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domingo, 23 de enero de 2011

EL AVIONERO PININA


El Avionero Pinina es el sobrenombre que le pusieron sus compañeros de la FAP o Fuerza Aérea del Perú en sus épocas de soldado a un compañero de mi trabajo en un Call Center (telefonista) que quiso aportar sus historias de hangar a este libro. Lo interesante es que desde que lo conocí tenia esa sensación “en el aire” de que él tenía algo que ver  con aviación pero por un tiempo él nunca tocaba el tema.

De pronto un día mientras yo comentaba algo de mis gustos aéreos lo descubrí cuando empezó a hablar con propiedad sobre las listas de chequeo de un avión y desde entonces compartimos más a menudo nuestras historias.

Un día accedió a grabar su escondida historia de aquellos días en que estuvo en el medio de la aviación en su país natal Perú. Aquí están sus historias.


EL SONIDO DE LA TURBINA


Desde muy pequeño andaba enamorado de ese sonido tan especial que hacían las turbinas cuando iniciaban los motores de esos increíbles jets de combate de la base aérea de las Palmas en Lima.
Mi sueño era algún día llegar a ser piloto de uno de esos aviones y estar dentro de aquella cabina para escuchar de cerca las turbinas.

Cuando llegué a mis 16 años le conté a mi abuela que quería ser piloto militar y ella me dijo que me presentara como voluntario al servicio militar en la FAP. La gente antiguamente creía que la forma para llegar a piloto era empezando en la tropa como soldado raso y aunque esa no era la forma decidí presentarme a la FAP.

Lo hice a escondidas de mis padres pues ellos tenían la idea de que ser militar era muerte segura si me mandaban a la selva a combatir los grupos subversivos. Mi abuela me apoyó y fui a la base a inscribirme.

Había un tumulto de muchachos y fue cuando supe que la tropa era principalmente para la gente de clase baja y que para entrar al programa de piloto tendría que ser por lo menos de clase media y con estudios de universidad. Aunque yo era de clase media esto no me asustó y continué con mi proceso de selección.

Pasé los exámenes médicos y terminé en un gran patio de la base donde nos dieron un uniforme básico con un pequeño sombrero militar o cristina. Nos asignaron nuestras camas y nuestros espacios para nuestras cosas. Fue ahí donde mis compañeros me pusieron el sobrenombre de Pinina puesto que era el más chiquillo del grupo.

Por las madrugadas nos levantaba un desgraciado sargento que nos sacaba a la pista de los aviones a trotar y a hacer ejercicios. Su pasatiempo era patearle el culo al que se quedaba de último en la fila. Una tarde nos dijeron que íbamos a ver a nuestras novias y cuando llegamos a la base se trataba de la asignación a cada uno de un pesado fusil con su equipo.

En una de las sesiones de ejercicios pude ver a lo lejos los hangares donde guardaban los aviones y dentro de mí renacía la esperanza de estar cerca de ellos pronto. Una madrugada, como a las tres de la mañana, nos llevaron a trotar hacia el lado de la pista que da hacia los hangares y mientras trotábamos y cantábamos las estupideces que se inventaba el sargento por fin pasamos al frente de los hangares. Era la primera vez que estaba tan cerca de aquellos aviones con los que me había soñado por tanto tiempo.

Sukhoi de la FAP

EL HERCULES


Alumbrado por las luces tenues del hangar pude ver la silueta de un hermoso Hércules. Era como en cámara lenta que los veía pasar. Luego vi los jet T-37, los de pistón T-41 y los Sukhoi. Me llenaba de emoción y de energía cada vez que pasábamos por allí. Con decirle que no sentía el cansancio ni las patadas del imbécil sargento.

Un día de esos empecé a quedarme rezagado a propósito y después de que el sargento se cansaba de patearme se iba hacia el frente del grupo para que cantaran “so-lo, fal-tan, cin-co, cua-dras”. En ese momento y aprovechando la oscuridad me lanzaba hacia el pastizal y me arrastraba escondido hasta los hangares. Logré llegar hasta el hangar de el Hércules y sin que nadie me viera me metí al avión y me escondí en la cabina de los pilotos.


Hércules de la FAP


El corazón se me quería salir del pecho no solo del susto de que me descubrieran sino de la emoción de ver todos esos instrumentos y estar por fin dentro de la cabina de un avión. En ese momento se hacía más fuerte mi deseos de ser piloto. Cuando veía que el grupo ya estaba pasando trotando en su última vuelta salía escondido corriendo entre el pastizal y me hacía de nuevo al final del grupo sin que lo notara el sargento.

Pero en una de esas madrugadas que me escapaba a las cabinas de los aviones escuché varios disparos y sentí que varias balas me pasaron cerca. Había alertado a algunos soldados que estaban haciendo guardia y ellos asustados me dispararon pensando que era algún intruso. Afortunadamente nunca me descubrieron pero después de ese susto jamás volví a escaparme pensando en que había tenido suerte de no haberme ganado un balazo.

Continuará...

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