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jueves, 10 de marzo de 2011

LAS HISTORIAS DE ROBERTO CONTI (8a parte)

Continuación...

SAPOS PARACAIDISTAS

En algunos días que no nos correspondía volar debíamos atender en la parte baja de la torre de control de la base aérea a clases de clave Morse dirigidas por un experto sargento. Era una pequeña sala sin ventanas con escritorios proveídos con auriculares y una llave de Morse para transmitir. El instructor podía dirigir una señal independiente al auricular de cada alumno o a través de un alto parlante. Era posible asi mismo enviar una señal al instructor cuando era necesario.

Era la clase mas aburrida que existía y dormíamos aparentando estar escuchando o practicando Morse sosteniendo nuestras cabezas con las manos y los codos sobre el escritorio sin mayor problema.
Al lado de la clase había una escalera para subir a la torre de control y debajo de esa escala siempre se acumulaba agua que atraía la población local de sapos.

Un día de supremo aburrimiento decidí entretener a mis compañeros subiendo al tope de la torre de control que era de unos treinta metros de altura y lancé un sapo con un paracaídas hecho con mi pañuelo blanco amarrando las cuatro puntas con hilos y con estos al pobre animal por debajo de sus patas delanteras de tal manera que las patas traseras colgaban debajo pareciendo un humano paracaidista flotando hasta llegar suavemente al suelo.

¡Nunca me imaginé que acababa de inventar el paracaidismo deportivo para sapos! Y al mismo tiempo una fenomenal entretención para la docena de pilotos cansados del Morse y de criticar aterrizajes y despegues de compañeros volando en los PT-19.




La cosa tomó vuelo inmediatamente cuando inventé el “sapo copiloto”. En mi hora de vuelo llevaba a mi sapo con su paracaídas puesto en uno de mis bolsillos de la pantorrilla y cuando terminábamos la clase soltábamos los sapos en el estanque y en la próxima clase escogíamos otros. Algunos sapos probablemente habían hecho ya múltiples saltos en paracaídas desde la torre y acumulado veinte o más horas de vuelo.

Luego vino la gran variación de salto para los pobres sapos cuando algunos de mis compañeros que volaban con sus sapos volvían sin ellos. Decidieron lansarlos al espacio cuando sobrevolaban el convento de monjas que, para infortunio de ellas, se encontraba debajo de nuestra aproximación final a la pista a una altura de más o menos cincuenta metros.

Otra variación al paracaidismo “sapista” eran las carreras verticales que hacíamos desde el tope de la torre control. Nos juntábamos unos cuatro o cinco cadetes y lanzábamos al mismo tiempo cada uno un sapo con un número escrito en un papel sobre la espalda del sapito. Ganaba el que aterrizara primero, por supuesto los sapos mas gordotones eran los más populares por su peso.

Nos divertíamos horrores y nos reíamos como los niños que todavía éramos pues la mayoría de los cadetes en primer año teníamos entre dieciocho y veinte años de edad. Pero la diversión no duró mucho.
Un día se presentó a la entrada de la escuela una monja con un canasto lleno de sapos con sus paracaídas blancos aun puestos, a quejarse de la maldad y desconsideración de los pilotos de la escuela que los dejaban caer sobre el convento asustando a las buenas hermanas.

Por supuesto en la formación a la orden del día vimos sorprendidos un canasto en el suelo al lado del capitán de guardia. Como estábamos formados en filas no podíamos hablar así que nos mirábamos mutuamente con cara de pregunta y algunos ilusos pensamos que nos iban a regalar algo. Pusimos cara de horror cuando el oficial sacó del canasto uno por uno los sapos con los pañuelos y cada pañuelo tenía estampado nuestro número individual de la escuela.

El resto de los cadetes que no eran pilotos comenzaron a reírse hasta que el capitán gritó -¡Reírse todo el mundo!- Y más de trescientos cadetes y oficiales soltaron tremenda y bulliciosa carcajada y nosotros con la cola entre las piernas, ya que sabíamos lo que venía. Enseguida el capitán ordenó que cuando mencionara el número de cada pañuelo, el cadete correspondiente diera un paso al frente. Nos dijeron de todo menos que éramos bonitos.

Tuvimos que pagar nuestra insensible diversión con una noche de sábado sin salida de la escuela…y este si que era un castigo doloroso. Por supuesto nuestro grupo de diversión con “sapos paracaidistas” y “sapos copilotos” fue disuelto, bueno, hasta el lunes siguiente cuando mis compañeros me preguntaron  - Cadete Conti… ¿Tienes alguna otra idea para entretenernos? -

Continuará...

Línea de aviones AT-6 parqueados en la base.

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