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lunes, 21 de marzo de 2011

LAS HISTORIAS DE ROBERTO CONTI (17a parte)

Continuación...

Jim me dijo que abriera el maletín, mientras el iba a un cuarto. Dentro del maletín había un buzo, gorro de vuelo, antiparras, guantes y todo lo necesario para volar… y volar era lo único que me quedaba después de mi malogrado accidente en el T6. Luego Jim salió del cuarto ya vestido listo para volar y dijo, - Teniente Conti, lo “invitou” a volar en mi avión y creo va a gustarte “muchou”. Pero Solange y su madre me insistieron que no le hiciera caso - Roberto, ya has tenido una mala experiencia con tu avión para volver a arriesgarte en esa antigüedad, ¿No te parece? Además mi padre es un loco haciendo acrobacias. - Jim sonrió y se puso mas contento aun al oír ese comentario… Y le dije a Solange - Creo que tu padre y yo estamos cortados por la misma tijera y tenemos los mismos gustos…si yo no hubiera sido el loquito que soy para volar nunca nos habríamos conocido… ¿No es así Solange? La verdad es que debo salir a “matar el chuncho”, para despejar los malos espíritus y que mejor que hacerlo con Jim. -

Me puse todo el equipo encima y fui con Jim a ver la cabina trasera y los instrumentos del biplano.
El aparato tenía dos cabinas una atrás y otra debajo del ala superior. Pequeñas puertas daban acceso a cada cabina y una vez dentro Jim me pasó un pequeño paracaídas y una bufanda blanca de tela de paracaídas igual a la que colgaba de su cuello y me dijo sonriendo - Sin esa bufanda blanca no puedes subirte ni “voular” este avión. Yo pilotearé todo el tiempo hasta “yo hacerte” una señal, primero inclinando el avión hacia la izquierda y hacia la derecha y tu tendrás el control del avión. Cuando tú quieras que yo lo tome, repites esa señal y yo tendré los controles. -

Jim, como buen piloto y respetuoso de las reglas del vuelo, me dijo, - Tenemos que “walk around” el avión primero y chequear todo antes de salir a volar. - Y diciendo eso sacó una vieja tarjeta de chequeo y revisamos todo el avión. Lo ayudé a empujar el biplano fuera del galpón. Era fácil ya que era muy liviano. Luego me dijo - Robertou, dale un empujón a la hélice y yo en la cabina haré partir el motor accionando los magnetos de izquierda a derecha.-

El motor tosió primero y expulsando humo azul por el escape tomó altas revoluciones. Me sumergí en la cabina delantera que tenía una palanca conectada al piso y dos pedales debajo del panel en el cual había dos o tres instrumentos, todo muy simple. A mi izquierda estaban los controles del motor. El pequeño paracaídas me servía de cojín.

Respiré la pintura nueva del fuselaje y una mezcla de olor a madera y aceite de motor dentro de la cabina y pensé que era normal en un avión con tantos años en el bolsillo. Me amarré bien las correas de seguridad sobre mis hombros y cintura y le di a Jim la típica señal del pulgar.

Solange y su madre observaban desde dentro del galpón como el Gipsy corría velozmente hacia el oeste brincando y generando un alto zumbido, seguido por una gran polvareda. Jim aceleró a fondo y en segundos estábamos volando.





Sentía el viento helado en mi cara, todos los sonidos, vibraciones, silbidos de los alambres tensores de las alas y el crujir de la madera del biplano. ¡Me sentía vivo otra vez! Jim tenía el control y comenzó a ganar un poco más de altura.

El paisaje de la estancia me dio un veloz recuerdo de los últimos momentos antes del accidente. Sobrevolamos los galpones y ahí estaban, pequeñas, Solange y su madre saludando con sus brazos. Ellas solamente veían las cabezas de los pilotos en el rojo biplano con sus bufandas blancas al viento, un espectáculo digno de la primera guerra.

Otras personas salían corriendo al ver pasar el avión y algunos animales se alborotaban al escucharlo volar sobre sus cabezas. Jim se elevó bastante para hacer un par de rollos y luego continuó su ascenso hasta unos tres mil pies de altura. Levantó la nariz del biplano reduciendo las revoluciones del motor hasta que el aparato comenzó a vibrar al faltarle velocidad.

Empezamos a caer y nos invertimos hacia la derecha. Una vuelta, dos vueltas más cerradas y finalmente Jim inclinó la palanca hacia adelante y centró los pedales quedando el biplano en perfecta caída vertical acelerando hasta unas cien millas por hora con los campos virando alrededor nuestro. Gocé el fuerte silbido de la velocidad ¡Era mi ambiente, era donde quería estar!


Continuará...


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