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domingo, 6 de junio de 2010

HISTORIAS DE MI HIJO (3a parte)


Continuación: 

Primer vuelo en Parapente

Amaneció y llegó mi tan anhelado día. Igual que el día anterior, salimos temprano a la casa de Edgar, (pero sin el Lady) y al llegar nos topamos con tres timbres. Confundidos nos rascábamos la cabeza buscando la manera de timbrar exitosamente... quizás buscando un cuarto timbre... hasta que encontramos un aviso que decía, entre otros "autóctonos" letreros, “¡¡¡Hágale a los tres!!!”. Le "hicimos a los tres” y salió Edgar quien, con su característica amabilidad nos hizo seguir y nos invitó a desayunar. Montamos los parapentes sobre el famoso campero y salimos al voladero.

Al llegar nos encontramos con otros aeromodelistas que con sus juguetes e historias distrajeron un poco mi ansiedad para mi primer vuelo. Llegó Edgar con el parapente y los arneses para que nos fuéramos alistando.


Con Edgar Hazbón cargando el parapente.


Ya con el arnes puesto listos para el despegue.

Sin siquiera tener tiempo para asustarme Edgar me indicó que a la cuenta de tres comenzara a correr hacia el borde de la montaña. Así sucedió, se desplegó el parapente, mi papa nos ayudó halándonos hacia adelante y comenzó el vuelo. Todo fue tan rápido... miraba hacia abajo y el suelo se alejaba de mi como si estuviera en un rápido ascensor, miré hacia atrás para ver el voladero y solo había cielo pues ¡El voladero ya no quedaba atrás, quedaba abajo! Nos inclinamos hacia la izquierda para pescar una ascendente y ya ganando altitud Edgar me pregunta, – ¿Cómo se siente? – No tuve nada que responder. El paisaje era asombroso.

A la izquierda arriba en el parapente amarillo dobles de Edgar subiendo ¡rumbo a las nubes!

La fuerza conque el viento nos halaba hacia arriba era increíble, sentía como si ya no tuviera derecho a regresar a la tierra. Cuando repentinamente bajaba la ascendente, entrábamos en un descenso que producía una sensación de vacío bastante extraña e intensa la cual era el único indicador con el que yo contaba para saber si subíamos o bajábamos. Hicimos un par de virajes y nos topamos con "la mamá" de las ascendentes que nos hizo acercarnos a la base de un nimbo–estrato que formaba un cielorraso perfecto al que no paraba de mirar con asombro y que me hacía sentir que dividía al cielo de la tierra. Se veía como una barrera que sólo podía atravesar aquel que se merece el cielo.

Sentimos una fuerte ventisca y nuevamente esa sensación de ascenso me estira los cachetes hacia abajo. Siento como poco a poco nos acercamos a ese techo de nubes como si nos fuéramos a estrellar contra él, pero con una fuerte vibración la nube nos da la bienvenida. Inmediatamente el aire se tornó frío y húmedo y ya no se veía nada más que blanco.
– ¡Hacía rato no me "en–nubaba"! – decía contento Edgar mientras yo, con casco y todo, volteé a mirarlo de una manera nerviosa y acusadora. La vibración del parapente y la sensación de ascenso turbulento hacían del vuelo algo escalofriantemente ¡emocionante!

– ¡Tenemos que bajar, la nube nos está chupando! –, dijo Edgar mientras me entregó dos líneas del parapente para que entre los dos redujéramos la vela y así poder descender. – ¡Virgen Santísima! –, dije, – ¡Qué descenso tan berraco! – Rápidamente pude ver el paisaje de nuevo acompañado de un aire cálido y suave. El descenso me enfermaba cada vez más con su característica sensación de vacío. Le dije a Edgar que me sentía mal y me aconsejó respirar profundamente. El resto del vuelo fue en descenso, y mientras planeábamos tranquilamente hacia el sitio de aterrizaje llenaba yo mi mente con hermosos paisajes.

El aterrizaje fue a unos 5 Km. al norte del voladero en el "aprendedero" que queda a orillas de la laguna. Fue un aterrizaje perfecto, el cual no recuerdo muy bien debido a mi malestar.
Inmediatamente "sentamos ruedas" suavemente con nuestros pies me quité mi arnés y mi casco y me acosté en el pasto esperando quedarme dormido, ¡o tal vez morirme! mientras se me pasaba ese horrible mareo. Después de unos minutos llegaron a recogernos.
Almorzamos como a las cuatro de la tarde en una casa de familia cercana al aprendedero donde venden almuerzos con toda la sazón del campo colombiano y con un sabor maravilloso. Durante el regreso a casa mi silencio parecía confundirlos a todos. No dejaba de recordar ese momento en el que Dios me permitió saludarlo y regresar para contarles esta hermosa experiencia… mi primer vuelo en parapente.

Andrés Felipe Madrigal.


En el sitio de aterrizaje.

1 comentario:

Lumediana dijo...

Felipe, que bonito escribes! hay mucha poesia en tu escrito, te felicito! he disfrutado mucho esta historia.