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sábado, 5 de marzo de 2011

LAS HISTORIAS DE ROBERTO CONTI (4a parte)

Continuación...

EL ENTRENAMIENTO

Iniciamos el primer año de nuestra carrera de aviación en marzo de 1954 y después de terminar dos meses de dura instrucción militar para oficiales comenzamos con vuelos de instrucción. Teníamos unos treinta Fairchild PT-19 de fuselaje azul y alas naranja. Era un avión de dos cabinas abiertas, tren de aterrizaje fijo y buen acróbata, firme, potente y de baja velocidad de pérdida. Eran siempre muy bien mantenidos.

La torre de control nos daba una señal de luz verde para despegar o luz roja de espera. Era extremadamente frío volarlos en invierno a cinco o seis mil pies de altura, así que usábamos gruesos buzos de vuelo, botas con piel por dentro, guantes y gorros de vuelo abrigados y con grandes antiparras. Un verdadero vuelo a la antigua.


Últimos ajustes con mi instructor antes de mi primer vuelo solo en el PT-19.


Autorizado a carretear a la pista.

Posando orgulloso con la hélice de madera de esta gran máquina.

Entrar en un spin traía una cantidad de sonidos, crujimientos del aparato, viento, el motor, fuerzas de gravedad y todo era una ensalada de sensaciones que nunca habíamos experimentado. Un compañero cada vez que volaba tenía que lavar su avión por dentro ya que vomitaba, según el, decía que eventualmente se repondría de eso, pero aún en el segundo año, continuaba lavando nuestros nuevos T-34s, eventualmente dejó la carrera.

Nos asignaron experimentados tenientes como instructores volando una hora con ellos y una solos, alternando los vuelos con clases regulares como un bachillerato, además de clases de física, electricidad, cálculo, aerodinámica, navegación, meteorología y código Morse.

La base aérea tenía una pista de aterrizaje de tierra y pasto de unos seiscientos o setecientos metros de ancho y de unos cuatro kilómetros de perímetro que nos ayudaba con aterrizajes más suaves. A veces cuatro o cinco aviones practicábamos aterrizajes al mismo tiempo ya que era una pista anchísima y se podía dejar bastante espacio entre un avión y otro. Ahora, pensándolo después de tanto tiempo, los bien intencionados instructores arriesgaban su vida diariamente en esos aterrizajes.

Los cadetes que no volaban, presenciaban el espectáculo de todos esos aviones rebotando en la pista y algunos parecían canguros. Como cada avión tenía en el costado del fuselaje un gran número, sabíamos quien era quien entre los “canguros” y durante el almuerzo o en el casino nos entreteníamos burlándonos de los aterrizajes.

Un día vi un avión que al aterrizar dio un gran bote sobre la rueda izquierda, pasó por encima de otro avión que estaba cerca y fue a aterrizar dos pistas más a la izquierda. Por suerte no había avión en esa pista.

Otro desalmado que estaba aterrizando con instructor decidió a unos cinco metros de altura subir los flaps cayendo el avión como un ladrillo en la pista. El instructor lo quería matar, el muchacho le contestó: - Para que se preocupa mi teniente si usted tenía puesto su cinturón de seguridad, ¿No es así? -

Desafortunadamente hubo serios accidentes, uno en que el instructor y el cadete nunca más volvieron a la escuela… En otro un alférez del tercer año en otro T-34 haciéndole gracias a un tren en el que viajaba su novia, chocó con un poste… Esos accidentes nos hacían pensar como era importante enfocarse, practicar lo enseñado y no distraerse. La moral de la escuela bajaba mucho después de aquellos fatales acontecimientos.

Continuará...


1 comentario:

Anónimo dijo...

Waaaoooo!! La descripción inicial del "uniforme de piloto" me recordó mi vuelo en el Stearman, espectacular!
Manu