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martes, 23 de febrero de 2010

HISTORIAS DE HANGAR (Prologo 2a parte)

Continuación...

Con unos amigos al lado de una de las etapas ya usadas de un cohete.

En el mismo centro espacial mi padre nos compró unas pomadas con sabor a frutas de la misma clase que usarían los astronautas como alimento y luego con mi hermano Felipe jugábamos en el jardín del apartamento de Houston y chupábamos las pomadas imaginando que estábamos en medio de un vuelo espacial.

Un día escuché la desafortunada noticia del accidente que tuvieron los tres astronautas del primer vuelo del proyecto Apollo donde perecieron en un incendio mientras ensayaban dentro de la cápsula de mando.

Recuerdo haber visto en el televisor las noticias donde se veía una humareda saliendo de la parte superior del cohete y algunos vehículos de bomberos. Fue mi primer encuentro con el peligro real que enfrentaban los astronautas.
Estaba confundido pues creí que ya habían volado hasta la luna y se habían estrellado allá. ¿Pero como hicieron para ir hasta la luna los carros de bomberos? Mi madre me explicó que el accidente fue antes de salir y no en vuelo. ¡Parecía que el proyecto Apollo iba más atrasado que mi imaginación!

Estoy a la Izquierda de mi madre Rosa Maria, mi hermano Felipe alzado por mi padre y abajo mi hermana Margarita. A la derecha un Ingeniero amigo de la familia. Sabia que estaba rodeado de partes de naves espaciales que habían cumplido con mi sueño de ir al espacio exterior…los veía con perplejidad, curiosidad y envidia. (Atrás están las partes recuperadas del "AGENA" del proyecto Gemini que se usaron en los entrenamientos de acople en el espacio que sirvieron luego para los acoples con el módulo lunar en el proyecto Apollo.)  


Una vez de regreso a Colombia en Barrancabermeja, donde me crié, me era difícil concentrarme en las clases del Colegio y varias veces la profesora me llamaba la atención cuando estaba mirando por la ventana hacia el firmamento donde me encontraba mentalmente dentro de mi cápsula en medio del más maravilloso vuelo espacial.
Y cuando me preguntaban que quería ser cuando grande yo respondía con seguridad, Astronauta!

Recuerdo que algunas veces me quedaba observando el rojo atardecer sobre la jungla que rodea a Barranca y repetía en mi garganta el sonido de los motores de los aviones que había escuchado en el aeropuerto para recrear un vuelo imaginario sobre ese bello horizonte que estaba observando.

Me preguntaba, – ¿Que habrá más allá de esas nubes que se divisan al final del horizonte? – Escuchaba los chillidos de los micos a lo lejos y pensaba que eran duendes o niños de otras aldeas.
Pasarían varios años para descubrir con mis propios ojos lo que en realidad había detrás de estas nubes.


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