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viernes, 30 de abril de 2010

SILUETA ENTRE LA NIEBLA


Desde muy pequeño, en los 70s, en el barrio donde vivíamos en Barrancabermeja, Colombia compartía con mi hermano nuestras fantasías de superhéroes, viajes espaciales y todo aquello que queríamos recrear después de una buena película de acción.

El se llama Felipe y cuando nos “picaba” la locura olvidábamos nuestras diferencias y peleas para organizar toda una sesión de teatro y nos poníamos nuestros disfraces de Batman y Robin hechos con mucho esmero por mi madre.

Reuníamos a nuestros amiguitos y nos dedicábamos a pelear contra los malos, subirnos a un bati-móvil imaginario, escondernos en la bati-cueva, escapar en una nave espacial y viajar por esa maravillosa dimensión infantil.

Los años pasaron y dejamos los disfraces por las novias, las amistades, discoteca y la vida de la Universidad. Felipe mantuvo alguna curiosidad por mis actividades de vuelo y una que otra vez me preguntaba como me había ido pero no mostraba mucho interés.

Aqui esta Felipe para esas épocas con una de sus novias, je,je.

Llevaba yo más o menos un año dando instrucción de vuelo en cometa cuando un día me sorprendió diciéndome, – Carlos, quiero que me de el curso de vuelo a mi y a mi novia Maria José. – Creí que me estaba tomando del pelo pero estaba hablando muy en serio. Sentí un temor que no había sentido antes. Aunque yo confiaba en la seguridad con que enseñaba no quería que le llegara a pasar nada. ¡Era mi hermano!

Iniciamos la teoría y me sorprendieron con la rapidez y agilidad con que fueron aprendiendo las bases. Empezamos a viajar al sitio de aprendizaje y empecé a gozar una nueva etapa de amistad con mi hermano y su novia. Fue como reencontrarnos otra vez pero ahora en un juego de adultos.
Mantengo en mi memoria un día muy especial en el área de entrenamiento cuando Felipe estaba tratando de despegar en la cometa Zebra.

Aquí estoy despegando en Chía con la Zebra. Esta foto salió en la revista Cronómetro de deportes en Bogotá en un artículo sobre este deporte. Como se ve en la secuencia salí un poco estoleado.
Recuerdo que Maria José ya había hecho varios intentos por despegar corriendo fuerte por la suave pendiente del “aprendedero” como lo llamamos los cometistas. Felipe le dijo para motivarla que él le iba a demostrar como despegar y que lo observara.

Teníamos un radio para comunicarnos. Me situé al final del área de despegue y le di instrucción del momento apropiado de acuerdo al viento para que iniciara su carrera.

En este sitio teníamos a veces el problema de la visibilidad pues justo al frente de nosotros la montaña dejaba pasar la humedad proveniente del valle del río Magdalena el mayor de Colombia y al subir a las frías planicies a más de ocho mil pies de altura se forma una densa niebla.

– Felipe, espere, no vaya a despegar pues se viene un banco de niebla – le dije por el radio.
A veces teníamos que esperar hasta una hora antes de que la visibilidad nos dejara entrenar. Yo sabía que Felipe estaba ansioso por volar. No solo quería saber que se sentía volar por varios segundos sino también impresionar a su novia con su destreza.

Hubo un espacio en que la niebla dijo, “OK, ya los he hecho sufrir un rato, vuelen un poquito”. Felipe hizo su chequeo pre vuelo, niveló las alas y le dije – ¡Ahora! ¡Corra, corra! – Parece que tomó demasiado impulso, la cometa se le adelantó y se lo llevó consigo en una larga arrastrada, sin poder volar. Le noté su cara de enfado y rápidamente estaba levantando la cometa para intentarlo de nuevo. – Felipe, ¿Esta bien? – le pregunté. Noté que se había raspado una rodilla y empezaba a sangrar un poco.

Esto me hizo sentir mal y empecé a sentirme incómodo. No quería ni siquiera una leve herida. Pero esto no le importaba a Felipe pues simplemente quería volar a como diera lugar. Me sentía impotente con un sentimiento mezclado entre ansiedad y culpabilidad. Pero pensé que era su entrenamiento y debía seguirlo apoyando.

Justo antes de su siguiente intento nuestra vieja amiga la niebla se “metió” de nuevo. Pudimos jugar un poco proyectando nuestras sombras sobre la niebla que se avecinaba y podíamos apreciar el efecto óptico de un fantasmagórico arco iris alrededor de nosotros llamado “la gloria”. Pero Felipe no se movía de su puesto esperando el momento.

Volví a bajar y me fui hasta el final del área de aterrizaje para poder ver con anterioridad en que momento se incrementaba la visibilidad.
Apenas vi que se estaba despejando la niebla llamé a Felipe por el radio y le dije, – Listo para despegar que ya casi pasa la niebla. – Desde donde yo estaba a pesar de la corta distancia con Felipe no podía ver a nadie allá arriba en el área de despegue.

De pronto escuché un silbido. Era el inconfundible sonido de la cometa cruzando el aire. – No puede ser, yo no le he dicho que despegue. – Lo que vi delante de mi quedará grabado por siempre en mi memoria. Era una aparición progresiva en tonos grises. Era la silueta de mi hermano debajo de la cometa recogiendo los pies después de una agresiva carrera.

Vi como empezó a volar. Se me vino encima sin cambiar de rumbo. La imagen cambió a colores y abarcó todo mi campo visual. Me embistió por completo, me lancé hacia atrás para evitar el impacto y escuché como pasó zumbando sobre mi cabeza para volverse casi de inmediato otra vez una silueta gris y desaparecer en la niebla.

Cortando el hielo de mi susto le grité, – ¡Estolee yaaaaa! – Que era la señal para iniciar el frenado completo y así poder aterrizar con los pies. Pero fue tarde. Escuché un golpe y como arrastraba las pequeñas ruedas de madera sobre el árido piso.

Salí corriendo hacia él con la angustia en mi garganta de pensar que se hubiese herido. Cuando llegué lo pude ver sacudiéndose la tierra y con un gesto molesto dijo – Me volví a raspar la rodilla, me golpeé el hombro, ¡Pero logré volar! –

Aunque quería saber porque había despegado sin mi indicación me invadió primero la dicha de ver que había volado, – ¡Voló, Felipe, voló! – y le di un fuerte abrazo. Enseguida bajó Maria José gritando, – ¡Carajo, voló y no lo pude ver! – Luego supe que confundió mi grito de “Listo” con la señal de despegue.

Felipe hizo varios vuelos pequeños más adelante pero se retiró del deporte llevándose una interesante experiencia personal. No recuerdo que Maria José haya despegado los pies de la tierra por efecto aerodinámico, excepto cuando brincaba de la dicha viendo a Felipe volar.

Me pongo a pensar y veo como mi forma de enseñar fue influenciada cuando se trataba de un familiar quien estaba dentro del arnés de estudiante. De todas formas me alegro que nunca se lastimara, aunque creo que fue por lo duro de sus huesos ¡Y de su carácter!

Dedicado a mí hermano Felipe, el Robin de mi infancia.

jueves, 29 de abril de 2010

SI NO MIRO… ¡ME MATO!


Era un precioso día en los 80s a unos cinco mil pies sobre la selva del Magdalena entre Bogotá y la costa norte del Caribe. Me dirigía en un vuelo solo haciendo parte de un grupo de tres aviones de la escuela Aeroclub hacia Barrancabermeja, la tierra donde me crié.

Me sentía feliz de estar jugando con las nubes. Me metía en ellas y como sabia que tenía unos cinco segundos de vuelo a ciegas envuelto en el mundo gris de la nube, me entretenía fantaseando que estaba volando ya por largo tiempo por instrumentos y trataba de mantener el nivel de las alas con el horizonte artificial. Esto me creaba una “micro” angustia por mantener el control pues no tenía experiencia volando de verdad con solo los instrumentos.

Me disponía a aterrizar y de pronto pensé en iniciar la aproximación desde el otro lado del pueblo así podría reconocer algunas partes que me hicieran recordar mi niñez. La nostalgia me llevó de frente a encontrarme con uno de los instantes más escalofriantes que recuerdo y que mi Diosito permitió que saliera vivo de esto.

Descendí a unos ochocientos pies de altura, llamé a la torre y le dije que iba a aproximar sobre el lado norte del pueblo para luego unirme al patrón de tráfico de la pista de Barranca.

Empecé a disfrutar de la vista familiar de la refinería de petróleo, donde antes trabajaba mi padre, con las teas y su pequeña llamarada de gases ardiendo. Vi los barrancos rojizos”bermejos” que le dieron el nombre a este pueblo.

Pude ver más allá el barrio “El Rosario” donde pasé los primeros años de mi vida. Estaba feliz y orgulloso de poder estar por fin volando sobre esa tierra que me tuvo de niño soñando con algún día estar volando sobre ese bello horizonte con atardeceres de un rojo encendido.

Me sentía pleno y con ganas de contarle a todos lo que estaba viviendo. Pero mi angelito no aguantó más mi continuo error y me sugirió que mirara otra vez al frente como todo buen piloto debe hacer.

Al mirar al frente vi algo que mi cerebro no pudo procesar de inmediato. Era algo que atravesaba completamente mi vista de arriba hacia abajo. Recuerdo el color rojo, blanco, rojo y la intricada forma de varillas entrecruzados. Mi instinto hundió de inmediato el ala izquierda del avión y aquella amorfa figura escapó por mi lado derecho como si fueran las garras de la misma muerte que estuvieron a punto de llevarme de este mundo.

Era la estructura de una inmensa antena de radio de unos mil pies de altura que se encontraba al norte de la pista y que estaba muy bien dibujada en la carta de vuelo. Todavía no me había recuperado del susto y enseguida como si mi instructor tuviera un sexto sentido me llamó por la frecuencia de la escuela, – ¡Madrigal!... ¡Donde está! – Le respondí que ya estaba por aterrizar.

Recuerdo que después de bajarme en la cálida rampa de Barranca todavía sentía que me temblaba mi pierna derecha y sentía un frío en mi espalda que me hizo recordar que la vida se puede ir, asi no más… sin avisar.

Antenas de radio comunicaciones.

miércoles, 28 de abril de 2010

MI ENCUENTRO CON EL VUELO LIBRE


Estaba en mis quince años (1976) cuando tuve otra vez un encuentro con un ala delta.

Era una fría tarde nublada cuando Edgar me llamó por teléfono para que fuera a ver como aterrizaban los cometistas en el potrero al frente de su apartamento en Multicentro. Decidí llevar uno de nuestros aeromodelos para volarlo después de ver a los cometistas.

Era la época de CAF (Corporación de Aeromodelistas Felices) y estábamos volando ya el modelo “Guácharo” cuando todavía era un interesante híbrido de aeromodelo con motor y planeador. No le teníamos tren de aterrizaje para así poderlo aterrizar sin problema en el alto pasto de este potrero.

Nos deleitábamos extasiados observando como aterrizaban los hombres cometa y llenos de curiosidad nos acercábamos hasta poder tocar el ala delta y ver de que mágico material estaba compuesta para que pudiese lograr la maravilla de volar.

Aunque solo veíamos vela de dacrón y aluminio seguíamos buscando el origen del misterio.
Eperamos a que todos los cometistas aterrizaran para así volar nuestro modelo sin ofrecer peligro de choque con alguno de ellos ya que aunque no era muy grande podría causar graves heridas al piloto o daños a la cometa con el pequeño motor y su hélice.

Con el tanque lleno de gasolina y con la ayuda de una batería antigua de teléfono el pequeño motor tomó vida. Lancé con fuerza el Guácharo contra el viento y su limpia silueta se elevó sobre el horizonte. Una vez había tomado algo de altura, Edgar se alebrestó y me dijo, – ¿Porqué no le hace un vuelo invertido? Le mete full down y lo continua hasta que quede invertido… ¡Hágale Carlos que usted puede! – Me contagió con la idea de esta arriesgada maniobra y empujé el control del radio al máximo hacia adelante. El modelo apuntó la nariz hacia tierra y por un momento creí que solo la tierra lo iba a detener y de pronto vi como su vientre apuntó hacia el cielo en posición invertida. ¡Lo había logrado!

 Pero mi alegría se invirtió pues no sabía como volver a su vuelo normal. No podía regresar la nariz hacia abajo pues ya no tenía altura. Como un relámpago me acordé que con un fuerte movimiento del timón de dirección y bajarle la nariz, podría lograrlo. Sin pensarlo realicé el movimiento en el control, el Guácharo giró rápidamente y como en un acto de magia estaba de nuevo en vuelo recto y nivelado. Edgar gritó, – ¡Lo logró! ¡Uaaaa!

Algo de pronto me distrajo. Al lado izquierdo de mi campo visual había un objeto volando. Era un cometista que venía aproximando. No quería acercarme a él!

Esta distracción hizo que el modelo se alejara hasta el límite del potrero. Me di cuenta de mi error y de inmediato empecé a virar para regresarlo. Edgar me dijo, – Los cables, Carlos, ¡Cuidado con los cables! – Mentalmente empecé a rogar para que no le pegara a uno de los postes o a un cable pero una de las alas pegó en un cable y se separó del avión como si alguien con una cuchilla la hubiese cercenado. El resto del avión se precipitó en barrena hasta estrellarse en medio de los rieles del ferrocarril que bordean el campo. Eché el consabido “madrazo” al sentir esa frustración al finalizar todo tan abruptamente en catástrofe.

Salimos corriendo para recoger los restos del Guácharo. Pero nos detuvimos para ver al tardío cometista aterrizar. Le dije a Edgar, – ¿Usted había visto esta cometa? –, Edgar respondió, –Es blanca con negro, no, nunca la había visto. – Después de recoger las partes del Guácharo, decidimos ir a curiosear al recién aterrizado cometista.

– ¡Ah! Ustedes son aeromodelistas. Yo también fui aeromodelista – nos dijo. Sentía que el inmenso témpano de hielo que nos separaba se rompía al acercarse a nuestro hobby sin burla. Nos explicó que esta cometa era de entrenamiento y que casi le coge la noche en este vuelo.

Nos vio tan inmersos con el tema del vuelo que de pronto dijo la frase que abrió un gran capítulo de mi vida. –Yo soy instructor y esta es la cometa de entrenamiento, si quiere le doy el curso por diez mil pesos (Equivalente a 1 millón de pesos en el 2018). –

Me pasó un frío por la espalda, no podía creer lo que me estaba diciendo. Apunté su teléfono en una caja de chicles que tenía en mi bolsillo.

Era Eduardo Vázquez mi instructor de vuelo en cometa con la famosa “Zebra”, la cometa en la que aprendí a volar y fue este momento cuando tuve mi encuentro definitivo… con el vuelo libre.


Asi veia yo a los cometistas volando desde las montañas al norte de Bogotá en los años 80.

martes, 27 de abril de 2010

MI PRIMER CRUCERO SOLO


Volamos con mi instructor Gustavo Guerra hacia la costa del Caribe de Colombia (Junio del 86) y después de algunos aterrizajes en pueblos intermedios llegamos a Cartagena, una de las ciudades que conserva todavía el estilo colonial español.

Aproveché para hospedarme donde el primo Mauricio “Bola” que tenía su apartamento al frente de la playa. Aquella noche pude ver uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza que nunca había visto en mi vida. El mar estaba muy caliente y esto provocó la más bella e intensa tormenta eléctrica que mis ojos hayan disfrutado.

Al siguiente día me encontré con mi instructor y me indicó como sería el vuelo. Debía seguir la línea de la costa hacia el norte, sobrevolar Barranquilla y aterrizar en Santa Marta.

Inicié el vuelo y todo parecía muy fácil pues la costa siempre me daba una referencia continua. Recuerdo que las tormentas lejanas dejaban su eco eléctrico en el radio y el indicador ADF brincaba con cada rayo.

Me sobrecogía el gran paisaje del mar al lado izquierdo del avión confundiéndose con el inmenso firmamento.

Cuando llegué sobre Barranquilla, a unos seis mil pies de altura, me di cuenta que no había preparado bien el rumbo hacia Santa Marta. Abrí la carta de navegación y empecé a calcular el nuevo rumbo con sus frecuencias.

Sin darme cuenta y creyendo que estaba nivelado, el avión viró ligeramente hacia la izquierda. Dicen que en la aviación hay eternos momentos de paz con algunos eternos segundos de horror. Cuando volví mi vista al frente se me congeló el corazón seguido de todo mi cuerpo. ¡No había horizonte!

Todo alrededor mío era de un blanco escalofriante. Había entrado en un efecto óptico al que no estaba preparado. El horizonte del océano se me había confundido con el cielo y por un momento creí que estaba apuntando ¡Directamente hacia arriba!Y lo que seguiría sería una pérdida de sustentación y caida en barrena! Apreté mis manos en la cabrilla e instintivamente bajé la nariz del avión y para mi alivio apareció rápidamente la línea de la costa normalizando los latidos de mi corazón. En realidad el avión nunca se desniveló y fui yo quien vio lo que no existía.
Que susto Dios mio!

Llegué a Santa Marta y pude ver como adelante de mí aterrizaba un Boeing 727 de Avianca. Me sentía importante al estar utilizando la misma pista donde aterrizaban los grandes jets.
Había mar a ambos extremos de la pista y podía fantasear con estar aterrizando en un porta aviones.

Pero al estar ya cerca de la pista sentía cierto temor al ver el agua tan cerca.
Una vez de regreso a Cartagena sentía que ya no era el mismo piloto. Era como si me hubiesen abierto un portal a otra dimensión. Podía ya dominar yo solo los vuelos largos…sin ayuda…bueno... excepto la ayuda de mis angelitos!




Preciosa foto de la aproximación a Santa Marta. La ciudad se divisa al fondo a la derecha.

lunes, 26 de abril de 2010

EL HOMBRE COMETA


Creo que tenía unos ocho años (1969) cuando vi por primera vez a un hombre cometa. Uno de los programas familiares de esas épocas era ir a la ciénaga San Silvestre cerca de Barrancabermeja. En esta ciénaga se realizaban competencias de esquí acuático a nivel nacional.

Me fascinaba ver como se aceleraban hacia la rampa, se deslizaban a alta velocidad sobre ella y saltaban logrando un pequeño vuelo, cayendo después al agua otra vez.
Para ese entonces era muy tímido e introvertido y no quise tomar lecciones de esquí.

Un fin de semana anunciaron el gran vuelo del “hombre cometa” halado por una lancha. No comprendía como iba a volar. Lo primero que se me pasó por la cabeza es que iba a esquiar sobre la rampa y después iba a seguir volando. Vi como un muchacho ensambló un extraño aparato parecido a una carpa en la orilla de la laguna.

Se colocó un arnés muy básico, un chaleco salvavidas y se metió a la ciénaga con lo que parecía una gran cometa en forma de rombo. No podía creer que él pretendía volar con esa cosa. Me llenaba de curiosidad de saber como podría lograr salir volando del agua.

Se demoraron bastante preparando el vuelo. Unieron la cometa con un largo lazo a la lancha y por medio de señas y gritos empezaron a coordinar el despegue.

Después de preguntar a todo el mundo logré comprender que el piloto iba a esquiar con la cometa antes de despegar y luego al igual que un niño alza su cometa, la lancha lo iba a elevar por los aires.

Mi mente se envolvió en el proceso como si fuese yo quien fuera a volar. ¿Como se estará sintiendo antes de volar? ¿Tendrá miedo? Mi mente de niño se llenó de mil preguntas y me quedé estacionado al la orilla con los ojos clavados en la lancha y la cometa para no perderme ningún detalle. Por fin después de varios intentos la lancha logró halar lo suficiente al piloto para que saliera a flote esquiando sobre el agua.

Casi de inmediato lo increíble sucedió. De súbito se levantó sobre el agua y empezó rápidamente a subir sobre la ciénaga. Todos los espectadores empezaron a aplaudir. Vi como dejó caer un esquí y luego después de sacudir bastante su pie logró safarse el otro esquí que tomó más tiempo en caer haciéndome sentir que estaba cada vez más alto.

Cuando ya estaba casi en la vertical con respecto a la lancha gritó algo y el lazo que los unía se desprendió. Pensé que había sido un accidente y que no podría seguir volando. ¿Por qué se soltó?… ¿Por qué soltó sus esquís?... ¿Pensaba utilizarlos para seguir esquiando? ¿Qué va a ocurrir?

Para mi sorpresa seguía flotando en el aire y lentamente descendía como un avioncito de papel. Viró hacia nosotros y alguien gritó, – ¡Va a aterrizar en la orilla! – Por primera vez hice el cálculo de planeo de una cometa y pude ver que trataba de hacer rendir su vuelo para lograr llegar a tierra cerca de los espectadores pero se acercaba peligrosamente a unas canoas de madera.

Recuerdo que una señora gritó, – ¡Se va a dar contra las canoas! – El hombre cometa hizo unas pequeñas correcciones tratando de evitar las canoas y al acercarse pude ver y comprender un poco más acerca de la estructura y el vuelo de este aparato al que llamamos en Colombia cometa o delta plano (Hang Glider).

Alcancé a ver en su rostro una expresión de angustia y soltó un “madrazo” al ver que no lograba llegar a la orilla y como lo pronosticó la señora, el piloto cayó sobre las canoas golpeándose en su costado. Varios señores salieron corriendo a auxiliarlo y después de que lo soltaron de la cometa se lo llevaron en brazos hacia una camioneta para llevarlo a la clínica pues parecía que se había fracturado algunas costillas.

Me sentía como frustrado de que por unos centímetros no hubiese llegado a la orilla. Era mi primer encuentro con la realidad del vuelo sin motor y casi podía sentir el dolor del golpe en mi abdomen.

Si hubiese logrado aterrizar en la orilla hubiera sido un triunfo y en vez de sacarlo así lo hubieran alzado en hombros y se hubiera prendido la fiesta. Me quedé en el mismo sitio por un buen rato pensativo en todo lo que había presenciado.

Me quedé mirando la inmensa ciénaga San Silvestre pensando en que para volar no se necesitaba de un gran motor con grandes alas y que con solo una pequeña estructura como la que ese día vi, un hombre podía sostenerse y planear para así aterrizar con sus propios pies como lo quiso hacer aquel día nuestro… hombre cometa.

Adiciono a esta historia, en la segunda edición de este libro, esta parte en donde redescubro al “hombre cometa” que vi por primera vez en Barranca de una forma sorpresiva y triste a la vez.

Escribiéndole a una vieja amiga de Barranca, Fabiola Rugeles, le comenté sobre mi afición al vuelo en cometa y también sobre esta historia que había escrito recordando al hombre cometa de la ciénaga San Silvestre. Para mi sorpresa ella me respondió por el e–mail del Facebook casi de inmediato las siguientes líneas:

“Carlos… pues te sigo haciendo historia… ¡Ese señor que volaba en cometa halado por un bote se llamaba Alberto Ortega y fue mi profesor de esquí acuático! El murió hace años en un accidente aéreo de Avianca en Cúcuta, en el famoso siniestro en donde murieron muchos empleados de la empresa ECOPETROL. El ya era jubilado y era todo un personaje en la ciénaga San Silvestre. Bueno Carlitos me despido y ¡Que viva Barranca!!!!”

Poco después Fabiola me escribió contándome que coincidencialmente se había comunicado con el hijo de Alberto, Freddy Ortega y le compartió mi historia. Dos días después Freddy me escribió esta hermosa carta:

01–21–2009 Bogotá.
Hola, Carlos.
Qué alegría y orgullo sentí al leer tus recuerdos de infancia protagonizados por mi padre.
Quedé muy complacido no solo por la grata influencia que dejaron aquellas hazañas de ese gran soñador y aventurero, sino por lo entretenido y la excelente narrativa de tu escrito.

Se lo estoy compartiendo a mis hermanos, quienes sin duda alguna estarán igual de emocionados al leerlo. La verdad, yo también he sido un apasionado por el vuelo, pero con pocas oportunidades de vivirlo detrás de un timón.

Algo de ultraliviano y unas horas de helicóptero por mi trabajo (siempre como pasajero), sumado a la ilusión de los simuladores en el computador es lo que puedo mostrar como logros. Pero siempre nos faltó (a mis hermanos y a mí) el coraje para subirnos a esa armadura con tela en la que volaba mi papá.

Te comparto copia de la foto que mis tres hermanos y yo tenemos colgada en un lugar muy especial en cada una de nuestras casas. Es mi papá saltando rampa en los comienzos de su carrera deportiva.





¡Recién encontré esta foto entre mis cosas! ¡Justo a mi padre volando en su cometa!

Quedé con la curiosidad de saber más de tus aventuras aéreas. Así que ya sabes que aquí tienes un lector para tus historias. Espero algún día conocerte, así que cuando pases por Bogotá, las puertas de mi casa están abiertas para ti.

A Fabiolita le envío un abrazo muy afectuoso de agradecimiento por este contacto y por compartir esa misma emoción y orgullo por un hombre que dejó huella en mucha gente.
Saludos,
Freddy

… Gracias Alberto por ese show aéreo que presencié en mi niñez que fue parte de mis primeras motivaciones para volar. Estas líneas y este libro dedicados también a tu memoria… y que luego, en otra dimensión sigamos los dos volando ala con ala.

domingo, 25 de abril de 2010

EL ROSTRO DE LA MUERTE (2a parte)


Continuación...

Manuel en vez de corregir reaccionó sorpresivamente halando la cabrilla lo que hizo que despegáramos prematuramente activando el chillido de la alarma de pérdida y enseguida gritó una frase que me heló la sangre. – ¡Nos vamos a matar! – Sobresaltado revisé como un relámpago todos los instrumentos y no veía nada anormal.

Le dije, –¿Pero… porque?...todo esta bien… simplemente nivele el avión. – Y me respondió, – ¡No sé volar este avión! – Sentí como si me acabaran de dar la noticia de que en breves segundos iba a morir.

Miré a mi derecha los campos verdes a solo cien pies de altura y pensé, – Si salto ahora del avión mi cuerpo quedaría reconocible –, y al mismo tiempo sentía que empezaba a sudar frío pues le estaba viendo el verdadero rostro a la muerte.

Manuel estaba agarrando la cabrilla completamente tenso y mantenía su mirada petrificada en el horizonte. Me gritó, – Carlos, déme un rumbo, ¡Déme un rumbo! –, Esa frase me hizo reaccionar y mi instinto de supervivencia empezó a actuar.

Algo dentro de mí empezó poco a poco a tomar control de la situación y le dije, – ¡Vire a cualquier lado pero no siga derecho porque vamos directo a la montaña! – Enseguida y de forma brusca empezó a virar a la derecha hacia la oscura tormenta. – ¡Noooo! – Le grité, – ¡A cualquier otro lado pero no hacia la lluvia! – Y me dijo con voz entrecortada, –Entonces déme un rumbo… ¡Rápido! –

No podía creer lo que estaba sucediendo y por un momento pensé que si esto no era una pesadilla entonces debía ser una broma. Pero Manuel seguía petrificado volando hacia la montaña que ya cubría toda nuestra visión frontal.

No, no era ni broma ni pesadilla sino la fría realidad. Mi reacción inmediata fue de rabia y le grité, – ¡Vire a la izquierda a rumbo tres uno cero! –, Que fue lo que primero se me vino a la cabeza y nos alejaría de la montaña. Inició el viraje y después de un gran círculo tomamos altura y nos alejamos del aeropuerto hacia el aeropuerto internacional “El Dorado” de Bogotá.

Manuel se calmó un poco y quiso hacerme creer que esa reacción era algo pasajero y que ya se sentía mejor pero mi mente estaba ya como una computadora haciendo todos los cálculos y planeando mentalmente todo el vuelo hasta Medellin.

Me di cuenta que estábamos volando en “terreno prohibido”, en el espacio aéreo para los grandes jets y rápidamente llamé a la torre de este aeropuerto para dejarles saber que solo estaríamos pasando por un lado mientras de nuevo le gritaba a Manuel que se alejara.

A medida que virábamos pude ver entre las nubes uno de los jets de la compañía Avianca pasar majestuosamente un poco más abajo. De nuevo sentía ese frío en el estómago y trataba de controlar mi pánico interno. No acababa de salir de un susto y ya nos estábamos metiendo en otro.

Me sentía como si fuéramos dos niños que nos habíamos robado un avión y pronto nos íbamos a estrellar contra algo. Pero tomé de nuevo el mando de la situación y como si fuera un instructor empecé a indicarle a Manuel los cambios de altura y rumbo para dirigirnos hacia Medellín.

De pronto pensé que entrar a Medellín con la experiencia que yo tenía era algo así como suicidio. Se me ocurrió hacer una parada intermedia en una ciudad que ya conocía en mi entrenamiento llamada Mariquita a mitad de camino en el valle del río Magdalena.

– Manuel… porque no vamos a Mariquita y hacemos unos aterrizajes de práctica para así conocer mejor este avión– le dije. La idea al principio pareció confundirlo pero después estuvo de acuerdo. Sentía como si un gran peso se me quitara de encima y podía percibir de nuevo el mundo en sus colores reales.

Rápidamente busqué los datos de este aeropuerto en el manual de rutas de Colombia, coloqué las frecuencias en el radio de comunicación y en el de navegación y acto seguido puse a Manuel a seguir al pie de la letra mis instrucciones.

Apareció Mariquita entre el hermoso y verde valle del Magdalena. Me comuniqué con la torre y les dije que solicitábamos varios aterrizajes de práctica. Vi a Manuel que de nuevo empezó a ponerse tenso y le propuse que le ayudaba un poco con la cabrilla para que los dos lo aterrizáramos al mismo tiempo. No me daba cuenta del error que estaba cometiendo.

Una vez nos acercamos a la pista vi que Manuel empezaba a subir la nariz antes de tiempo y yo insistía empujando en sentido contrario lo que ocasionó que el avión entrara en una peligrosa oscilación.

Pronto me di cuenta que si seguíamos así íbamos a romper el tren de nariz contra la pista. Casi al mismo tiempo ambos gritamos, “¡Sobrepasoooo!, Que significa abortar el aterrizaje y volver a subir.

Manuel llevó el acelerador hacia delante pero el avión no parecía acelerar y no tomábamos altura. – ¡Suba el tren! –, le grité. Enseguida lo subió pero aun así poco a poco el avión se acercaba a los árboles. –Le vamos a pegar a los árboles… ¿Que pasa que no sube?– Afortunadamente Manuel recordó que había que llevar adelante también el control de la hélice. – ¡La hélice! –, Gritó y rápidamente empujó los controles azules hacia adelante. De pronto se sintió una fuerte aceleración seguida de una oscilación mientras los motores nos empujaban fuertemente hacia delante.

Pudimos por fin subir y Manuel empezó a virar a la izquierda para intentar de nuevo otro aterrizaje. Con esto yo acababa de “explotar”, ya había visto demasiadas estupideces en este día y no estaba dispuesto a aguantar más.

Con voz de mando dije, –Manuel, ¿Sabe que?…¡Ya no más!, De ahora en adelante yo voy a volar el avión y usted se encarga de lo demás. – Manuel me respondió, –Ok, yo le ayudo porque usted no sabe volar este avión…–, Y le respondí, – ¡Nooo, lo voy a volar solo yo!…Yo ya he tenido experiencia previa en este avión. – Le estaba mintiendo pero era mi instinto de supervivencia quien se impuso en ese momento.

Tomé la cabrilla y exprimí mi mente para acordarme de todo lo que había leído sobre los bimotores. Recordaba que la línea azul en el velocímetro era una velocidad importante de seguridad y reduje la velocidad exactamente a esta línea.

Di la vuelta para iniciar de nuevo la aproximación y le dije a Manuel que bajara el tren y se encargara de todo lo demás. Para mi sorpresa lo vi más calmado y hasta bromeando con el de la torre sobre no olvidar la bajada del tren. Me concentré y centré el avión con la pista. Le pedí a Manuel que chequeara todo y que bajara los flaps al máximo.
 
 

Con pequeñas correcciones logré aterrizar con tanta suavidad que Manuel enseguida me celebró, – ¡Bravo que buen aterrizaje!...Mío el avión yo lo sigo llevando…– Y enseguida reaccioné, – ¡Nooooo, no lo toque! Solo yo voy a carretearlo. – (manejo en tierra).

Después de descansar un poco y tomarnos unos refrescos decidimos continuar con el vuelo hacia Medellín. Otra vez sentí ese vacío en el estómago. Despegamos sin problema y nos dirigimos hacia la entrada al majestuoso valle de la segunda ciudad de Colombia, Medellín.

Manuel de pronto dijo, – ¡Ya se donde estoy! Yo le voy diciendo por donde debemos seguir. – Me fue así indicando por donde hacer cada viraje y eso me hizo sentir mucho más aliviado. Rodeamos la ciudad por las laderas orientales para evitar el tráfico de otros aviones. Nos comunicamos con la torre del aeropuerto “Olaya Herrera” y sin problema nos autorizó a aterrizar. Preparamos todo para el aterrizaje pero hubo un gran detalle que de nuevo Manuel omitió.

La pista solo estaba disponible unas dos terceras partes y había una cerca (valla de alambre) que hasta ahora yo no había divisado. Afortunadamente hice una aproximación bastante baja y me acuerdo que al sobrevolar el campo de golf que está antes de la pista pude ver a varios golfistas volteando sus cabezas en sorpresa al verme tan bajo.

 Aterricé bastante suave y fue cuando Manuel me empezó a decir, –La cerca, ¡La cerca! – Yo no entendía que me estaba diciendo hasta que para mi horror vi algo completamente fuera de lugar… ¡Una cerca en medio de una pista! !No podía creerlo! Enseguida viré hacia la derecha mientras presionaba fuertemente los pedales de los frenos.

Carreteamos el avión hasta la rampa y yo mantenía mis ojos bien abiertos como esperando la siguiente sorpresa. Apenas bajé del avión exhalé un “madrazo” agradeciendo a Dios y a mis angelitos que estaba vivo para contar esta historia.

Mientras Manuel entregaba el avión a su dueño me dijo que me quería llevar a Calí donde un instructor nos iba a dar el curso de este avión para así luego ir a la selva a volar. Y pensé, – Ir a la selva a volar…Obviamente será a volar con “aerococa”, noooo prefiero mi agua panela (bebida dulce de los pobres), yo no quiero matarme en la jungla o que me maten los narcos, nooo. – Y le dije a Manuel, – Gracias por la oferta pero quiero que me compre ya un pasaje para devolverme a Bogotá pues yo prefiero continuar en la escuela.

Pensé que me iba a dejar tirado en ese mismo sitio pero me dijo, – Tranquilo Carlos, vamos ya a comprar los tiquetes y nos vamos juntos para Bogotá.

Ya de regreso en Bogotá le conté a mi esposa Cony de mi gran aventura y recuerdo que ella me dijo que durante todo el día tuvo fuertes presentimientos de que yo estaba pasando algún peligro.

Luego supe que Manuel siguió volando con los “narcos” pero yo por mi lado continué estudiando en la escuela y segui tomandome mi “aguapanela”.

viernes, 23 de abril de 2010

EL ROSTRO DE LA MUERTE

Viene aquí una de las historias más intensas que he tenido en lo que llevo de vida y donde la muerte estuvo rondando tan cerca que mi perspectiva de la vida cambió de forma bastante brusca.

Tenía solo unas cincuenta horas de vuelo en la escuela, por el año 84, lo que equivale apenas a un cuarto del total requerido para graduarme. Me soñaba con volar como copiloto de algún vuelo privado o comercial y cuando escuchaba que mi amigo Manuel, el famoso capitán “Nido” tenía la oportunidad de volar uno de estos aviones como piloto le pedía que me diera chance de ser su copiloto.

El me hacía creer que él ya tenía bastante experiencia de vuelo en aviones privados y que los dueños de los aviones lo dejaban volarlos aunque todavía no tenía su licencia comercial. Cuando sabía que había la posibilidad de un vuelo con él, me ponía mi uniforme con mis presillas de tres barras de copiloto sobre los hombros y rondaba por el aeropuerto esperando el maravilloso momento que al final nunca llegaba.

Me di cuenta que Manuel andaba muy nervioso y a cada rato me cambiaba las historias y razones por las que no podía volar con él. Me contó que quería entrar al mundo del narcotráfico y ser alguien poderoso en ese medio. Ahora comprendía un poco más todo lo que le ocurría. Esto me causó desconfianza y decidí alejarme pues no quería saber nada de problemas con la ley.

Pero llegó el día que en realidad Manuel llegó a necesitar un copiloto. Tenía que llevar un avión bimotor que estaba en mantenimiento desde el aeropuerto de Guaymaral hasta Medellín y lo que yo no sospechaba es que él no tenía experiencia en este avión ni tampoco en la ruta a seguir.

Me dijo que me necesitaba para este vuelo por mis conocimientos en navegación y al principio no solo no le creí sino que desconfiaba que se tratara de un vuelo con droga a bordo. Me llevó al hangar y pude constatar que simplemente era un vuelo de regreso a su base sin ninguna carga a bordo.

Acepté y me puse de nuevo mi uniforme. Estaba feliz porque por fin se hacía mi sueño realidad de poder volar de copiloto en un avión más avanzado a lo que estaba acostumbrado a volar.
Llenamos el plan de vuelo con la torre de control y sacamos del hangar un hermoso avión bimotor Seneca II de la marca Piper.

Tenía instrumentos más avanzados y estuvimos unos minutos repasando con Manuel como usarlos. Yo tenía en mi mente que él ya tenía experiencia en este avión y así procedí a mis labores completamente tranquilo y disfrutando de cada instante.


Este es un hermoso Piper Seneca II en la rampa del Olaya Herrera en Medellín,
el mismo modelo y muy similar al avión de esta historia. Al igual que el
Piper monomotor en el que me inicié solo tiene al lado derecho una puerta.

Vista desde el lado del copiloto del panel de instrumentos del Piper Seneca.
 Se pueden ver los dos aceleradores negros y a su derecha los dos
 controles azules del paso de la hélice (¡que no sabía como se usaban!)
y los dos controles rojos de la mezcla de la gasolina.

Iniciamos los motores y nos dirigimos a la cabecera de la pista uno cero para iniciar nuestro despegue. Noté que a nuestra derecha estaba formándose una espesa nube negra de tormenta que poco a poco iba acercándose y dejaba caer ya sus primeras gruesas gotas anunciando fuerte lluvia.

Le pregunté: –Manuel, ¿el plan de vuelo era por instrumentos?– (para volar con baja visibilidad), me respondió que no. Y le dije que pronto no podríamos ver nada pues estaba viniéndose encima una espesa lluvia. Esto pareció apresurarlo a acelerar al máximo para el despegue. Llamé rápido a la torre para pedir autorización para el despegue antes de que se dieran cuenta de que ya estábamos acelerando.

Por un momento creí que no nos iban a autorizar por la lluvia, pero vino la calmada voz del controlador, –Viento en calma, autorizado a despegar– Fuimos tomando velocidad pero me di cuenta que a medida que avanzábamos se hacia más oscura la pista por la lluvia y Manuel empezaba a desviarse a la derecha. Le dije, –Manuel se esta desviando a la derecha…cuidado!–,

Al ver que ya íbamos a tocar el borde, instintivamente presioné el pedal contrario para corregir a la izquierda, pero Manuel en vez de corregir reaccionó sorpresivamente halando la cabrilla lo que hizo que despegáramos prematuramente activando el chillido de la alarma de pérdida y enseguida gritó una frase que me heló la sangre. – ¡Nos vamos a matar!

...Continuará.

jueves, 22 de abril de 2010

VOLANDO ENTRE PRINCESAS (2a parte)


Continuación:

– Listo papi, ¡Ahora! ¡Suelte los cables de la nariz y hágase debajo del ala! – Le grité. Con todo cuidado soltó los cables y con cara de susto se hizo debajo del ala.

Era el momento del equilibrio, no solo tenía mis alas niveladas y la nariz de la cometa alineada con el viento, sino que también aquel abismo que existía entre mi padre y mi deporte había desaparecido.
Fue un momento mágico que el destino escogió para acercarnos.

Me concentré para lograr ese estado mental donde uno se vuelve uno con las alas y el viento. Di un paso en tierra y el siguiente “patiné” en el aire. Rápidamente cambié a la cómoda posición acostado tomando la barra de control inferior del triángulo, metí mis pies dentro de la extensión del arnés a modo de una suave y caliente oruga. Hice mi acostumbrado grito al estilo mexicano que la verdad ya me hacía falta. !YIIIIJAAAA!!!!

Enseguida empecé a subir y a sentir el silbido de los cables y la vela al cortar el viento. Es un sonido especial que solo una cometa avanzada le puede brindar a los oídos del piloto.

Con un pequeño viraje regresé y sobrevolé el área de despegue, saludé a mi padre y le grité, – ¡Perfecto el despegue! – Enseguida me concentré en estudiar las curvas de esta gran hembra que era la montaña y que me mantenía a flote con el viento que recogía del valle.
Una vez encontré la zona ascendente maniobré varias veces para llenarme de su energía potencial.

De pronto descubrí que yo no era el único volando pues por otra ladera, un poco más alto, venía otro cometista. – ¡Waoo! Debe ser algún piloto avanzado de esos que salen en las revistas. – Más adelante hice otro descubrimiento.

Aparte de Guillermo había otro grupo de personas en otra parte de la ladera que parecían estar preparándose para despegar. Pero no veía ninguna cometa. Parecía que arrastraban algo detrás de ellos. Enseguida ese algo se infló y pude ver que se trataba de dos hermosos parapentes alzando vuelo. Eran de colores muy modernos.

No aguanté la curiosidad y empecé a volar sobre ellos. Me sentía en medio de un documental de aviación deportiva lleno de perspectiva y vivos colores donde yo era la cámara a través de la cual cientos de espectadores estaban viendo un gran espectáculo.

Empecé a virar de tal forma que volaba en círculos alrededor de uno de los parapentes que más me llamaba la atención. Al cabo de varios círculos vi que el piloto me hacía fuertes gestos con sus brazos. Al principio pensé que me estaba saludando pero enseguida me di cuenta que me estaba ordenando que me retirara y que no volara tan cerca de él. Me sentí como un niño regañado que lo sacan del recinto donde los mayores se están divirtiendo. Ver estos parapentes prácticamente flotando al lado mío era un verdadero deleite.

Después de casi dos horas de volar y disfrutarme el paisaje árido y esplendoroso de este sector del sur de California decidí despegarme de la montaña para iniciar mi aproximación. Me esperaba el fondo de un río, pero era un río seco que nos ofrecía una perfecta zona de aterrizaje.

Hardy y mi padre ya estaban abajo esperando ver con detenimiento como me desenvolvía en mi aproximación esperando que pasara la “prueba” en la cometa de Hardy. Hice mi esquema mental, lo seguí al pie de la letra para coincidir con la toma de tierra en el sitio indicado.

Entré al tramo final, cambié a mi posición erguida, subí mis manos a las barras laterales, vi como el lecho seco del río se acercaba y la gente que esperaba abajo se reunía alrededor mío como un grupo de espectadores pendientes del más mínimo error.

Todo marchaba bien y empecé a volar a ras del piso. La velocidad disminuyó al mismo tiempo que el sonido del aire a mí alrededor. Llegó el momento de forma instintiva de empujar la barra para exprimir el último jugo de sustentación de la cometa y poder colocar mis pies sobre la tierra.

Empujé fuerte y al tratar de poner mis pies sobre la arena sentí como si alguien me los halaba hacia atrás y me di cuenta ya muy tarde que ¡Había olvidado sacar mis pies de la oruga del arnés! Era el arnés de Hardy y no estaba acostumbrado a este tipo de arnés!

No tuve más remedio que apoyarme como un “gusano” sin pies en la arena, perdí el equilibrio y de forma casi graciosa me dejé caer golpeando no muy fuerte la nariz de la cometa. Me levanté y Hardy llegó corriendo, – ¿Are you OK? – Me dijo, le respondí que si y que sentía mucho haber golpeado un poco su cometa pero ¡Se me había olvidado en que tipo de arnés venía! Puse la cometa a un lado y vi que los parapentes venían también aproximando.

Estaban tres muchachos parapentistas ya en tierra comentando sobre sus dos compañeros que se acercaban a aterrizar. Me acerqué a ellos para compartir mis experiencias sobre el vuelo. Supe que quienes venían aproximándose eran dos bellas mujeres. – ¡Oh, que interesante! – dije, y uno de ellos a modo de burla dijo, –…Pero no creo que las chicas lo hagan mejor que nosotros, je, je. –

Ahora entiendo la femenina reacción de rechazo al acercarme a ella en pleno vuelo. Me sonreí y vi como estas damas iniciaban lentamente su aproximación. La primera inició una final bastante larga a modo de asegurar de modo conservador el área de aterrizaje. Se acercó a todos nosotros dejando ver su hermosa figura rodeada de delicados colores fucsia y rosados y un imponente y estilizado parapente de alto rendimiento.

Se acercó al piso, haló a fondo los dos controles y con la gracia de una princesa posó sus pies muy suavemente en la tierra como si acabara de bajarse de su carroza real al frente del palacio donde toda la servidumbre estaba esperándola. Más de uno aplaudió por tan perfecto aterrizaje. Los muchachos enmudecieron.

Enseguida apareció la siguiente princesa desplegando un parapente de líneas perfectas y colores preciosos. A medida que se acercaba, su traje de vuelo dibujaba un cuerpo atlético y elegantemente femenino. Se sentía el silencio de todos los espectadores ante tan bello espectáculo.

En ese momento recordé que fueron precisamente un par de mujeres quienes hace unos cien años atrás reunían cientos de espectadores que dejaban de respirar al verlas haciendo saltos de paracaidismo desde globos aerostáticos.

Nuestra bella dama se acercó, frenó su ala y colocó sus pies como una reina caminando sobre la alfombra roja después de pararse de su trono. Volvieron los aplausos. Los muchachos se miraron entre si y uno de ellos dijo negando con la cabeza, – No puede ser… algo tuvieron que haber hecho mal. – Enseguida nos reimos a carcajadas.

Me fui como niño curioso a observar de cerca a una de las “princesas” y recuerdo que le preguntaba sobre su parapente. Su suave piel morena, grandes ojos y liso cabello negro brillante me llevaron a preguntarle sobre su origen. Me dijo que sus padres eran de origen hindú. Más interesante todavía.

 Me sentía como adolescente enamorándose de una de las bellezas exóticas del circo aéreo. Al ver que le preguntaba sobre su parapente como cualquier espectador me dijo, – Deberías probar el vuelo, es algo fantástico. – Me di cuenta que estaba comportándome como un completo ignorante del vuelo y creo que estaba simplemente maravillado poniendo cara de neófito disfrutando de tan femenino encuentro. Le dije que había aterrizado antes que ella en una cometa y ella se echó a reír diciéndome, – ¡Oh! Perdone ¡No parecía que fuera piloto, ja, ja! –

Después de que Guillermo realizó uno de sus mejores aterrizajes nos fuimos a casa comentando los puntos interesantes de aquella aventura de este día.

A medida que nos acercábamos a la gran urbe, silenciosamente yo revivía aquel mágico vuelo… entre princesas.


miércoles, 21 de abril de 2010

VOLANDO ENTRE PRINCESAS


Eran esas épocas de los finales de los ochenta cuando vivía en Los Ángeles. Estaba construyendo mi planeador Lady y no tenía ninguna actividad de vuelo excepto algunas veces en la escuela de aviación donde volaba un avión Cessna 152, pero debía ser con instructor mientras lograba la suficiente experiencia de radio en inglés como para volar solo.

Este aeropuerto pertenecía al área del College de Long Beach al sur de Los Ángeles donde también estudiaba después de trabajar fuerte en la zona de carga del aeropuerto internacional.

No tenía forma de volar en cometa a menos que rentara una y no solo era muy caro sino también debía presentar un examen de vuelo. Me sentía frustrado al no poder practicar mis deportes del aire.

Algunos días acompañaba a Guillermo a volar su cometa en el área de Sylmar al noroeste de Los Ángeles. Guillermo fue un gran amigo a quien le enseñé a volar en Colombia y que emigró luego a los Ángeles donde se estableció.

Con el tiempo ahorró y se compró una hermosa cometa de alto rendimiento. Me sentía muy orgulloso de saber que le había enseñado a volar y verlo remontarse sobre este gran valle era un regalo para mi.


Hermosa foto en blanco y negro de Guillermo despegando
 en Sylmar, California con su nueva cometa.

Sentados con mi padre, Darío Madrigal (izquierda) observando el maravilloso
 paisaje de los valles de los Ángeles en la rampa de despegue de Sylmar.
 A la izquierda de la rampa se puede ver un pequeño letrero rojo que dice
 “HOOK IN”… ¡Cuélguese! para ayudar a los pilotos evitar el posible
 fatal error de olvidar colgarse a la cometa.
La oportunidad de volar se me presentó cuando un piloto instructor llamado Hardy, muy amigo de Guillermo, le dijo que tenía una Dove -B, que era la misma cometa de entrenamiento que usábamos en Colombia y que me la podía prestar. ¡Me llegó la oportunidad! Me llené de emoción y coordinamos un día para volarla.

Hardy me dijo que quería verme volando en un sitio bajo para ver mi experiencia. Fuimos al sitio de aprendizaje y logré convencerlo con mis vuelos de que me prestara su cometa avanzada llamada Diamond.

El puso un poco de resistencia y me puso pruebas más difíciles volando esta cometa desde poca altura lo cual es bien complicado y requiere de fuerte carrera con poco viento y rápidas maniobras para el aterrizaje.

Finalmente accedió a dejármela subir a la alta montaña. Yo estaba feliz después de casi un año de no haber volado.

Recuerdo que mi padre me dijo que andaba como aburrido y que le gustaría acompañarnos a la aventura. Me sentía extraño pues era raro que él se animara a compartir con nosotros un día de vuelo, pienso que él nos veía todavía como muchachos dedicando el tiempo libre a hacer locuras. Pero este día el iba no solo a acompañarnos sino a ser parte del equipo de despegue.

Subimos las cometas al carro de Hardy y nos dirigimos a una montaña al sur de Los Ángeles llamada “Soboba mountain” que se encuentra dentro de una reservación indígena. Acordamos que Hardy y mi padre regresaban en el carro mientras Guillermo y yo volábamos.

A la mitad de la subida vimos a un hombre con sombrero vaquero con una larga pluma, sentado en una silla a la orilla de la carretera sosteniendo una cuerda que atravesaba la vía.

Nos detuvimos y él, con voz de borracho, nos explicó que estábamos entrando en la reserva indígena y que debíamos pagar un dinero. Pagamos el “peaje” y continuamos la subida comentando sobre la vida de estos “indígenas” modernos.

En una de las curvas en el camino a la cima pude ver el inmenso y espectacular paisaje de este valle. Se podía ver Los Ángeles lejos al lado norte y a la izquierda se alcanzaba a divisar el océano pacífico. ¡Que sentimiento tan intenso! Quería estar ya volando sobre este precioso valle.

Llegamos por fin al área de despegue y preparamos las cometas. A diferencia del otro sitio aquí no había rampa de despegue y tuvimos que improvisar nuestra pista de acuerdo al viento.

Mi padre tomó parte activa y me ayudó con todo lo necesario para ensamblar la cometa y llevarla cerca al desnivel para preparar el despegue. Una vez estaba listo le dije, – Bueno papi, tome los cables de la nariz y no los suelte por nada hasta que yo le diga. –

Nunca lo había visto tan cuidadoso y entregado a ese momento. Para él, sentir que tenía la responsabilidad de cuidar de mi despegue y que tenía literalmente mi vida en sus manos me hizo recordar cuando me protegía de algún sitio peligroso cuando era niño.

Tal vez esa forma inconsciente de sobre protegerme de los peligros fue lo que me impulsó a acercarme a ellos. Lo tranquilicé diciéndole que lo estaba haciendo muy bien.
– Listo papi, ¡Ahora! ¡Suéltela y hágase debajo del ala! – Le grité.

...Continuará.

martes, 20 de abril de 2010

A RESCATAR MÍ LICENCIA


Recién llegado de Denver a Colombia (1985) fui de nuevo al Aeroclub para continuar estudiando pero me estrellé de nuevo con la burocracia de mi país. Tenía que renovar mi licencia de alumno para poder seguir volando. Con paciencia y resignación fui al edificio de la Aeronáutica Civil para pedir que me renovaran mi licencia.

Las sorpresas negativas continuaban. El encargado me dijo que tendría que entrevistarme con el jefe de licencias. Pedí la cita y volví así de nuevo al aeropuerto. El jefe me dijo que al yo haber dejado de estudiar en esta escuela por mas de un año ellos “consideraban” que yo no estaba tomando en serio mi carrera y que no me iban a renovar la licencia. No podía creerlo.

Sentí que se me desbarataban mis sueños de algún día ser piloto comercial. Le expliqué que había ido al exterior para estudiar inglés y que también había hecho unas horas de vuelo. Pero esto no valió nada y quedó inconclusa mi visita. Me sentí como si hubiese recibido el peor de los castigos… salir sin licencia para volar.

Para estas épocas pude entrar de profesor a un colegio bilingüe al norte de Bogotá llamado Liceo de Londres. Mi angelito poco a poco se encargo de ir armando un milagrito por donde menos me imaginaba.

Era profesor bilingüe substituto de matemáticas en los cursos de tercero y cuarto primaria y profesor de dibujo técnico en los cursos de bachillerato.

Pronto hice amistad con algunos de los niños del colegio. En el recreo se acercaban y conversaban conmigo. Del curso tercero hice especial amistad con un divertido muchacho que al igual que yo le gustaba estar más bien solitario. Me preguntaba muchas cosas y de pronto un día me dijo que le gustaría que yo le diera clases privadas en su casa.

Yo pensando en ganar algo extra le dije que aceptaba gustoso. El habló con sus padres y ellos me llamaron para que hablara con ellos.
Fui a su casa y se me hizo interesante que estaban ubicados en un sector residencial de clase social bastante elevado. Al principio no reconocí al padre pero era Fabio Valencia Cozio quien es ahora, casi treinta años después, uno de los ministros mas importantes de Colombia.

Empezamos así un horario de clases extras en las que yo principalmente lo motivaba a mejorar en sus estudios. Esto hizo que este niño se sintiera mucho más cercano a mí. Yo era su mentor para muchas ideas que el tenía en su temprana imaginación.

Y un día llegó el milagro. Estábamos en un recreo caminando al lado del campo de fútbol del colegio cuando me preguntó, – ¿Profe Carlos, usted siempre va a ser profesor? –, – Bueno, no… yo estoy estudiando para ser piloto de aviones. – El enseguida con una gran sonrisa miró hacia el cielo y extendiendo sus brazos dijo, – ¡Waoooo que rico! ¡Volar un avión!, –

Le expliqué que todavía tenía que estudiar un poco más para lograr mi licencia pero que ahora tenía el problema de que no me habían dejado renovar mi licencia de estudiante. No sé porque se lo dije, pues eso tal vez él no lo entendería, pero enseguida llegó la sorpresa cuando me dijo, – Ah, si, yo he escuchado algunos de esos problemas cuando mi mama le cuenta a mi papa sobre su trabajo. –

Enseguida intrigado le pregunté, – ¿Y cual es el trabajo de tu mami? – , – Ella es la directora de la Aeronáutica Civil de Colombia. – No podía creerlo! Lo dijo con tanta propiedad que no podía estar bromeando. Tenía ante mí una gran coincidencia pero en realidad era mi ángel cuadrando su ajedrez.

Ante esto le dije enseguida que me gustaría hablar con ella para que me ayudara a recuperar mi licencia. Aquella misma noche ella me llamó y diligentemente tomó mis datos y me dijo que iba a ver en que me podría ayudar. Para mi gran sorpresa al siguiente día me llamó y me dijo que tal vez todo había sido un error pues en la oficina de licencias ya tenían mi licencia lista. ¡De nuevo no podía creerlo! Ellos me habían dicho que no me la podían dar. Pensé que tal vez querían “un billetico” para que reconsideraran… pero ¿Porque ella me dijo que había sido un error?

Salí en mi día libre a la oficina del aeropuerto y pregunté si sabían que había ocurrido con mi licencia. Uno de ellos me dijo en voz baja, – Hombre, ¿Usted que fue lo que hizo? Aquí vino la jefe mayor y nos puso a sudar frío buscando arreglar lo de su licencia. Le dijimos que había sido un error y que ya la podía recoger. La próxima vez avise. –

Me entregaron mi licencia de estudiante y salí pensando en el mal rato que pasaron por tratar de buscar dinero fácil por mi lado. ¡Rescaté mi licencia!

Poco después regresé al Aeroclub. Sentía que de alguna forma había perdido algo que había dejado hacia dos años atrás. Pero lo que si no había cambiado era el capitán Potes que seguía igual de autoritario e intimidante.

Me puse de nuevo el uniforme blanco y negro de la escuela y seguí estudiando.
Iba a la escuela después de dar las clases en el colegio tomando algún bus del mismo colegio que me dejaba lo más cerca posible a la entrada del aeropuerto de Guaymaral.

 Recuerdo que me tocaba pedirle el favor al instructor de vuelo para que me esperara y me diera la clase al final del día. Afortunadamente así pude continuar con mis estudios.

¡Gracias a la familia Valencia Cozio y al Eterno que me ama y me guia!


El HK-2247-I de Aeroclub...gratos recuerdos en este avión.

lunes, 19 de abril de 2010

LAS FIESTAS DE TENA (2a parte)


Continuación...

Visualmente todo indicaba que iba a estrellarme. – Vamos tricolor…Tu puedes, tu puedes. – El borde se me vino encima y por un momento pensé en abandonar todo y prepararme para aterrizar forzosamente entre los árboles.

Como en un sueño las copas de los árboles de esa densa jungla pasaron a pocos metros de mi vientre y enseguida apareció una gran pared de piedra hacia abajo. Alcé la mirada para ver hacia el frente y vi como toda la cordillera seguía en bajada mostrándome la continuación de muchos valles que se interconectaban entre si hacia el valle del Magdalena.

Enseguida llamé a Juan Pablo. – ¡Paseeee!.. ¡Pasé al otro lado! – Se puso más contento que yo y gritaba por el radio como si el estuviera volando conmigo.

– Carlos, estoy bajando por la carretera pero no lo veo. – Me dijo. Y le respondí, – Voy a buscar alguna referencia cerca de algún pueblo y le aviso. –

Pude ver como abajo el terreno se alejaba y se alejaba. Era como estar tomando altura sin estar subiendo. Estaba adentrándome en el lugar de mis sueños. Ya podía sentir como la temperatura era más agradable y el olor a vegetación tropical me invadía. Pude ver el área que había escogido en caso de emergencia.

Me divertía mirando cada uno de los ranchos allá abajo. Estaba en la mitad de mi éxtasis cuando de pronto vi algo adelante en el horizonte que se mantenía fijo y mi alegría se convirtió en pánico. Tres inmensos cables de alta tensión eléctrica venían rápidamente hacia mí!

Mi primera reacción fue, – ¡Pero de donde carajos salieron! – Y enseguida instintivamente empujé la barra al máximo para frenar completamente la cometa. Los cables estaban tan cerca que pude ver el gran diámetro de cada cordón. En seguida la cometa entró en pérdida, bajando violentamente la nariz y felizmente el poste superior del ala no alcanzó a tocarlos.

Con mi voz todavía temblorosa por el susto llamé por el radio, – Juan Pablo… ¡Casi le pego a unos cables de alta tensión!.. ¡Jueeeputa susto! –, Y me dijo, – Desde aquí no logro verlo todavía ni tampoco veo ninguna torre o le hubiese dicho. Dígame que ve al frente suyo para ubicarlo. –
 – Veo un pequeño pueblo, que estoy próximo a sobrevolar para seguir bajando más por el valle. –,
 – Ok, Carlos… Sigo bajando y voy a averiguar. – Volví a entregarme a la magia de tan espectacular vuelo. Sobrevolé el pequeño pueblo y me gustaba saber que podía disfrutarlo sin tener que aterrizar todavía. Enseguida el valle volvió a bajar dándome más y más altura extra para continuar con mi aventura.

Respiraba profundamente para llevarme conmigo muestras de aire de recuerdo por cada metro que avanzaba. Más adelante vi un pueblo un poco más grande y después del pueblo solo veía espesa jungla. Pensé que no era buena idea seguir bajando por esta cordillera y que lo mejor era intentar aterrizar cerca de este pueblo y pedir ayuda. Llame por el radio.

– Juan Pablo… tengo adelante un pueblo con unos cerros y una carretera a su derecha, averigüe que pueblo es. –, – Copiado Carlos voy a averiguar. –
Después me llamó, – Me dicen por aquí unos campesinos que es San Antonio de Tena. – Y le respondí, – No se si sea este pueblo pero voy a aterrizar al lado, no se todavía donde pero lo llamo apenas esté abajo. –, –Listo Carlos, mucha suerte y espero su llamada. –

Me sentía llegando a otro planeta que poco a poco iba cobrando realidad a medida que hacia círculos para perder altura. Mis ojos empezaron a rastrear el área alrededor buscando el sitio más apropiado para aterrizar pero no había nada ni parecido. Me empecé a preocupar pues se acercaba la realidad de un aterrizaje forzoso. Sobrevolé más de cerca al pueblo y pude ver sus calles, la plaza principal, caballos, carretas y algunos aldeanos caminando. – Debo llamarles la atención en caso de que necesite ayuda –, Pensé.

Vi a un desprevenido muchacho caminando por una calle y le grité, – ¡Holaaaa, holaaa, voy a aterrizar, ayúdameee! – El muchacho me miró y abrió su boca como si estuviera viendo una aparición. Pero reaccionó y salió corriendo hacia donde yo me dirigía.

Enseguida mi mente entró en modo automático y solo se ocupó de buscar el lugar para regresar al planeta tierra. Un poco más adelante vi a un lado del pueblo lo que parecía ser un pequeño campo de fútbol. Enseguida viré y me concentré en llegar allá a como diera lugar.

Cuando me acerqué descubrí que era demasiado pequeño y ya no tenía altura para buscar otro sitio. Mi mente entró en emergencia y como un computador a alta velocidad empezó a analizar uno por uno los árboles y arbustos que rodeaban este campo.

Elegí un árbol bajo y bastante frondoso. – ¡Será mi lugar de aterrizaje! – No podía creerlo… ¡Un árbol!..pero mi piloto automático ya estaba enfilando la cometa directamente hacia él, no había más opción.

Tomé velocidad para enfrentarlo y cuando todo mi campo visual lo invadió su verde follaje empujé la barra en un fuerte frenado para convertirme en un gran paracaídas. Solté la barra y me recogí en la posición de emergencia cubriendo mi rostro y mis costillas.Sentí el sonido de mil hojas que me recibieron como un colchón mágico.

 Todo se detuvo y al abrir mis ojos recordé mi niñez cuando mi madre me decía que me bajara del árbol y que ya estaba bien de juego. Instintivamente me agarré fuerte a la primera rama que encontré, pero me di cuenta que no era necesario. La cometa quedó anclada a las ramas a solo dos metros de altura y... No tenía ni un rasguño!

Solo se había doblado la antena del radio. Me paré en el triángulo de control para descolgarme y logré deslizarme por las ramas de mi árbol salvador hasta el piso. Parece que aquel muchacho al que le grité antes de aterrizar esparció la alarma pues en menos de un minuto quedé invadido de niños y campesinos preguntándome si estaba bien y como podían ayudarme.

Estaba sorprendido. Ni siquiera me dejaron hablar y como hormigas cargando una mariposa gigante la soltaron del árbol y la sacaron del potrero a un camino que llevaba al centro del pueblo. – ¡Esperen! … Para donde la llevan… ¡Con cuidado! – Y un joven me dijo, – Tranquilo que la llevamos a la plaza central para iniciar las fiestas. –, – ¿Cuáles fiestas? – Le dije. – Las fiestas de Tena… A usted lo mandaron los que organizaron las fiestas, ¿No? – Me quedé callado y me sonreí.

 Acababa de comprender que estaba en medio de la más graciosa coincidencia. Todos pensaban que yo era parte de la función para “prender” las fiestas del pueblo. Me quité el arnés, el casco y seguí a la multitud como uno más de la procesión.

Llegamos a la plaza central y dejaron la cometa en todo el centro como un gran trofeo. Los niños enseguida rodearon la cometa y llegaban más y más curiosos. Uno de los campesinos con mucho orgullo me ofreció una deliciosa y fría cerveza que me devolvió a la vida pues tenía sed de verdad.

Empezaron a colocar música de fiesta de pueblo y entre baile, cerveza y aguardiente se prendieron las fiestas.

No podía creerlo. – Cuando le cuente esto a Juan Pablo y a mi gente del club no me lo van a creer –, Me decía.

Solté el radio de la cometa, le ajuste la antena y llamé a Juan Pablo, – Juan Pablo... Me escucha... –, Después de un buen rato por fin logré contacto… – Carlos me escucha… –, – Juan Pablo, estoy en San Antonio de Tena, y aterricé bien afortunadamente. – Y se escuchó su voz, – ¡La puteriaaaa Carlos lo logramos! … Me encontré a un campesino que me va a guiar, ya voy para allá... ¡ Que verraqueraaa!.. ¡ Ijaaaaaaa! . –

Como a los veinte minutos entró triunfante Juan Pablo en su camioneta y mirando a su alrededor no podía creerlo tampoco. Nos abrazamos por el triunfo y alguien le brindó un trago de aguardiente. Empezó a reírse a carcajadas y me dijo extrañado, – ¿Pero porque están todos tan prendidos? – Y le dije, – Hombre Juan Pablo…Que nos íbamos a imaginar... Todos creen que nosotros somos parte de los organizadores… – ¿Organizadores de que? – Y brindando le dije, – Juan Pablo... ¡Bienvenido a las fiestas de San Antonio de Tena! –

sábado, 17 de abril de 2010

LAS FIESTAS DE TENA


(Junio de 1985) . Mientras le daba instrucción a Juan Pablo García salía a cada rato el tema de volar de algún sitio cercano que fuera lo suficientemente alto como para bajar volando hacia el gran valle del Magdalena.

Juan Pablo era muy gomoso del vuelo en cometa y me motivaba diciéndome, – Carlos, busquemos el sitio y hágase ese supervuelazo… Vamos en mi camioneta. – Recuerdo que era una pequeña camioneta roja Mitsubishi. Cuando él me decía eso a mi se me hacia un nudo en el estomago…Era la mezcla del deseo intenso de sentir un vuelo así, el miedo de saber que no tenía experiencia para hacerlo y que podría ser muy peligroso.

 Mi mente se puso poco a poco a ensamblar el misterio de ese vuelo. La idea de experimentar la gran libertad de escapar del altiplano y volar hacia un inmenso valle me sobrecogía de emoción.

Un día que estábamos en el aprendedero con Juan Pablo le dije que ya me había decidido a hacer este vuelo y que podíamos empezar a buscar el sitio apropiado para despegar después de su clase.

Recogimos la cometa y salimos en dirección contraria a Bogotá.
Salir en busca de la salida al valle ya me hacia sentir palpitaciones y la adrenalina de una nueva aventura.

Bajamos por la carretera mirando siempre a nuestra derecha por algún lugar que diera la apariencia de un sitio de despegue.

De pronto apareció un potrero no muy grande, sin árboles, con bastante inclinación el cual prometía darnos un ángulo de despegue lo suficientemente bueno para poder sobrepasar los cerros de nuestra izquierda y así lograr salir hacia el valle. Le dije a Juan Pablo que se detuviera y bajamos a estudiar el prospecto de pista.

Me sentía como en una novela tratando de buscar el sitio de escape del castillo hacia la libertad. Pasamos la cerca de púas y ya en el potrero empezamos a escalar por unos quince minutos por un pastizal de un verde brillante. Cuando llegamos al sitio más alto donde ya empezaban otra vez los árboles, Juan Pablo soltó su tradicional, – ¡Esta del putas maestro!… ¡Este es el sitio de despegue! –

Desde ahí pudimos ver la trayectoria de vuelo que justo pasaba sobre los cables eléctricos y nos daba apenas el ángulo para librar las cimas de los cerros que daban inicio al valle. Ahora si me sentía un Icaro programando el escape de su prisión. ¡Que vista más hermosa e inmensa!

Detrás de aquellos cerros al frente nuestro, estaba ese majestuoso paisaje que olía a cálida vegetación de tierra caliente. Sabíamos que detrás de estas montañas había un gran precipicio y abajo un área nivelada que podía elegir como zona de aterrizaje alterno.

Necesitábamos además que la base de las nubes se mantuviese alta o la niebla me quitaría la visibilidad para salir. El filo al gran precipicio estaba cubierto de jungla y no mostraba ningún sitio despejado para despegar. Juan Pablo enseguida me dijo: – Carlos, le toca despegar desde aquí y pasar por encima de estos dos cerros, yo llevo uno de los radios en el carro y así nos mantenemos en contacto mientras va volando. – El plan estaba trazado y la aventura estaba esperándome.

Preparamos todo para el siguiente fin de semana. Tenía en mi estómago ese vacío de la incertidumbre de lo que me esperaría si lograba pasar esas dos montañas y entrar a esa otra dimensión que era la puerta a ese gran valle.

Llegamos al sitio de despegue y subimos la cometa tricolor de entrenamiento.
Tenía delante de mí la realidad de mi propio sueño. Estaba asustado pues no sabía si el ángulo de planeo me permitiría sobrevolar el borde y lograr el gran precipicio.

Amarré el radio a la cometa, extendí la antena, envolví una botella de agua y un machete en la funda protectora de la cometa y la até al travesaño de las alas en preparación a un posible aterrizaje en medio de la selva.

– Listo Juan Pablo, puede bajar ya en la camioneta y lo llamo en una media hora. – le dije. – Suerte Carlos, le va a ir bien, ya verá. – A la media hora logré comunicarme con él y le dije que ya iba a despegar, tomé la cometa en mis brazos, me enfoqué en el borde de la otra montaña y algo me dijo que estaba cometiendo un error, había mucho silencio a mi alrededor, ¿Qué era?

Era mi ángel de la guarda diciéndome al oído que aquel silencio significaba que no estaba vocalizando en voz alta mi lista de chequeo para despegar y que… ¡No me había colgado a la cometa!! Un paso más y me mato... se me heló la sangre. Cerré los ojos y le agradecí al señor por haberme acordado de hacer mi chequeo.

Hice mi lista de chequeo en voz alta y me colgué a la cometa. Busqué tranquilizarme y me concentré en las condiciones. No había viento y esto me favorecía pues tendría menos resistencia para llegar al borde. Sentí que llego el momento. Miré hacia abajo y me dejé caer en una fuerte carrera por la suave ladera. La tricolor me levantó del piso lentamente.

El sonido del viento daba vida a mi aventura. Bajé a la posición acostado y ajusté la barra para el mejor ángulo de vuelo. Como una visión de túnel solo veía el borde de la montaña al frente mío. – La voy a pasar, la voy a pasar, vamos cometica, tu puedes, tu puedes. –, Me decía. Bajé mi cabeza y recogí un brazo hacia mi espalda con la esperanza sicológica de lograr un poco más de eficiencia aerodinámica.

Me acerqué rápidamente al filo y toda la vegetación empezó a tomar más y más tamaño. Visualmente todo indicaba que iba a estrellarme...
... Continuará.
 

viernes, 16 de abril de 2010

DENVER, COLORADO


A las pocas horas de vuelo y solo un mes en la escuela Aeroclub (1983) mi padre me instó a estudiar inglés en los Estados Unidos pues sabia que lo iba a necesitar después.

Yo al principio no mostraba mucho entusiasmo por la idea pues sabía que tendría que viajar y quedarme por allá por más de un año. Pero conversando con un amigo me dijo que no desperdiciara la oportunidad y me animé a la nueva aventura.

Conocí a otro alumno de aviación en el edificio de la Aeronáutica en el aeropuerto El Dorado que me dijo que estaba muy interesado en viajar conmigo pues no quería ir solo a estudiar. Era Gerardo Sánchez quien se iniciaba como piloto de helicópteros.

Le dije que viajaría a Denver y el me dijo que era perfecto pues allá sabia de una buena escuela de vuelo. Viajamos a Miami y después de una fiestecita con “levantada” de novias y traguitos, viajamos al otro día a Denver en el corazón de los Estados Unidos donde nos esperaba la nieve y mi tío Felipe.

De Denver fuimos con mi tío hasta Boulder a una hora al norte donde nos instalaríamos en un pequeño apartamento.

Aquí estoy con mi tío Felipe en Boulder mostrando las montañas nevadas.

Andaba completamente enamorado de la nieve.
 En esta foto muestro también el letrero que indica
 la vía a Denver y a Estes Park donde vi al equipo
 de ciclismo de Colombia en plena competencia.
Aunque había estado de pequeño en Texas me sentía ahora a mis veinticuatro años como si fuese mi primera vez en este extraño país. Casi desde el principio empecé a experimentar el “home sick” o nostalgia por mi casa. No solo para mí sino para Gerardo también, el choque cultural nos estaba dando duro.

Una vez Gerardo se fue soltando con el inglés pudo iniciarse en las clases teóricas de helicóptero en un pueblo a la mitad entre Denver y Boulder. Me daba cierta envidia verlo iniciándose en la escuela de vuelo pues yo solo iba a estudiar inglés y no a volar.

Fue entonces cuando en unos papeles de mi tío, que era profesor de la Universidad en Boulder encontré un folleto con todas las carreras que allí ofrecían. Para mi sorpresa encontré la carrera de aviación entre los programas del College en Denver. ¡No podía creerlo! ¡Aviación en la universidad!

Casi regañándolo le dije que porque no me había dicho que allí tenían la aviación como carrera. Para sorpresa de mi tío lo presioné para que me averiguara todo al respecto y me ayudara con el proceso para que después de acabar el período de un año de inglés pudiese entrar a estudiar al College en Denver.

Este era el Metropolitan State College del sistema de la Universidad de Colorado y el programa se llamaba “Proffesional Pilot Major”. Recuerdo la trasnochada estudiando para el examen de Ingles del TOEFEL. Sin este examen no podía pasar a estudiar al College.

Pasé el examen y terminé el curso de inglés y para mi felicidad y asombro entré a estudiar en el programa de aviación del College pero con la “pequeña” diferencia que esta vez era todo en inglés.

Tuve la dicha de hacer un par de horas de vuelo de entrenamiento en la misma escuela donde estaba Gerardo. Hoffman Pilot center era el nombre de la escuela. Recuerdo que volé con un instructor venezolano del cual aprendí el termino “Vamos a echarle pichón!!” O el equivalente al “Vamos a ponernos las pilas!” en colombiano. Luego supe que “Pichón” es un trago en Venezuela.


En esta foto estoy sentado en uno de los simuladores básicos
 de una de las clases que recibía en el Metro State College.
 Fueron las épocas en que empecé a “enamorarme” de los simuladores
 pues en estos podía vivir el fabuloso mundo del vuelo por instrumentos.
Lo que más duro me daba era el no tener amigos con quien hablar y compartir. Era muy difícil hacer amistades pues empezaba a descubrir las diferencias culturales y la vida tan independiente de este país. Había días que no abría la boca para nada. Solo en mis prácticas de paracaidismo encontraba con quien hablar.

Hice dos semestres en el College y recuerdo que poco a poco se acrecentaba mi obsesión por regresar a Colombia. Un día mi padre me llamó desde Colombia para decirme que ya no había más dinero para continuar con mis estudios en los EU y que era hora de regresar a Colombia.

Yo recibí la noticia bastante contento aunque mi hermano Felipe, que había ido también a estudiar ingles, me instaba a que me quedara y buscara cualquier trabajo para continuar viviendo en los EU.

Mis ganas de regresar a “mi tierrita”ganaron y emprendí el regreso. No olvido lo contento que me puse cuando en el cambio de avión en Miami vi el avión de Avianca que me llevaría a Colombia.

¡Que rico regresar a mi adorada patria!

jueves, 15 de abril de 2010

EL GURU DE LA MONTAÑA


Se que más de uno no me va a creer esta historia, ¡Pero bienvenidos también los escépticos pues yo me considero uno de ellos!

Era un día gris y ventoso de un fin de semana y no encontraba a nadie que me acompañara a volar mi planeador Águila- 1. Este planeador fue mi gran proyecto hecho realidad en mis épocas de estudiante en la Universidad. Le había hecho varios cambios de tal forma que estaba volando mejor que nunca.

Su porte estilizado y su velocidad eran perfectos para el vuelo de alta montaña.
 Me daba tristeza no tener con quien compartir la intensa aventura de viajar hasta una lejana montaña, ensamblar sus largas alas y soltarlo al océano del aire. También entendía que esta aventura era lo suficientemente extraña y hasta descabellada para mis amistades que preferían dedicar el día a algo más convencional como salir a un asado, al cine o simplemente no hacer nada y quedarse viendo televisión en casa. Pero cualquiera de estas ideas simplemente me asustaba.

 No podía aniquilar así un día lleno de tantas posibles aventuras. Aunque la idea de ir solo me aburría, quedarme sin salir era peor, así que empaqué mi planeador, el radio, abrigo y salí a tomar un bus inter municipal que me llevara al pueblo de Chía, a la misma montaña donde volábamos en cometa.

Durante el camino observaba que había mucha nubosidad y estaba dudando de que pudiera volar el Águila.

Una vez llegué al pueblo empecé a caminar hacia la montaña. Recuerdo que varios niños se quedaban mirando el fuselaje del planeador y me preguntaban si volaba de verdad.

Paré en un pequeño ranchito antes de empezar a subir la montaña para tomar un refresco. La campesina me preguntó si el aeromodelo tenía luces y que si lo volaba por la noche. Le dije que no. Pensé que tal vez lo estaba confundiendo con aviones regulares que sobrevolaban la región. Pero ella me respondió, – No, yo se cuales son los aviones. Los que les digo vuelan bajito y tienen luces. –

Le dije que a lo mejor eran cometistas que volaban algunas veces por la noche. –No, yo se cuales son los señores cometas. Estos otros se esconden detrás de los árboles y después se van detrás de la montaña. – Pensé que me estaba bromeando pero por su expresión mirando fijamente mi planeador y por su humilde origen me di cuenta que no lo estaba. ¿De que aviones entonces estaba hablando?

Empecé a subir la empinada cuesta hacia la cima. Me acordé de varias historias de objetos voladores no identificados vistos en el valle de Tenjo atrás de esta montaña que había leído en una revista y visto en algún noticiero.

Yo me considero escéptico con estos temas y soy de los que si no lo veo no lo creo. Pensé que ya era demasiada coincidencia con la historia de esta mujer campesina. Estábamos justo detrás de este valle. ¡No quería creer en brujas pero parecía que andaban cerca!

Después de media hora llegué a la cima de la montaña. El estar completamente solo en medio de tanta naturaleza y con solo el sonido del viento silbando sobre los pinos me hacia sentir muy diferente a cualquier otro día. Era como si estuviese en otra montaña, o en la misma pero en otra dimensión, y ahora pienso que en efecto estuve en otra dimensión.

Las nubes formaban un techo gris y frío al soltar una que otra llovizna. No me dejé amedrentar, cerré mi abrigo y preparé el planeador para su vuelo. Tenía que estar metiendo mis manos a los bolsillos para calentarlas debido al intenso frío.

Levanté al Águila para el despegue. Me gustaba ver sobre mí sus alas de más de dos metros y su precioso fuselaje blanco preparándose para un gran vuelo. Probé el radio, le deseé suerte y con fuerza lo lancé hacia el valle de Chía. Me tocó enseguida llevar la mano al control para bajar la nariz pues debido al fuerte viento salió disparado hacia el cielo.

Logré nivelarlo y empecé a virar para mantenerlo frente a mí. Me fascinaba ver como las puntas de sus alas se movían ligeramente cuando entraba en alguna turbulencia. Me sentía volando un modelo de alta clase aunque era mi primer planeador de radio y estaba orgulloso de saber que era de mi propio diseño y también lo había construido en su totalidad.
Estaba muy contento volando aunque me tocaba estar cambiando de mano el control para calentar la otra.

De pronto escuché a mi derecha un ruido  de ramas al quebrarse. Parecía que alguien se acercaba por entre los matorrales. Pensé que tal vez se trataba de algún cometista o parapentista que había venido a volar, pero el área de despegue estaba mucho antes. ¿Será algún campesino? Es raro que suban a menos que sea por motivo religioso y hoy no era un día de esos.

Empecé a sentir curiosidad y de pronto vi que de los arbustos salió un joven sin camisa, con barba y un pequeño morral. Pensé, – Otro de esos montañistas que anda más loco que yo y sin camisa, ¡Con este frío! – Mantenía moviendo mi cabeza mirando al planeador y mirando a mi derecha al nuevo loco que había llegado. – ¡Buenos días! – me dijo. – ¡Muy buenos! – Le respondí.

Cuando volví a mirarlo ya se había puesto la camisa. Me dijo, – ¿Usted es el piloto de ese avión?... ¡Yo pensé que era un planeador de verdad! –, Y le respondí, – Bueno, este planeador es de verdad, sino que el piloto esta aquí en tierra. – Y riéndonos rompimos el hielo del encuentro y seguimos conversando sobre la montaña, el frío, el viento y todo lo que nos rodeaba.

Le estuve explicando sobre la teoría del vuelo de este tipo de modelo sin motor y me escuchaba mejor que cualquier alumno que haya tenido. Todo lo que él decía o respondía era positivo y lleno de mucha motivación y agradecimiento con la naturaleza.

– Voy a aterrizarlo, tenga cuidado pues voy a volarlo muy cerca de nosotros. – Y como un niño pequeño que está esperando ver un gran espectáculo se preparó para ver el aterrizaje.

La punta del ala empezó a rozar los helechos, levanté la nariz un poco para frenarlo y se acabó de enredar frenando fuertemente atrapado por cientos de pequeñas hojas que lo amortiguaron. Fui a recogerlo y solo encontré unos pequeños rasguños en las alas. Había sobrevivido el aterrizaje. – ¿No le pasó nada? – Me preguntó. – Solo unos rasguños pero esta bien – Le respondí y el mirando al cielo dijo, – ¡Gracias mi señor, alabado seas! –

Ahora creo que no es un montañista sino ¡Una especie de monje! – Pensé.
– Hermano, gracias por tan hermoso espectáculo con su planeador, que más increíble que gozar la naturaleza y todo lo que Dios nos ha regalado viniendo a volar a esta bella montaña – Le sonreí y aunque en el fondo estaba completamente de acuerdo con lo que me decía no compartía su modo “religioso” de expresarse.

 – Hermano, te quiero convidar a comer algo pues creo que después de tu vuelo ya debes tener hambre – En efecto estaba ya con hambre y acababa de darme cuenta que había olvidado traer algo de comer y que ahora la verdad este “monje” me estaba sacando de apuros.

Nos sentamos un poco más atrás para alejarnos del helado viento. Puso su pequeño morral en el piso y me dijo, – Hermano, es muy poco lo que traje pero será una bendición compartirlo con usted –.
 – Soy yo el que está agradecido pues no traje nada de comer –, Le respondí.

Todo lo que sucedió a partir de este momento todavía mi mente escéptica no se lo puede explicar y solo puedo pensar que lo que vi corresponde a otra dimensión que por alguna razón cósmica el Universo me regaló.

Por el tamaño de su morral pensé que solo traía un pequeño emparedado y una botella de agua. –Cualquier cosa esta bien porque el caso es de hambre – Pensé.
Sacó una pequeña bolsa y de ella sacó un plato. Después sacó varias presas de pollo y las puso sobre el plato. – Hermano, levántate y oremos. –

Resignado a su religiosa petición me levanté y elevamos las manos en señal de oración. Recuerdo que su oración fue algo completamente diferente a lo que esperaba. Su agradecimiento salía del fondo de su corazón. Era como si delante de él estuviese alguien escuchándolo atentamente.

Nos sentamos y sin respirar empecé a disfrutar del delicioso pollo tratando de calmar el hambre que tenía. Cuando acabé me dijo, – ¿Desea más pollo? –, – ¿Tiene? –, Le pregunté riéndome creyendo que se estaba burlando de mi pues obviamente en el morral no podía tener más.

Sacó del morral un pollo entero despresado y me dijo, – Si tu así se lo pides a Dios él te lo concede. – No me puse a pensar que clase de efecto óptico estaba presenciando sino que simplemente comía para calmar el hambre.

Una vez acabamos me preguntó, – ¿Quiere algo de postre? –, Sin pensar le dije que si.
Abrió de nuevo su morral y sacó una torta de más o menos veinte centímetros de diámetro. Fruncí el seño pensando que lo que estaba viendo no podía ser posible.

Pero en ese momento no se porque no lo confronté pidiéndole una explicación a este nuevo truco. No se porque pero simplemente seguí disfrutando de tan delicioso postre. – Tu solo pídele a nuestro señor y el te dará lo que tu le pidas – Me dijo. – ¿Tienes sed? – Me preguntó. Y ante mis ojos abrió de nuevo su diminuto morral y sacó una botella de vino y una de agua.

Continuó con un pequeño plato de flan y otros exquisitos postres que ya no le acepté pues estaba repleto. De nuevo no se porqué no le pregunté como lo hacia. Es como si en ese momento fuera ya algo normal para mí.

Al acabar de almorzar sentí con mucha más intensidad el frío de aquel páramo al mismo tiempo que empezaba a caer una helada llovizna. – Esta haciendo mucho frío, cierto? –, Me dijo, – Si, ¡Me estoy congelando! – Le dije, – Levántate y oremos al Dios del universo y pidámosle que nos abra el cielo y nos de el regalo del hermano Sol para que nos caliente. –


El "Guru" orando. (Dibujo de mi autoria)

Me paré por decencia pero pensé, – Ahora si que se me deschavetó este monje. – Pero siguiendo su rito, cerré los ojos y repetí la oración con él.

En medio de la helada llovizna se quitó la camisa, levantó su rostro hacia el cielo, levantó sus brazos y empezó a cantar oraciones de agradecimiento por las bondades que iba a recibir. Me sentía de verdad haciendo el ridículo con migo mismo y con un público que no existía pero que podía ser el conflicto con mi ego.

Lo que sucedió en los siguientes cinco segundos tuvo que haber sido una de las más increíbles coincidencias meteorológicas. Por lo que sé, si tenemos una capa de nubes tipo estrato continuo sobre nosotros es imposible que justo en un solo lugar se despeje de forma continua y menos cuando hay viento ascendente trayendo humedad para que se condense más arriba, simplemente no podía ser.

Pero ante mi lo imposible se estaba haciendo realidad.
Los calientes rayos del sol iluminaron solo esta región de la montaña y todo el resto de los valles alrededor seguían bajo la fría y oscura llovizna. Recuerdo que tuve que quitarme el abrigo y quedarme solo en camisilla por el calor.

Estaba tan desconcertado que eché a reírme pensando en como la naturaleza le estaba siguiendo la corriente a este monje “deschavetado”. Y más me hacía reír verlo gozando como un niño en un día de sol en la playa, danzando y cantando. Aquel día se que me encontré con un verdadero gurú. Creo que estaba reconciliado con lo sobrenatural y mi escepticismo cambiaba de color. Estaba viviendo algo fuera de este mundo.

Al caer la tarde recogimos nuestras cosas y bajamos conversando de nuestras vidas, nuestros trabajos, la universidad. Me acuerdo que me comentó sobre un grupo de oración que el dirigía y sobre sus proyectos como ingeniero para mejorar las condiciones ambientales.

Caminamos más de una hora hasta llegar a la estación del bus en el pueblo para ir a Bogotá. Pude ver como este gurú se disfrazaba de pueblo y entraba como en una metamorfosis escondiendo ese ser sobrenatural que había visto allá arriba en la montaña.

Yo si me decía esa mañana… ¡Parece que las brujas andan cerca!
Se que tuve el honor de compartir uno de los días más milagrosos de mi vida con alguien, que a lo mejor no era de este planeta, o de esta dimensión. Ese ser que ahora recuerdo como... el gurú de la montaña.