jueves, 9 de septiembre de 2010
ALMA EN PENA
Eran mis épocas de estudiante en Denver, Colorado en los 80 en uno de mis dias de práctica como aprendiz en el paracaidismo deportivo a las afueras de Denver.
Aquel día regresaba de hacer uno de mis saltos con aquellos viejos equipos militares. Mi tío me prestaba de vez en cuando su pequeño Ford Fiesta para poder ir a la zona de salto.
Recuerdo que salí en este carrito ya cuando se empezaba a ocultar el sol pues me quedé un poco más de tiempo charlando con algún amigo sobre el salto que había hecho.
Ya había pasado más de una hora del último salto del día y la mayoría de paracaidistas ya se habían ido. Cuando iba como a 10 km rodeado de inmensos campos solitarios vi a la derecha a alguien caminando en el mismo sentido.
Pensé que era alguien de algún rancho que regresaba de trabajar en algún terreno. ¿Pero caminando tan retirado de todo? Me fui acercando y enseguida pensé en detenerme para ofrecerle acercarlo a donde fuera que se dirigía.
Para mi gran sorpresa vi que llevaba un traje de paracaidista y llevaba su paracaídas enrollado en sus brazos como si acabara de haber aterrizado.
Pero aquí no habían más aeropuertos y ademas no era del grupo de los que saltamos ese dia. Si hubiese venido del mismo sitio de donde salté lo hubiese visto aterrizar o salir con alguien.
Me detuve y le ofrecí que lo llevaba. Me dijo que no había necesidad y me agradeció. Pero insistí y me dijo que si quería lo podía llevar un poco más adelante.
Abrí la puerta y se sentó al lado mío con todo y su equipo. Estaba sudoroso y parecía como si hubiese caminado bastante. No se porque pero hablamos de aventuras, de nuestros saltos y de lo hermoso que era experimentar la caída libre.
No entiendo porque nunca le pregunté de donde venía o para donde iba. Lo lógico es que le hubiese preguntado…¿Que diablos hace a esta hora caminando aquí en la mitad de la nada?
Unos cinco minutos más adelante me dijo que lo dejara allí…pero no había signos de civilización a más de unos 20 km a la redonda!
Le insistí que lo podía llevar a su destino pero me convenció que lo dejara allí mismo. Fue un rato muy agradable y me sentía contento al haber compartido ideas y experiencias con un paracaidista experto.
Se bajó del carro y ya en la oscuridad de la noche pude ver que continuó su camino en la misma dirección. En cierta forma me sentía un poco culpable por haberlo dejado allí.
Con el tiempo volví a tratar de explicarme el porque este paracaidista estaba en un sitio que parecía ser anacrónico o imposible y cada vez que le doy vueltas al asunto creo que debo aceptar la posibilidad que se trataba de un alma en pena con la cual tuve el milagro de haber compartido... tal vez en otra dimensión?
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