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jueves, 3 de marzo de 2011

LAS HISTORIAS DE “ROBERTO CONTI” (2a parte)


Continuación...

El Douglas DC-3 CC-CLL 0010, del Servicio Experimental Santiago-Punta Arenas
Foto sacada del blog "El observador aeronáutico" de Chile:
  http://ivansiminic.blogspot.com/2009/04/la-fan-y-la-apertura-de-la-ruta-aerea.html


El DC-3 arremetió a alta velocidad contra el final de la pista y tomó vuelo como gran pájaro prehistórico, sus motores rugiendo al máximo acompañados de una vibración general del aparato. Los ensordecedores motores se calmaron tomando un zumbido más suave cuando ganamos altura.

Por el lado derecho del avión, la campiña chilena se extendía en perspectiva como una gran alfombra de variados tonos de verde y en distintas formas. Por el costado izquierdo se podía apreciar la majestuosa cordillera de los Andes con sus múltiples azules y grises aun salpicada por la nieve del pasado invierno. Volábamos ya a seis mil pies a la altura de alguna de sus cumbres.

Acostumbrado a tierra firme durante mis doce años, el movimiento del avión fue algo que no estaba en mis planes. Mi estomago por supuesto no se adaptó a los movimientos inesperados y me mareé terriblemente. Me habían proveído de unas prácticas bolsitas de papel que pronto entraron en uso. Me dolían mucho los oídos por la diferencia de altura y el sonido de los motores. Curiosamente las conversaciones de los otros pasajeros parecían amortizadas y eran ininteligibles.

Poco a poco a medida que avanzábamos hacia el sur veíamos pasar rápidamente: Curicó, Talca, Chillán, algo reducidas en tamaño y rodeadas de interminables campos. Nos adentrábamos a veces en algunas nubes que dejaban detrás gotas de lluvia que se escurrían velozmente por el plástico de las ventanas.

Era todo un mundo nuevo de imágenes, sonidos y olores extraños para un muchacho que había hecho una vida común de niño yendo al colegio en Santiago y Viña del Mar. Había salido del nido, del lado de mi madre y en esos momentos estaba...volando.

Aterrizamos cerca de Puerto Montt al medio día y después de un sabroso y caliente almuerzo, que cayó muy bien, despegamos rumbo sur. Volar sobre las cumbres de Los Andes y cruzar a Argentina fue todo un espectáculo. Formaciones de roca gris azulada y nieve por donde uno mirara. Un poco de turbulencia primero, después subimos seis mil pies y el vuelo fue más calmado.

En una hora más ya volábamos sobre la pampa argentina cerca del pueblo de Esquel con un vuelo mucho más suave que en el lado chileno. Los aviones chilenos estaban autorizados para volar sobre el territorio argentino en esa área ya que el clima sobre los canales del sur de Chile siempre estaban cubiertos de nubes y lluvia.

Volar sobre la inmensidad de la Patagonia fue otra experiencia, apareciendo desde el aire como un gran desierto gris que se perdía hacia el este mas allá del ala izquierda del DC-3, volando muy cerca de la precordillera patagónica a unos tres mil pies de altura. Una gran cantidad de pequeños lagos salpicaba esta área cuyas aguas variaban de color de un lago a otro, blancos, azules, rojizos, verdes, probablemente por el tipo de composición química de las tierras que los rodeaban.

Más hacía el sur, enormes lagos azules cruzaban de Argentina a Chile, rodeados de montañas mas bajas de colores rojizos con franjas beige, grises y azules. A lo lejos apareció el monte Fitzroy con su imponente estructura de varias cumbres que parecen agujas muy escarpadas con sus rocosas paredes densamente nevadas.

Pasadas ya las dos y media horas de vuelo comenzamos a bajar y a aterrizamos en Balmaceda, un pequeño aeropuerto en el medio de la pre-cordillera Patagónica. Desde una casita que era todo el aeropuerto se podían ver las casas de la aduana en la frontera con Argentina. El pueblo solamente eran algunas casas de madera muy simples al estilo “cowboy” de las películas del oeste americano.

Nos dieron una rápida merienda con café, tajadas de carne de cordero y pan casero. Al poco rato ya estábamos volando nuevamente sobre la pre-cordillera a unos seis mil pies. Una cosa extraordinaria sucedió, se acercó a mi uno de los pilotos y me indicó que mirara por la ventanilla hacia el horizonte desde donde me encontraba sentado en el lado izquierdo del avión. Pude ver con admiración a lo lejos, la silueta de la costa Atlántica.

Más sorpresa fue aun cuando me indicó que fuera a la cabina mirara por una de las ventanillas. En el horizonte a la distancia y debido a que estaba despejado, se podía ver la costa de los Canales del Sur de Chile y... ¡El océano Pacífico! Eso es algo que ha quedado grabado para siempre en mi mente. ¡Qué show! Al describir estas imágenes después de tantos años aun me emociona. ¡Poder ver desde esa altura ambos océanos fue algo increíble!

Continuó por par de horas nuestro vuelo sobre las llanuras del sur de Argentina hasta que sentí en los oídos que el aparato estaba descendiendo, viró hacia el suroeste y el paisaje comenzó a cambiar. Continuábamos bajando y a lo lejos pude visualizar lo que era la entrada oriental del Estrecho de Magallanes, muy amplia, con planicies a ambos lados del Estrecho. A nuestra izquierda quedó la costa de Tierra del Fuego.

Ya habíamos virado inclinándonos hacia la derecha cuando comenzamos a descender a solo cincuenta metros sobre el agitado mar. Había bastante viento. Todos los pasajeros fueron avisados de ponerse los cinturones y mis oídos parecían explotar después de tanta diferencias de altura. Una gran emoción general me invadía, mezcla de felicidad, excitación después de tan largo viaje pues me iba encontrar con mi padre, a quien solo había visto antes un par de veces en mi vida.

Eran las siete de la tarde y llevábamos volando casi doce horas. Por la ventanilla izquierda pude ver a lo lejos una ciudad y también el mar que solo estaba a pocos metros bajo el avión.
Un remezón y un zumbido indicaron que el tren de aterrizaje estaba bajando. Las olas pasaban muy rápido y de repente, a gran velocidad vi una playa de piedrecillas y luego señalizaciones de una pista de aterrizaje.

El avión floto por unos metros y finalmente se posó sobre un duro y áspero terreno que hacía vibrar el aparato. Corrió un poco mas en su posición horizontal hasta que la parte de atrás del avión bajó quedando el piso en un plano inclinado. El avión se detuvo y vi por la ventanilla como un jeep cargado de personas con uniformes azules eran azotados por un fuerte viento.

Se bajaron del vehículo y varios se colgaban del ala izquierda.  Después me dijeron que esas personas en las alas ayudaban a que el viento no virara el avión. Uno adentro no notaba la velocidad del viento que había y que después supe era de cincuenta millas por hora.

Finalmente el aparato se aproximó a una casa con instrumentos y antenas en el techo y mucha gente al frente. Nos detuvimos e inmediatamente se abrió una gran puerta en la parte de atrás del avión y el viento frío se apoderó del interior. Al caminar hacia la puerta pude ver un mar de gente alrededor del aparato. Comencé a bajar por la estrecha escalera que habían colocado y el viento que subía por mis pantalones me helaba.

De pronto un sonriente señor alto, con un gran abrigo y una boina vasca se me acercó y me dijo, - Hola mijito, yo soy tu papá- y me dio una gran beso en la mejilla. Sentí como estaba de fría su mejilla. Sentí un gran nudo en la garganta y le dije finalmente - Hola papá -…Y me dio un fuerte abrazo.



Mi padre
Continuará... 

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