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domingo, 21 de febrero de 2010

EL PARACAIDISMO NO TUVO LA CULPA (2a parte)

Estoy al frente de Felipín volando a velocidad terminal, a unas ciento veinte millas por hora o unos doscientos kilómetros por hora en caída libre pero que no se “ven”, pues la sensación es de flotar dentro de un huracán que proviene de la nada.

Llegó el momento de realizar la maniobra más difícil en donde yo tendría que girar y al mismo tiempo desplazarme desde el frente hasta su lado. Lo intenté y sentí que todo mi cuerpo se desordenaba en fuertes oscilaciones y perdí el control. Con movimientos rápidos volví al frente de el y me miró como diciendo...vamos Carlitos... ¡otra vez!

El miró su altímetro y moviendo positivamente su cabeza me indicó que continuáramos y que volviera a intentarlo. Me concentré, desplacé mi brazo y pierna derecha y al mismo tiempo los incliné y ante mis ojos vi como me desplazaba alrededor de el haciendo un semicírculo. ¡Maravilloso!!! Me llené de euforia al sentir que lo había logrado.

Vi que Felipe me indicó que se retiraba para abrir su paracaídas, lo cual era nuevo para mi. El es más avanzado y abre su paracaídas entre los dos mil quinientos y tres mil pies. Yo por lo general lo abro antes a cuatro mil y esto significaba que yo estaba entrando por esa puerta de los avanzados que abren más abajo.

Le di la señal de que me retiraba también y cometo mi error numero tres. Inicio mi maniobra de alejamiento colocando mis brazos hacia atrás para así abrir lejos de mis compañeros voladores. Esto incrementa mi distancia en caída. Abro los brazos otra vez para estabilizarme y abrir mi paracaídas.

Pero veo ante mi algo diferente esta vez. Las partes que rodean el paisaje se están moviendo hacia afuera. Nunca había visto algo así. ¡Es como si mi cámara se empezara a enfocar rápidamente hacia delante! ¡Estoy viendo como el mundo se acelera hacia mí! Saqué rápidamente del bolsillo de mi arnés el pequeño paracaídas piloto que se encargará de sacar el paracaídas principal.



Volteo mi mirada hacia arriba y veo como rápidamente pero a la vez lenta y metódicamente germinaba la flor de la vida. Si esta flor ese día no hubiese querido abrir como debiera, hubiese tenido muy poco tiempo extra para operar mi segundo paracaídas… el de reserva, pues no contaba con apertura automática.

Vinieron varias sacudidas hasta que abrió totalmente mi paracaídas. Volé sobre el campo de aterrizaje para enfrentarme al viento y una vez cerca al piso halé al fondo los controles y me posé sobre la madre tierra tan suave, como si todo lo anterior lo hubiese soñado desde ese mismo sitio.

Todo parecía normal hasta que otro paracaidista me preguntó...– Oye... ¿A que altura abriste? – Y respondí – A dos mil quinientos...creo. – Y el me dice...– Me parece que fue a menos de dos mil... ¡Ten cuidado! – Enseguida se empezaron a mezclar sensaciones de vergüenza, desconcierto y rabia conmigo mismo. Había cometido varios errores.

Analizando con Felipe, mi primer error y el principal fue no haber hecho los ensayos mirando el altímetro cada segunda o tercera maniobra. Mi segundo error fue haberme confiado solo del altímetro de él. El tercero, hacer la maniobra de alejamiento tan abajo.

Estadísticamente es el quinto error lo que lo puede a uno matar, pero esta vez no los cometí.

Me pongo a pensar que la muerte a veces tiene una cara que ignoramos y es la cara de nuestra propia complacencia, nuestra propia cara y que este bello deporte, el paracaidismo...no tuvo la culpa.

1 comentario:

Lumediana dijo...

Marido:
Eres muy descriptivo, esta historia, me pone a sufrir! porque me hacer vivir una y otra ez aquellos momentos.
Te felicito por aceptar la idea de compartir con tus lectores tus memorias aereas.
Lumediana