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martes, 15 de julio de 2014

Las historias de Roberto Sanmartín (4a parte)

Esta es la cuarta historia que nos brinda Roberto Sanmartín y de verdad que me hizo reír mientras la leía. Verdaderas historias de antaño de nuestra aerolínea colombiana Avianca. Disfrútenla!

“¡Por favor, díganle al piloto que no más!”

Poco faltó para que estas fueran las últimas palabras de un fotógrafo a bordo de un avión.
He aquí la historia:
La fecha realmente no tiene importancia pero estando próxima a recibir el primero de sus Boeing 707-359B, Avianca con la asistencia de instructores de Pan Am había programado una serie de vuelos de chequeo para los comandantes que iban a estar al mando de esos aviones.

La Jefatura de Propaganda de Avianca consideró conveniente que algún personal de la agencia de publicidad que en ese entonces manejaba su cuenta estuviera presente en uno de esos vuelos que estaba programado para dos días después y nos recomendaban a quienes fuéramos a ir en él que como no sería un vuelo en condiciones normales, deberíamos tomar previamente algo contra el mareo.

De inmediato me puse en contacto con un conocido fotógrafo y con el camarógrafo de El Mundo al Vuelo para que fuéramos junto con una periodista, a documentar la nota correspondiente; cuando le dije al fotógrafo sobre la recomendación de tomar algo para el mareo su respuesta fue algo pretenciosa: “Gracias Roberto, pero no hay necesidad, yo tengo mucha experiencia en ese tipo de filmaciones, he volado mucho y en realidad no es necesario”.

Seis y treinta de la mañana, plataforma de Eldorado; es una de esas bellas mañanas típicas de la Sabana, fresca, despejada y llena de sol. Al pie de la escalerilla de uno de los 720-B de Avianca estamos unas catorce personas: los instructores de Pan American, los comandantes que van a ser chequeados, el Jefe de Propaganda de Avianca, la periodista, el fotógrafo, el camarógrafo y el suscrito.

      720-B COCKPIT CHECK LIST. “Fuel Boost Pumps” .. Four OK.

Minutos después nos encontramos a buena altura y volando apartados de cualquier aerovía para no poner en riesgo la seguridad de la aeronave o la de cualquier otro avión.
Comienza el baile.

Veo que cámara en mano, en la puerta de la cabina de mando nuestro fotógrafo está registrando la acción desarrollada por los pilotos quienes en ese preciso momento ejecutan la primera de una de las muchas maniobras programadas para ese vuelo: Virajes escarpados, 45 grados de banqueo, cambio de rumbo de 360 o 180 grados, configuraciones de aterrizaje con full flaps y tren abajo, en fin toda clase de maniobras que generan muchos Ges y que nos dejaban a todos clavados en nuestras sillas sin poder ni siquiera levantar una mano.

Aquello fue tristemente gracioso: El hombre que no necesitaba pastillas contra el mareo, como en las tiras cómicas, se fue decolorando rápidamente de arriba abajo hasta quedar blanco como un papel. Entre maniobra y maniobra veo que el hombre está muy mal, luce demacrado y con la mirada perdida y no es que esté mareado, lo que está es aterrorizado!

Le tomo del brazo, le siento en una de las sillas y le abrocho el cinturón de seguridad; las maniobras continúan y con cada una de ellas la situación del fotógrafo empeora. Le aflojo camisa y corbata y le coloco una máscara de oxígeno. Exánime y balbuciente alcanza a decir: “¡Por favor, díganle al piloto que no más!”

Para no hacer el cuento más largo, esta historia tuvo un final feliz para el fotógrafo y bastante costoso para la compañía: El comandante y los instructores decidieron interrumpir el chequeo y regresar a Eldorado para dejar a nuestro fotógrafo en tierra. 

A eso de las diez de la mañana, los que habíamos tomado Dramamine, estábamos nuevamente en el aire pegados a las sillas gracias a las fuerzas G.
Ocasionalmente me encuentro con nuestro personaje y así hayan pasado muchos años, francamente no puedo resistir la tentación de invitarlo a volar.
No se por qué, pero creo que me mira mal.

Roberto Sanmartín.


“¡Por favor, díganle al piloto que no más!”