, Edgar, Consuelito y yo.
 Detrás nuestro pequeño taller en la casa de
 Ernesto con la estrella de CAF pintada.

martes, 23 de marzo de 2010

ADIÓS AL “KAPITAN”


Ernesto dijo, –Aquí estoy ya en posición para el rescate–. Edgar dijo, – El viento está de la izquierda, yo creo que va a aterrizar bien. –Yo dije, – ¿Listo Ernesto? ¡No lo pierda de vista! –Pasó cerca de un árbol, casi le pega a un edificio y logró aterrizar de milagro usando su tren de aterrizaje en el pavimento.

No, no fue la emergencia de un avión con sus pasajeros ni una operación de rescate aéreo. Era el fascinante vuelo de un pequeño aeromodelo que lanzamos desde el sexto piso del edificio donde vivía Edgar. Estaba en mis trece años (1974) cuando con mi vecino Ernesto y Edgar vibrábamos con la fiebre del aeromodelismo.

A mis tres años de edad mis padres me trajeron desde Maracaibo Venezuela, donde nací, a la ciudad de Barrancabermeja en Colombia, donde viví hasta los once años. Allá los únicos aeromodelos que conocía eran unos pequeños avioncitos hechos de lámina de balso que volábamos con Aura Janeth la hermana de Edgar. Descubrí lo divertido y fabuloso que era ver ese diminuto modelo volando y haciendo piruetas, obviamente monopolizaba la mayoría de las lanzadas hasta que Aura Janeth se molestó y lo guardó.

Pero fue en Bogotá donde conocí el primer planeador de vuelo libre. Estaba visitando a unos amigos del barrio y uno de ellos, Fernando Vázquez, me habló de un planeador que había volado pero se rompió una de sus alas. No aguanté mi curiosidad y le insistí que me lo dejara ver. Apenas vi el fuselaje y sus alas mi curiosidad aumentó más aún. Le dije, – ¿Fernando, porque no lo arreglamos y lo volamos? – Me dijo,– Es muy complicado pues se la han perdido piezas de balso y ya no tengo tiempo para eso.–

La idea de construir y tener este mismo modelo se volvió un sueño para mí. Pero no sabía ni siquiera como empezar. Le pregunté que hacer para yo mismo construir uno y el un poco molesto me dijo, – Mire Carlos, compre el kit e ingénieselas. –

Esa frase encendió el reto que significaba poder tenerlo algún día y volarlo. Más adelante creamos con Ernesto y Edgar un grupo llamado “CAF “que significa “Corporación de Aeromodelistas Felices” o dependiendo de cómo volara el modelo, “Fracasados”.

Nuestros primeros modelos se llamaron “Los tres mosqueteros”. El primero era un planeador de lámina de balso y los otros dos eran avanzados con hélice y motor de cinta de goma. Este vino a ser nuestro primer curso de aeromodelismo donde nuestros profesores fueron el Athos, el Porthos y el Aramis.

Ernesto me enviaba una señal Morse con su “walkie–talky” para que nos reuniéramos en una pequeña casita en el patio de atrás de su casa para continuar con la construcción del Aramis, el tercer modelo.

Un día Edgar me llamó temprano, – ¡Carlos venga! ¡El papel de seda se templó alrededor del ala después de secarse durante la noche! – Veíamos sorprendidos por primera vez la forma aerodinámica de un ala que de verdad iba a volar. Ya no era un simple juguete, era el mismo diseño del ala de un avión real. La fantasía empezaba a tomar forma.

Hicimos muchos vuelos con estos modelos y aprendimos bastante sobre el reglaje para que pudieran volar más y más lejos.
Continuamos con el siguiente modelo súper secreto “El Cóndor”.
 
Esta es una vieja filmina de un cumpleaños mío donde mi madre
 para mi gran sorpresa me regaló el kit del CONDOR.
 A la izquierda de chaqueta azul esta Fernando Vázquez
 a quien le agradeceré de por vida haberme dado
 la bienvenida al aeromodelismo.
 Después esta Fernando Sampedro, Felipe mi hermano,
 yo, mi primo Rafael y un compañero del colegio.

Tuvimos que construirlo en el garaje de mi casa pues los papas de Ernesto se habían puesto ya bravos con tanta visita. Era un planeador demasiado grande comparado con los otros modelos. Edgar disfrutaba decorándolo y forrándolo y Ernesto ensamblando las partes de balso.

Aquí pude ver como nació en Ernesto su gusto por la arquitectura y en Edgar su gusto por el diseño industrial que fueron las carreras a las que más adelante ellos se dedicaron.

Al finalizar el Cóndor lo llevamos a la ladera de la montaña de Chía acompañados de nuestros amigos Alberto y Roberto Jacobs que se volvieron "socios" de CAF.

Fue todo un ritual la preparación del modelo y estábamos nerviosos por saber como volaría. Lo lanzamos exactamente contra el viento con el ánimo de verlo subir por las alturas, pero para nuestra sorpresa dibujó un semicírculo en picada hacia la tierra, se estrelló y quedaron esparcidos sus pedazos dejándonos la frustración de no verlo volar.

Nos embargaba el interrogante de porqué se había desplomado de esa forma. Estudiamos la teoría y los planos del Cóndor y como detectives descubrimos la causa de tan repentina "muerte".
El plano de este modelo no mostraba ningún ángulo de incidencia entre el ala y el estabilizador y parecía que quien lo había diseñado solo lo pensó como un adorno.

No nos dimos por vencidos y siguiendo esa sed de ver alguno de nuestros modelos remontarse en las alturas, decidimos seguir con el modelo que siempre soñé tener, aquel que Fernando no quiso arreglar ni volar, este modelo se llamaba "El Kapitán".

... Continuará.

lunes, 22 de marzo de 2010

TOCANDO A LAS PUERTAS DEL AIRE

CAPITULO II
ESCUELA AEROCENTRO

                TOCANDO A LAS PUERTAS DEL AIRE


Estaba en mis 22 años, por el año 1983, cuando fui por fin a las oficinas de la escuela de vuelo Aerocentro, que se encontraban en la ciudad de Bogotá, para averiguar sobre el proceso para matricularme como estudiante de piloto de helicóptero. Parecía que era el vuelo de helicóptero el que me podría abrir las puertas de la aviación.

Pero al llegar y entrevistarme con el director, don Carlos Nivia, para sorpresa mía me informó que el helicóptero de instrucción se había accidentado y que por ahora solo me podía ofrecer iniciarme en aviones convencionales de entrenamiento. Me emocioné aún más pues mi sueño real estaba con los aviones más que con los helicópteros.

Cuando empecé mi primera clase sentía como si hubiese viajado a través del tiempo o a otro país. No podía creerlo! En ves de estar presenciando aburridas clases, como en la universidad, solo escuchaba temas sobre aviones y aeronáutica. Estaba por fin en mi mundo.

La diferencia pronto se empezó a notar cuando empezaba a sacar las mejores calificaciones del curso.
Veía que los estudiantes de cursos más avanzados estaban todos “rapados” o completamente peluqueados. Supe entonces que al hacer su primer vuelo solo, o sea sin instructor, los compañeros los recibían en tierra con tremenda fiesta que incluía la rapada con tijeras, una tanda de patadas con manotazos y el famoso baño de aceite usado de avión.

La diversión era máxima y recuerdo que nos reíamos hasta quedarnos sin aire viendo al pobre nuevo piloto correr como loco por todas partes sin ropa, bañado en aceite y rapado como un loquito. Luego que se bañaba y se vestía íbamos a la fiesta que ya tenía preparada con bastante comida, música y cerveza.

Después de un par de meses de estudio teórico llegó por fin el día de mi primera clase de vuelo. Afortunadamente el instructor me llevó directamente a volar pensando que yo ya tenía algo de experiencia previa. Fue un día inolvidable.

Recuerdo que un día en una clase hice una pregunta que el instructor no entendió y uno de mis compañeros me bautizó “el loco Lucas” y así nace mi primer apodo de “capitán Lucas”.
Creo que a partir de estas clases empezó una nueva fase de diversión y de compartir con aquellos que también amaban la aviación.

Claro que pronto descubrí que no todos eran tan afiebrados y simplemente estaban ahí para cumplir con los deseos de sus padres o por buscar rápidamente el espejismo del dinero fácil con el narcotráfico.

Por las mañanas teníamos que llegar de madrugada para lograr el turno más conveniente del siguiente día y los que no teníamos carro debíamos tomar un bus intermunicipal que nos dejara en la entrada a la carretera que nos llevaba al aeropuerto Guaymaral.

De ahí echábamos “dedo” o pedíamos transporte a otros pilotos o personal que nos quisiera llevar hasta el aeropuerto. Ahí descubrí como algunos pilotos rápidamente se enriquecían con los “narco vuelos” al verlos de pronto pasar en carros o motos lujosas.

Y asi dia a dia cumplía mi sueño de asistir a una escuela de vuelo.


domingo, 21 de marzo de 2010

ECLIPSE DE LUNA


Aquella tarde de Julio 5 de 1982 sabíamos que la luna iba a estar iluminando la noche y la sed casi "vampiresca" de vuelo nocturno en cometa (Alas delta) se apoderaba de nosotros. Pero la sombra de la tierra iba a interrumpir su brillo por espacio de una hora y media aproximadamente antes de la media noche.

Edgar me llamó por teléfono para que nos reuniéramos donde Gabriel y así buscar la forma de poder ir a volar esa noche. La sola idea de volar bajo la luna llena me invadía de emoción. Todo olía a aventura y en efecto se venía una.
Parecía que la suerte se esfumaba pues no conseguíamos a nadie con carro por ningún lado. Decidimos cancelar los planes y así dejar ir esta oportunidad.

De pronto un amigo de Gabriel le pregunta si sabía de un buen sitio para tomar fotografías profesionales al eclipse lunar de esa noche. Se nos alumbraron los ojos a todos y Gabriel le dice: – ¡Nosotros le tenemos el sitio ideal! …Es arriba en una montaña que conocemos muy bien… ¡Es perfecta para las fotos por su visibilidad! –.

El amigo se asombró y llamó a su grupo de aficionados de los astros para organizar el viaje, pero Gabriel añade: – Solo le pedimos un favor y es de que nos dejen llevar unas cometas en el carro de ustedes. – El creyó que se trataban de cometas haladas por cuerda y nos dice, – ¿Van a volar cometa por la noche? – Obviamente cuando nos vio sacando las cometas del garaje la sorpresa de nuestro amigo fue doble. – ¿Ustedes vuelan en cometa humana?

– Por fin aceptaron llevarnos e iniciamos camino hacia la legendaria montaña de Chía, el pueblo que significa luna en el lenguaje Chibcha. Era un gracioso revoltijo de equipos de fotografía y de vuelo.
Llegamos y después de media hora de fuerte subida empezamos a ensamblar nuestros aparatos voladores entre trípodes y cámaras especiales para registrar el evento nocturno. La emoción de saber que se acercaba el vuelo me hacía sentir una presión en el estómago.

No había viento y esto creaba un ambiente de nerviosismo pues significaba que el piloto que no corriera lo suficiente lo esperaba un aparatoso accidente monte abajo.

Gabriel decidió salir primero. Se preparó y empezó a correr. Desde sus primeros pasos sabía que algo andaba mal. La nariz de su cometa iba muy alta y así no podría despegar. Alcanzó a elevarse unos centímetros y enseguida se desplomó sobre la vegetación dando una vuelta completa. Afortunadamente las únicas heridas graves las sufrió su ego.

El rescate de Gabriel nos tomó un buen tiempo y nos acercamos a un momento peligroso. La luz de la luna empezaba a disminuir pues se iniciaba la primera fase de la eclipse.

Hubo un momento de caos pues los cometistas querían despegar y los astrónomos buscaban su mejor posición para las fotos.

Me atreví a ser el siguiente en despegar pues desde que estaba en la escuela de entrenamiento me dediqué a aprender el delicado arte del despegue sin viento, o como decimos, con cero viento.
Nivelé mis alas, caminé en reverso hasta el límite del área de despegue. Me concentré, bajé la nariz de la cometa, me lancé en una enérgica carrera, me dejé caer, recogí mis pies y rozando algunos matorrales logré mi velocidad y ¡A volar!

Me sobrecogió la dicha de por fin estar volando sobre un paisaje azul parecido al de los dibujos animados de los cuentos de hadas y dragones. Pero en este nocturno la luna nos dejó sin luz muy pronto y me era difícil distinguir los detalles en el paisaje.

 Al no haber viento para sostenerme decidí ir directo hacia el área de aterrizaje. Me fascinaba sentir el aire tan calmado. Era como deslizarse en un medio perfecto. El viento cantaba en un solo tono y creaba un efecto hipnótico y sumado con el cansancio de estar volando ya a la media noche sentía que me adormecía.

Pero la realidad me despertó súbitamente al darme cuenta que no veía casi nada delante mío. Poco a poco logré ver la silueta de la zona de aterrizaje y los árboles que la delimitaban. Inicié mi aproximación e incrementé la velocidad al llegar al viraje final. Podía ver muy poco ya que la luna estaba casi completamente eclipsada.

De pronto un escalofrío me invade todo el cuerpo. Delante mío y a solo unos metros para aterrizar aparecieron varias sombras…– ¡Vacas! –. Solo tenía unos segundos para reaccionar. No podía ya virar y sabia lo duro que sería estrellarme con una de ellas. Instintivamente grité con todo mi aire, – ¡Quiteeenseeee!! –.


El grupo de espantadas señoras se dividió rápidamente en dos, pero una de ellas se quedó en la mitad confundida mirando de lado a lado. Yo apreté los dientes y me dije, – ¡Nos dimos! – En el último momento y arrojando tierra se lanzó a un lado y nos cruzamos por centímetros. Empujé la barra y aterricé sin problema corriendo un poco.

Exhalé fuerte en alivio al ver que me había salvado de tremendo estrellón con mi amiga semoviente. El silencio me rodeó al igual que el cansancio. Decidí descolgarme y recostarme sobre la fría hierba, debajo de la cometa y dormir un poco.

Buscaba en la oscuridad a mis otros amigos pilotos y con una linterna trataba de indicarles el camino al sitio de aterrizaje pero no me veían, de pronto empecé a sentir un fuerte sonido como si todo se estuviese desgarrando. Brinqué del piso y asusté a las curiosas vacas que habían hecho un círculo alrededor mío. Me di cuenta que me había empezado a dormir y estaba soñando. Aquel extraño ruido provenía de sus lenguas lamiendo la vela de la cometa y esto me puso a reírme un rato.

Caminé al lado del ala para poder ver la luna. Que sorpresa. Estaba completamente roja. Parecía un durazno flotando en el cielo nocturno reflejando el atardecer terrestre. Eran las tres de la madrugada y enseguida aterrizaron mis amigos que habían decidido posponer al máximo el despegue en espera de algo de viento.

Cansados y dormitando regresamos entre trípodes, arneses y cámaras a nuestros hogares llevando un hermoso recuerdo de aquella noche y su…Eclipse de luna.


sábado, 20 de marzo de 2010

VUELO EN AEROTAL



Cuando me iniciaba en la Universidad en Bogotá, a finales de los 70, vino otro milagro de forma inesperada.

Una noche llegó uno de los señores vecinos para hablar con mi padre pues estaban haciendo reuniones con objeto de organizar rondas nocturnas de vigilancia para mejorar la seguridad del barrio donde vivíamos en Bogotá.

Pasó a la sala y mi madre le ofreció un café. No se porque pero mi ángel me empujó a meterme en conversación de mayores y le pregunté donde trabajaba.  Me respondió – Trabajo con Aerotal (Aerolínea de pasajeros local en Colombia).

Hubo un silencio y pensé que ya era suficiente pero… ¿En que trabajaba?-  Solo saber que había la posibilidad de que fuera piloto me llenó de emoción.
No pude contenerme y le volví a preguntar – ¿Pero… en que cargo? –, – Trabajo como tripulante de vuelo...soy capitán de los equipos 727. –

Se me heló la sangre, no podía creer aquella coincidencia! Enseguida se agolparon varias preguntas en mi mente al mismo tiempo. Le conté sobre mi sueño de ser piloto y él se sorprendió. Era el capitán Gonzalo Zapata.

Hablamos un rato y de pronto vino el siguiente milagro. – Carlos, si quiere venga conmigo como observador a uno de mis vuelos. Yo como capitán puedo invitarlo. – No podía creer tanta dicha! ¡Volar en la cabina del 727! Mi angelito me había traído mi regalo sin que yo saliera de la casa!

Coordinamos con el “capi” Zapata y me recogió una tarde en su carro y continuamos rumbo al aeropuerto “El Dorado”.

Mi primera gran agradable sorpresa fue verlo con su uniforme de piloto. Parecía que estaba entrando en una película basada en mis sueños. Recuerdo que por el camino yo no paraba de hacerle preguntas. No solo me respondía sino que también me hacia preguntas para medir mi interés… – A ver Carlos, dígame la base de esa nube a que altura cree que está. – Me sentía tan afortunado de estar viviendo esos momentos que no paraba de sonreír como un niño que estaba disfrutando de sus juguetes preferidos.

 Llegamos al aeropuerto y lo seguí por puertas y lugares que no pertenecían al mundo de los pasajeros. Era mi primera incursión dentro del mundo profesional. Seguía paso a paso todo lo que él hacia, lo que hablaba con el personal de la aerolínea y las cosas que tenía que verificar antes del vuelo.

Me enseñó algunas cartas meteorológicas y papeles que tenía que llenar antes del vuelo.
Supe que íbamos a volar a Pereira y volver. Seguimos luego a la rampa y mientras caminábamos hacia el avión podía yo verme a mi mismo observándome cuando era niño desde el piso de arriba del terminal de pasajeros.

Ya la noche caía y esto hacia que la aventura fuera aun más fantástica. Vuelo nocturno en la cabina de un jet… ¡Lo último!


Llegamos a la escalera de un majestuoso Boeing 727 de Aerotal y el auxiliar de vuelo jefe estaba chequeando los tiquetes de los pasajeros. El capitán le explicó que yo iba como observador. El auxiliar me dio la bienvenida y subimos las escaleras.

Cuando llegué a la puerta del avión el capitán me indicó que siguiera a la cabina. Siempre me había soñado con ese momento en el que en vez de seguir a la derecha como todos los pasajeros siguiera a la izquierda hacia la cabina de mando.

Estaban ya en sus puestos haciendo sus listas de chequeo el copiloto y el ingeniero de vuelo. El capitán le pidió al ingeniero que me indicara los procedimientos de seguridad. Me dio un “briefing” completo sobre el sistema de oxígeno, radios, sistema de evacuación y como colocarme el cinturón de seguridad que era diferente al de los pasajeros.

Me dijo que le preguntara al copiloto lo que quisiera. Luego salió para arreglar otras cosas y aproveché enseguida para preguntarle al copiloto sobre esos tres grandes botones rojos que estaban al frente del panel de instrumentos. Siempre los había visto ahí pero no sabia para que eran. El copiloto puso cara de estar en un examen y me dio casi de memoria toda la explicación de ese sistema.
Miré hacia el panel del ingeniero y aproveché también para preguntarle sobre otros sistemas.

Pronto llegó el capitán Zapata y se sentó en su puesto. En ese momento ya deje de verlo como aquel vecino amigo que conocí y enseguida lo vi como el jefe a cargo de esta nave. Veía ya en su rostro y su actitud los años de experiencia en su profesión. Me había contado antes que se había retirado de la Fuerza Aérea donde voló jets de combate y también helicópteros.

Cerraron la puerta e iniciamos el carreteo por la oscura, pero bellamente alumbrada con luces azules, la vía de acceso hacia la pista. Gozaba intensamente cada instante degustando cada sonido, cada luz de cada instrumento, las luces exteriores que se desplazaban como si estuviera metido en una película de ficción.

Tomé los audífonos y para mi deleite seguía todas las conversaciones entre el avión y la torre de control. El capitán me explicaba algunas cosas a medida que nos acercábamos a la cabecera de la pista de despegue. Estaba ansioso porque por fin iba a despegar dentro de una cabina y no quería perderme ningún detalle.

Llegamos a la cabecera de la pista y después de disfrutar el ver en vivo como leían y hacían las listas de chequeo el capitán le cedió el despegue al copiloto.
El ingeniero colocó los aceleradores en cierta posición y se podía oír lejos atrás del avión como empezaban a rugir las turbinas.

Luego vino la sensación de aceleración y yo miraba a todos lados para ver lo que sucedía. Después haló ligeramente la cabrilla, la cabina se elevó y se escuchó el fuerte golpe del tren delantero al extenderse completamente. Vino el sonido del viento al frente y luego disminuyó al entrar el tren dentro del fuselaje.

Miré por mi ventana y veía las luces de la ciudad bajar poco a poco. Subimos y en pocos minutos estábamos ya nivelados a la altura de crucero. Le pregunté al capitán que pueblos habían allá abajo y aunque solo veía algunas luces el los recitó de memoria. Solo duramos unos minutos nivelados y enseguida empezamos el descenso.

De nuevo puse atención a todos los procedimientos que ellos hacían como queriendo aprendérmelos todos de memoria.
El capitán me señaló al frente donde estaba la pista y así fui gozando cada instante del aterrizaje. Quedé impresionado de ver la habilidad del copiloto al mando de los controles. Al regreso el capitán tomó los controles y pude romper el esquema de fantasía y verlo en acción en la dimensión real.

Al llegar a Bogotá seguimos hablando de todas las variables que toma esta profesión desde el inicio en la escuela hasta poder presentarse en una compañía. Estaba tan feliz que no dejaba de sonreír. No sabía como agradecerle al capi aquella gran oportunidad que nunca olvidaré como mi primera gran vivencia en la aviación profesional.

viernes, 19 de marzo de 2010

SALTO BLANCO



El frío era intenso pero temblaba tal vez de la emoción porque por fin el salto era posible después del mal tiempo.
Estaba al norte de Denver en el estado de Colorado en un pequeño aeropuerto donde me inicié en el paracaidismo. Era mi época de estudiante de inglés a mis veinticinco años de edad por el año 86.

A veces quería decir tantas cosas pero el idioma se me estrellaba en la boca y no me salían las palabras. Pero los gringuitos paracaidistas me pedían que les contara los chistes que me sabía en inglés y así fue como empecé de verdad a soltar el idioma. También era una odisea lograr los dólares y el transporte para poder ir a saltar.

Dejó de nevar y mejoraron las condiciones meteorológicas creando enseguida ese ambiente de preparación y nerviosismo mientras se organizaba el siguiente grupo que iba a saltar.

El piloto sacó de la cabina una especie de cuchara especial para raspar y empezó a retirar todo el hielo que se había acumulado en las alas y el fuselaje.
Luego me puse el paracaídas que me habían rentado y enseguida mi instructor lo inspeccionó en detalle y con la consabida palmadita en la espalda me dio el visto bueno para mi salto.

Mientras esperaba la subida al avión trataba de mantenerme caliente caminando de un lado a otro pero esto me ponía nervioso y terminaba sentado en el piso por el peso en la espalda del paracaídas.

Al subir al avión me volvía a pasar por la mente la voz de mi tío diciéndome, – Carlos tu viniste a estudiar… O dártelas de James Bond? – Y la voz del que dirán que me decía que estaba cometiendo una locura, pero enseguida mi voz intervenía, – ¡Ni loco me quedo en tierra mirando a los demás saltar! –.

El avión subió lentamente y ante mi se fue abriendo el telón del paisaje más blanco que nunca antes había visto.

A los seis mil pies llegó mi turno. El avión me abandonó alejándose hacia arriba y en dos segundos una larga cinta de nylon abrió mi paracaídas dejando arriba mío una gran sombrilla de seda verde. Eran paracaídas redondos que habían sido utilizados por las fuerzas militares y por lo mismo era la forma más barata de saltar pero no así la mejor para aterrizar pues bajaba más rápido que los modernos y había que hacerlo con cuidado.

Todo quedó en silencio, era como estar colgado de un globo, podía escuchar el canto de las aves. Me quedé extasiado al mirar hacia el horizonte. Solo veía inmensos campos cubiertos de nieve. Era casi enceguecedor. Me sentía iluminado de afuera hacia adentro por el brillante color blanco.

Con el control derecho del paracaídas me permití saborear este hermoso paisaje dando una vuelta completa. Al fondo podía ver las montañas Rocallosas que parecían esparcidas con polvo de azúcar. Era como flotar en una blanca fantasía dentro de una película de navidad.

Pero de pronto esa dicha de espectador se transformó en la preocupación del actor. Abajo no podía reconocer los límites de la zona de aterrizaje debido a la nieve. No podía ver bien donde estaban las cercas y los cables eléctricos. A medida que descendía aumentaba el tamaño de mis ojos tratando de descifrar que había allá abajo.

Ya cuando estaba a unos tres pisos de altura pude ver los alambres de púas justo en donde pensaba aterrizar. Evitar los alambres significaba hacer un rápido viraje con posibilidad de un fuerte aterrizaje sin ayuda del viento. Me decidí por el viraje, puse mis pies juntos y al tocar tierra me dejé rodar haciendo más suave el frenado mientras gritaba como un niño jugando entre la nieve.

Estaba feliz por el éxito de esta aventura. Había logrado culminar lo que parecía imposible al principio del día. Me dejé inundar por el blanco silencio de este paisaje a medida que recogía el paracaídas que hacía un bello contraste con la nieve.

Así viví el que fue y ha sido mi único "salto blanco".

(Dibujo de mi autoría)

jueves, 18 de marzo de 2010

VISITA A LA CABINA


En el último curso del colegio, a finales de 1978, organizamos un paseo a la zona sur de Colombia como excursión de despedida del bachillerato.

El viaje era primero en avión hasta Cali y luego por tierra a visitar las zonas indígenas para después ir a la costa del océano pacífico.

El avión, un Boeing 727-100 de la compañía Avianca ya con su nuevo diseño blanco y rojo siguiendo el mismo patrón que se le asignó al recién llegado Jumbo B–747.

Durante el vuelo quise disfrutar al máximo el inmenso placer que me daba el despegue, el paisaje y sobre todo el aterrizaje. Por lo mismo busque un puesto desocupado en la parte trasera donde me dejaran en paz los insoportables compañeros de curso.

Durante el vuelo el auxiliar encargado de la parte de atrás del avión se sentó al lado y muy amablemente me preguntó que porque me hacia atrás solo. Le conté que adoraba la aviación y los compañeros eran un verdadero estorbo para disfrutar de todos los detalles que no me quería perder.

Le hice algunas preguntas técnicas sobre la altura, velocidad, por donde nos encontrábamos y que partes del vuelo eran las más peligrosas. Me acuerdo que me explicó que contrario a lo que muchos creían era la etapa del despegue la más peligrosa.

Ya cuando se había hecho el servicio de bebidas y los acostumbrados sanduches se volvió a sentar al lado mío. Me preguntó que si pensaba en estudiar aviación. Le respondí, – ¡Claro que si! Ese es mi sueño. Quisiera algún día ser piloto de un avión como estos. – De pronto me dijo, – ¿Le gustaría visitar la cabina de este avión?– Me quedé helado y le pregunté, – ¿De veras puedo visitar la cabina? –, – ¡Si claro! Déjeme yo hablo primero con el capitán y le pido permiso. –

Enseguida fué a la parte de atrás y por el intercomunicador llamó al capitán y le dijo, – Capi, aquí atrás le tengo a un futuro piloto para que lo deje visitar la cabina. – Yo no podía creer tanta dicha. ¡Por fin tenía la oportunidad de ver la cabina de un 727... y en pleno vuelo!

Enseguida el auxiliar me hizo la seña de que lo siguiera y recuerdo las caras de confundidos de mis compañeros de curso... – ¡Para donde va Madrigal!... ¡No sea “sapo”! – Yo apenas me sonreía de la emoción. Pero ya llegando a la cabina el rector del colegio que venía con nosotros me preguntó que si había pedido permiso. – Si Pepe, el auxiliar ya habló con el capitán y me va a mostrar la cabina. – Y con cara de curiosidad me dijo, – Dígale al auxiliar que si yo también puedo entrar. – Tocamos a la puerta y el ingeniero de vuelo abrió el portal a otro mundo.

Apenas entré sentía que había cambiado de canal. De pronto todo lo que veía y sentía quería grabarlo hasta lo más mínimo. El capitán estaba muy ocupado pues ya estábamos empezando a descender. El rector saludo al capitán y luego yo le extendí mi mano y lo saludé. Me sentía como si hubiese hecho contacto con un astronauta o alguien así.

Veía todo a mi alrededor y mientras él nos explicaba algunas cosas de la cabina yo recorría con mi mirada todos los instrumentos y trataba de recordar cuales eran los que ya conocía. Era maravilloso ver algunas partes de los paneles gastadas y rayadas por los efectos del mantenimiento. ¡Era una cabina real! ¡Por fin la estaba viendo!

Era más pequeña de lo que me imaginaba. Vi al frente y podía escuchar el aire estrellándose en el parabrisas a más de 500 kilómetros por hora. El paisaje se veía maravilloso. No quería salirme de allí pero enseguida el capitán disculpándose nos dijo que teníamos que pasar atrás a sentarnos pues estábamos ya iniciando la aproximación.

Pasamos con el auxiliar a la parte de atrás. Me hice al lado de la ventana y él se sentó al lado del pasillo. Me siguió explicando sobre el proceso de aterrizaje a medida que nos acercábamos a la pista. Cuando llegamos le agradecí como por quinta vez el chance de por fin haber visitado la cabina.

Recuerdo que esta experiencia fue un fuerte estímulo en mi sueño de ser piloto, un sueño que ahora estaba mucho mas cerca.

miércoles, 17 de marzo de 2010

¿QUE LE MANDA PEDIR A SAN PEDRO?



Estaba emocionado porque por fin íbamos a volar en cometa (Ala Delta) a una ciudad llamada Villavicencio, al piedemonte de los llanos orientales de Colombia. Aparece esta historia en mi bitácora de vuelo para Octubre 11 y 12 de 1981.

El aire frío de la madrugada me hacía sentir en medio de una verdadera aventura. Después de varias horas de incesantes curvas entre los valles por fin divisamos a lo lejos la silueta de la montaña a donde nos dirigíamos y dentro de mi empezaba ya esa ansiedad por saber la dirección e intensidad del viento. Quería que las condiciones climáticas no echaran a perder tan soñado vuelo.

Al acercarnos a la montaña y ver el paisaje al frente mío, hizo que olvidara de lo que estaba hablando. La cordillera termina en esta región y se abre un inmenso océano de verdes llanuras. La vista me dejó perplejo por la costumbre de ver solo montañas y de pronto llegar al límite de otro mundo.

Sin perder tiempo subimos hasta la cima y empezamos a ensamblar nuestras cometas. El viento traía mil aromas de los llanos orientales de Colombia que limitan con Venezuela. Ese olor a cocina de leña mezclado con hojas tropicales de cientos de árboles. Me sobrecogía las ganas de volar hacia el infinito de este paisaje.

Discutimos con Jorge y Edgar sobre el sitio exacto de despegue y aterrizaje de acuerdo al viento. Una vez estaba listo, nivelé las alas, tomé carrera y sabía que mi despegue estaba asegurado. Pero al poner mi primer paso en el elemento aire todo desapareció, como si hubiesen apagado la luz. Grité del susto pero enseguida me di cuenta que mi casco protector me había obstruido la visión y con un movimiento rápido lo recoloqué en mi cabeza. Reapareció el inmenso paisaje de los llanos ante mí. La sorpresa me dejó sin aire, era como si hubiese cambiado de canal, estaba viendo ahora otra película.

Inicié así uno de los vuelos más fabulosos que recuerdo. El viento me daba permiso para quedarme allá arriba todo lo que me diera la gana. Aproveché así para sobrevolar pequeñas casas de campo que se encontraban en las laderas de este lado de la cordillera.

De pronto vi a una humilde mujer con sus dos hijos saliendo de un corral y corrieron hacia mí. Podía ver la sorpresa en sus rostros. Me devolví para verlos de nuevo y así saludarlos. Al llegar sobre ellos pude ver sus ojos bien abiertos. Se me ocurrió en broma gritarle a la señora, – !Que le manda pedir a San Pedro! –.

Tuve que maniobrar de regreso para aprovechar la corriente ascendente. Cuando ya estaba otra vez encima de ellos me sorprendí al escuchar que aquella mujer me gritaba, – ¡Dígale que me mande dos marranos y que me salve la cosecha de este mes y dígale también que quiero unos…!! – El resto no lo pude oír por el ruido del viento en mi cara.



¿Será que ahora es ella la que me esta bromeando? No me quedé con la duda y volví a maniobrar para verlos otra vez y para mayor sorpresa estaba ella con sus ojos cerrados como orando por el milagro que acababan de presenciar.

Simplemente no podía creer lo que estaba viendo. Un poco confundido y tratando de respetar su actitud decidí seguir mi camino. Me sentía avergonzado de ilusionar así a una humilde familia. Pero lo que siguió más adelante sería una sorpresa aún mayor.

Me divertía colocando mi estilizada sombra en forma de delta sobre los techos y patios de aquellos pequeños ranchos. De repente en uno de ellos veo a una ancianita barriendo el solar y al ver la inmensa sombra mira enseguida hacia arriba. Yo la saludo gritándole, – ¿Quiere que la lleve a volar conmigo? –De nuevo tratando de hacer una broma.

Ella corrió hacia adentro del rancho y enseguida salió de nuevo con un paraguas o sombrilla de color negro. Lo abrió y se lo colocó encima de tal forma que no podía verla. Recordé que se trataba de un antiguo agüero indígena para alejar al demonio de sus casas.

Seguí volando y disfrutando de tan intrigante aventura. Me preparé para aterrizar después de una hora de vuelo sobrevolando un campo donde pastaba apaciblemente el ganado. Me acordé que los llaneros nos decían que las vacas pastan con la cola al viento y así las molestan menos los insectos. Usé esta teoría para decidir mi dirección de aproximación y a las vacas les agradezco que haya tenido un suave aterrizaje.

Recogí todo y empecé a caminar hacia el punto de encuentro acordado con mis amigos llevando la cometa desensamblada y el equipo al hombro por un polvoriento camino.

Saludaba a los campesinos a mi paso y mientras me secaba el sudor de mi frente por estar ya en tierra húmeda y cálida, meditaba con una sonrisa... – Fui ángel y demonio… ¡El mismo día! –.


martes, 16 de marzo de 2010

PRIMER VUELO



Mientras hacia las averiguaciones sobre la escuela de aviación  en Bogotá a inicios de los 80, la secretaria de mi papá, Aurora, a quien aprecio y recuerdo tanto, escuchó que yo quería estudiar aviación y le contó a mi padre que su hermano Jorge era ya piloto privado y que iba a coordinar con él para que pudiera llevarme un día en el asiento del copiloto en uno de sus vuelos.

Solo al oír a mi padre contándome esto me llené de una emoción tan fuerte como si ese fuese el día en que iba a viajar al espacio exterior en mis sueños de astronauta. Pronto Aurora me comunicó con su hermano y coordinamos para que me recogiera en mi casa y lo acompañara en uno de sus vuelos locales de práctica.

Sentía envidia de mi mismo. No podía creer que por fin el día de sentarme frente a los mandos de un avión había llegado. Me eran eternos los días que pasaban antes de la fecha fijada. Me llenaba de preguntas como. ¿Será que me dejará tomar los controles un rato?

Por fin llegó esa tarde y mientras íbamos en camino al aeropuerto, Jorge me interrogaba sobre mis aficiones aéreas y me parecía increíble ver que la persona que manejaba el carro iba a estar dentro de poco volando un avión.

Me sobrecogía de emoción a medida que la fantasía se volvía realidad y gozaba cada segundo de esta aventura. Miraba el paisaje alrededor del carro y pensaba que pronto lo iba a ver desde arriba. Todo se volvió mágico a mi alrededor ¡Estaba feliz! Llegamos al aeropuerto de Guaymaral al norte de Bogotá y nos dirigimos a la escuela de vuelo de Aerocentro.

Lo seguía para todos lados a medida que él se contactaba con los directivos de la escuela y preparaba los documentos para el vuelo. Fuimos hacia el avión y al principio lo veía pequeño pero a medida que nos acercábamos podía verlo en su máximo esplendor.

Durante la inspección descubrió una pequeña abolladura en el borde delantero de un ala. Hizo varias llamadas y consultó con los mecánicos si esto ofrecía algún problema. No me perdía detalle de lo que hablaban. Le comunicaron que podíamos volar sin problema y que tal vez sentiríamos una pequeña vibración por la turbulencia creada pero que sería algo menor.

Era algo que entendía perfectamente pues lo había descubierto ya con los aeromodelos. Enseguida sentí la cercanía entre un aeromodelo y un avión “de verdad”.

El avión era un Piper PA–28 de dos puestos para el piloto y el copiloto.

Piper PA-28 en la zona de parqueo de la escuela Aerocentro años 80.

Esta es una foto un Piper como el de esta historia, que pertenece a las fuerzas armadas
 de la marina de Colombia ( Años 80/90). Al fondo se ven las oficinas de Aerocentro.
Al ver estas puertas y este pequeño hangar me trae muchos gratos recuerdos.


 Esta fue exactamente la vista de la cabina que me recibió
 cuando Jorge me invitó a entrar a este precioso avión.
 (Cortesía de Andrés Ramírez de Airliners.net)

Entró primero Jorge y después me indicó como sentarme al lado derecho. Veía todos los botones e instrumentos y pude distinguir algunos pero todavía me sentía perdido dentro de esta selva de información.

Jorge empezó a leer una lista y así aprendí por primera vez sobre los procedimientos de chequeo para iniciar el motor. Una vez el motor tomó vida aumentaron los latidos de mi corazón. Por fin todo tomaba vida y nos dirigimos hacia la pista.

Pude escuchar la conversación con la torre y quería aprenderme todo para luego contarle los detalles a Ernesto mi vecino aeromodelista. Antes de despegar me preguntó si los aeromodelos tenían flaps (aletas de las alas) y le dije que si, que eran básicamente iguales. Me interrumpió para responderle al de la torre que ya estábamos listos para despegar.

Al recibir la autorización aceleró y empezamos a rodar mientras sentía la aceleración en mi espaldar. Pronto estábamos en el aire y empecé a disfrutar de ver por la ventanilla el paisaje cambiar y volverse más y más verde.

Luego el horizonte se inclinó mientras hacíamos un viraje hacia una de las áreas de entrenamiento al norte de Bogotá. El paisaje me sobrecogía y me sentía en mi mejor momento pues estaba en la cabina de un avión.

De pronto vino la gran sorpresa. Jorge me dijo que tomara la cabrilla de control para que aprendiera a mantener las alas niveladas. Me corrió un frío por la espalda. Llegó el momento cero. Tomar por fin con mis manos el control de un avión.

Casi tímidamente tomé la cabrilla y seguí sus instrucciones. Debía mantener las alas a nivel con el horizonte y al mismo tiempo con el instrumento llamado “horizonte artificial”. Al principio me sobre esforzaba y me concentraba como si con el más pequeño error fuera a perder el control.

 Me dijo que me relajara y que así lo lograría más fácil. Recuerdo que al principio nivelaba hacia el lado contrario hasta que entendí que este instrumento era como estar viendo un pequeño horizonte. Era una mezcla entre miedo y felicidad. Por fin estaba volando un avión yo mismo y fue también mi primer encuentro con el vuelo por instrumentos.

Después de unos diez minutos que me dejó volar retomó el control y nos dirigimos de nuevo al aeropuerto para practicar aterrizajes. Hizo como tres aterrizajes y después nos detuvimos completamente para dirigirnos a la rampa de parqueo.

Ya no veía el planeta Tierra igual, era como si hubiese llegado a otro aeropuerto, a otra ciudad, a otro mundo. Y aunque fue por unos minutos ¡Por fin había volado un avión!

Gracias Jorge por esta primera oportunidad. Gracias Dios mio por este regalo del cielo.
 

lunes, 15 de marzo de 2010

EL DÍA QUE ME ATACÓ UN HALCÓN

Era un hermoso día a mediados de los setenta. Este día pude lograr que toda mi familia me acompañara a compartir mi primer gran amor con la aviación deportiva, el aeromodelismo.

Había logrado aprender a volar estos pequeños aviones de balso y plástico gracias a la magia de la electrónica por medio de un control remoto. Me incliné poco a poco a volar los modelos sin motor, llamados planeadores, debido al reto que representaba el poder mantenerlos más tiempo en el aire.

Me fascinaba saber que era solo el viento el que sostenía al modelo en las alturas. Pero al lanzarlo con fuerza al inmenso valle sentía que yo me iba con él y que mi vida dependía de la habilidad de mi mente. Si me equivocaba podría estrellarme contra la ladera de la montaña o perderme para siempre en el fondo del valle.

La antena que salía del aparato de radio temblaba dejando ver el nerviosismo y la tensión que me atrapaban cuando sentía dificultad sosteniéndolo en el aire. Sin duda este tipo de vuelo ha sido en el que más miedo y angustia he experimentado y paradojicamente es en el único en que estoy con los pies en tierra firme.

Aquel día me sentía orgulloso pues mis padres y hermanos podían observar en vivo de lo que tanto les había hablado. Ensamblé las alas y las uní al fuselaje, hacía frío en aquella colina y se divisaba abajo una hermosa finca rodeada de inmensos potreros con algunas vacas y caballos. Se respiraba naturaleza por todos lados.

Me preocupaba que viniera un poco de niebla que era normal ver alrededor de estas altas montañas. Si la niebla se acercaba demasiado no podría volar mi modelo y de solo pensar que lo pudiese perder de vista se me helaba la sangre.

Todos me insistían para que iniciara el vuelo pero debía estar seguro. Pensé que todo estaba en orden y llegó el momento. Levanté sobre mi cabeza aquel imponente planeador con sus largas alas y con fuerza lo lancé hacia el frío paisaje.

Tomé enseguida el mando colocando mi pulgar sobre el control concentrándome en hacer los virajes con suavidad y precisión para así no salirme del área de sostenimiento que me ofrecía esta colina. Mi mente y mi cuerpo volaban también con el modelo como si mis brazos fueran sus alas. Mi estómago estaba tenso pero mi alma se acababa de liberar.

Poco a poco fui tomando altura y todos empezaron a felicitarme, – ¡Bravo Carlos lo logró elevar! – Estaba orgulloso y me invadía un sentimiento de júbilo al vencer el miedo del despegue debido también a que no era un experto y recién estaba logrando experiencia.

Como a los diez minutos de vuelo oigo a mis hermanos que me gritan, – ¡No se deje Carlos, no se deje vencer! –. No sabía a que se estaban refiriendo pues todo parecía marchar bien. Mis ojos estaban tan enfocados en la forma del planeador que no veía que arriba de el estaba volando a la misma velocidad un bellísimo halcón.

Me maravillé de la elegancia con que este animal podía volar cerca de mí. Su bella silueta era un tributo a la aerodinámica. Me sentía especial al estar volando tan cerca de esta ave. Pero de pronto la admiración se convirtió en espanto cuando vi que de su limpio vientre sacaba unas grandes garras y las apuntó directamente a la espalda del planeador.




Ahora sentía que estaba a punto de recibir una puñalada en mi espalda. Podía sentir el filo de cada uña de sus garras. Mi instinto me quitó el mando y enseguida hice una fuerte maniobra para evitar que me clavara sus garras. Al virar el halcón reaccionó y también maniobró para alejarse.

Me di cuenta que la fuerte maniobra me había quitado altura y me acercaba peligrosamente a las rocas. Para horror mío vi como el halcón de nuevo sacó sus garras, colocó sus alas en posición de ataque y entró en un clavado hacia mí. Para mi público esto se estaba poniendo muy divertido pues parecía un juego de batalla aérea.

Pero yo no estaba jugando, estaba luchando para no estrellarme contra la montaña y no dejarme agarrar por el halcón. Sentía que perdía el aire y el control. Me gritaban y me animaban para no dejarme vencer por el furioso halcón. Trataba de dominar mis nervios para no terminar "matándome" contra el duro planeta dejando una macabra escena de pedazos de balso y partes esparcidas sobre la ladera. – ¡Silencio por favor! – Les grité pues sentía que sus palabras me robaban concentración.

De nuevo se avalanchó sobre mi con más furia pero lo evadí con suavidad y firmeza para no perder altura. El viró también conmigo. Hice un viraje de tal forma que era yo ahora quien lo perseguía. Pero él, con una elegante maniobra, volvió a mi espalda. Busqué alejarme y noté que si volaba un poco más alejado del sitio del ataque inicial ya no volaba tan cerca de mí. Me mantuve volando en esa área y vi como poco a poco se alejaba.

Decidí aterrizarlo pronto para evitar una nueva confrontación y así no arriesgar más mi preciado planeador. Después de relajarme un poco y seguir compartiendo aquel hermoso día de campo con mi familia observé algo que cambió por completo mi perspectiva de lo que había sucedido.

Vi como el halcón se posaba en un árbol cercano, caminó por una rama y se inclinó sobre su nido para dar de comer a sus polluelos. No podía creerlo. Fui yo quien había amenazado a una madre halcón y a sus hijos. El depredador había sido yo y no ella. Me sentí como un intruso que con grandes alas y extraña apariencia había irrespetado el sagrado espacio de su hogar.

Ese día vi como la naturaleza se manifestó cuidando de si misma…igual que una madre cuidando a su hijo.