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martes, 15 de marzo de 2011

LAS HISTORIAS DE ROBERTO CONTI (12a parte)

Continuación...

DE PATAGONIA CON AMOR   (Continuación)


Trataba desesperadamente de abrir bien mis ojos para poder aterrizar el avión de emergencia pero no podía. El dolor empezaba a hacer pesados mis párpados y me sentía completamente aturdido por el caos de plumas, viento y sangre en la cabina. Me concentré y en un último esfuerzo alcé mi cuello y maniobré para colocar el avión en el sitio más plano posible. Me encomendé al todo poderoso y me dije - !Aqui vamos! -

Empecé a sentir repetidos golpes de matorrales en el fuselaje y en las alas. Con un ruido ensordecedor el fuselaje tocó tierra y después de varias sacudidas empecé a deslizarme hacia la izquierda hasta parar bruscamente en unos arbustos. Con el impacto me fui de cabeza contra el panel de instrumentos pero afortunadamente mi gorro de cuero y mis gafas me protegieron la cara.

Sentí más sangre y esta vez era la mía. Rápidamente solté los retenedores de los hombros de mi arnés y con un fuerte golpe al broche de seguridad me safé de mi paracaídas sobre el que estaba sentado. Salté sobre el ala izquierda que estaba enterrada entre los arbustos. Un fuerte olor a aceite quemándose venía del motor. Enseguida salté a tierra y empecé a correr tan rápido como pude pensando que el avión podía explotar en cualquier momento. Después vino solo oscuridad.



Quienes me encontraron pensaron al principio que estaba muerto. Ellos me escucharon volando bajo sobre su granja, escucharon los impactos y luego cuando se detuvo el motor. Corrieron en esa dirección y encontraron el avión humeando y cerca un cuerpo boca abajo extrañamente cubierto de plumas ensangrentadas.

Eran un granjero y su hija en la mitad del más hermoso paisaje del sur de Chile. Por gran coincidencia de esta vida este granjero había servido en la segunda guerra mundial como piloto en la RAF (Real Fuerza Aérea de Inglaterra) volando los Spitfires. Esto le entró en gracia enseguida al verme. – ¿Un piloto derribado? – dijo riéndose.

Me llevaron inconsciente en una carreta hasta la granja y cuidaron de mí como solo dos ángeles lo hubiesen hecho.

Cuando desperté estaba mirando fijamente un bombillo en el centro de una habitación llena de luz pero bastante sencilla. No sabía que estaba haciendo allí. Oía ruido de animales allá afuera. El olor acre del yodo y el alcohol me hicieron acordar del accidente. ¡No podía creerlo! Algo que nunca creí me iba a pasar. ¡Me accidenté! ¡Estoy vivo! Había tenido una suerte extrema.

Sabía como proceder en una emergencia y al parecer… ¡Lo había hecho bien! Mi cara y mi cuello estaban adoloridos con algunas gasas y vendas. Mi pie izquierdo me dolía bastante, tal vez lastimado al saltar del avión. - ¿Cuanto tiempo habrá pasado? – Sonidos de tacones de botas se oían por el piso de madera anunciando la entrada de una joven y bella mujer en sus veintes con unos viejos bluejeans...

Continuará...

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