Antes que apareciera la televisión y las computadoras los muchachos nos entreteníamos con ayuda de nuestra creatividad y curiosidad haciendo nuestros propios experimentos, inventos y diversiones. Época de las radios a galena que uno construía y el gran triunfo era poder escuchar alguna estación local…Esto sucedía al final de los años cuarenta.
Mi padre, meteorólogo de la Fuerza Aérea Chilena en Punta Arenas en el Estrecho de Magallanes, quien había estado en Norte América durante la segunda guerra mundial, me trajo una colección de cartones amarillos y en cada uno había un avión de esa época en tres vistas en tinta negra, vista superior, de costado y de frente, y con detalles de cada aparato. Se usaban en entrenamiento militar para identificar aviones de los Estados Unidos. Tenía DC-3, B-25, A-26, T-6, B-17, Liberators, Catalinas, P-47, P-39, P-51 y Curtis biplano además de algunos otros que no recuerdo.
Eran mi tesoro y con esos gráficos pude construir en madera varios modelos usando lija, Duco y mucha paciencia. Fue increíble como esos aviones influenciaron mi futuro. En 1954 me fui a estudiar a la escuela de aviación con las intenciones de ser piloto militar y me mudé con mi padre cuando lo trasladaron a Santiago, a dos mil kilómetros más al norte.
Los recuerdos de las diabluras que uno hacía de niño no se olvidan y recuerdo una en especial. Tal vez no le habrían hecho gracia a la Sociedad Protectora de Animales, pero aún le faltaba decenas de años para existir.
Fue el cumpleaños de mi hermana, siete años menor que yo, y para la fiesta entre globos de colores, dulces, regalos y torta había también un inmenso globo rojo inflado con gas de más o menos un metro y medio de diámetro que lo hacía más liviano que el aire . Era de los mismos globos que mi viejo solía usar enviando sondas meteorológicas a grandes alturas para conseguir datos que se usaban en los pronósticos del tiempo.
Al día siguiente tomé posesión del globo ya que a nadie le interesaba y yo ya le había visto posibilidades. Yo no era muy popular en la cuadra donde vivíamos ya que era el niño de las explosiones, usando la pólvora de balas que desarmaba, mesclándola con sal y carbón molido.
En el gallinero de la casa hacíamos con un primo unos caminos con pólvora y al final colocábamos una gran lata con gasolina de aviación que mi padre traía a casa para limpiar manchas y similares. Le acercábamos un fósforo a la pólvora y nos escondíamos ya que la explosión era de padre y señor mío.
Mi madrastra terminaba en el hospital con palpitaciones, así como algunas ancianas vecinas. Las pobres gallinas no ponían huevos por muchos días y yo terminaba azotado. Mi hermana se moría de la risa cuando mi padre me golpeaba. Quedaba castigado por un mes sin dinero para ir a los matinés del cine los domingos. Al primo le caía también su zurra y estrictamente prohibido juntarse conmigo.
Fue el cumpleaños de mi hermana, siete años menor que yo, y para la fiesta entre globos de colores, dulces, regalos y torta había también un inmenso globo rojo inflado con gas de más o menos un metro y medio de diámetro que lo hacía más liviano que el aire . Era de los mismos globos que mi viejo solía usar enviando sondas meteorológicas a grandes alturas para conseguir datos que se usaban en los pronósticos del tiempo.
Al día siguiente tomé posesión del globo ya que a nadie le interesaba y yo ya le había visto posibilidades. Yo no era muy popular en la cuadra donde vivíamos ya que era el niño de las explosiones, usando la pólvora de balas que desarmaba, mesclándola con sal y carbón molido.
En el gallinero de la casa hacíamos con un primo unos caminos con pólvora y al final colocábamos una gran lata con gasolina de aviación que mi padre traía a casa para limpiar manchas y similares. Le acercábamos un fósforo a la pólvora y nos escondíamos ya que la explosión era de padre y señor mío.
Mi madrastra terminaba en el hospital con palpitaciones, así como algunas ancianas vecinas. Las pobres gallinas no ponían huevos por muchos días y yo terminaba azotado. Mi hermana se moría de la risa cuando mi padre me golpeaba. Quedaba castigado por un mes sin dinero para ir a los matinés del cine los domingos. Al primo le caía también su zurra y estrictamente prohibido juntarse conmigo.
Llevé el gran globo rojo a la vereda y con un cordel amarré por el cuello a un pobre pingüino que tenía en el gallinero y lo saqué a pasear por la vereda frente a la casa y él flotaba dando saltos, moviendo sus aletas y era el hazme reír de toda la gente que salía a verlo.
Nadie tenía un pingüino en su casa, un día lo había encontrado herido al lado de un río en el campo cerca de la ciudad y lo traje a casa donde lo sané en seis meses y finalmente lo devolví al mar.
Después del paseo del pingüino, no se me ocurrió nada mejor que amarrar por las patas a dos pobres desgraciados pollos que no paraban de aletear y con ese movimiento y forcejeo se me soltó el cordel que sujetaba el globo con los pollos…aya yay.
Con el viento el globo tomó vuelo y altura con rumbo noroeste velozmente y los pobres pollos, piu, piu, piu y la gente miraba gritando -¡Ay, Ay, miren los pollos del vecino allá arriba!- Y todo el mundo se reía. Cuando esto acaba de suceder vi el Oldsmobile de mi padre doblando la esquina lentamente acercándose a nuestra casa ya que había mucha gente en la calle mirando hacía arriba presenciando mi evento.
Mi padre se bajó del auto y me preguntó que sucedía. Yo le contesté que por el momento era mejor que no supiera. Por supuesto que me llevé otra gran zurra y mucho tiempo sin ir a cine. En ese tiempo los pollos solo se comían en días especiales y yo había enviado al espacio nada menos que a dos, así que mi castigo fue cosa seria. Pero estoy seguro de que tengo el record mundial… ¡De enviar al espacio a los primeros pollos astronautas!
Continuará...
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