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viernes, 4 de junio de 2010

LAS HISTORIAS DE MI HIJO


Mi hijo mayor Andrés Felipe Madrigal de ya veinticuatro años de edad (2010), desde pequeño recibió de mi más de un avioncito de juguete hasta que un día me di cuenta que había crecido cuando me dijo, – Papa ya estoy cansado de los avioncitos de juguete, me sueño con uno de verdad… de radio control. – Aquí están sus historias.


“El pájaro de fuego”

Iba a ser mi primera experiencia en el aeromodelismo de radio control. Como un niño chiquito duré días esperando el anhelado paquete con mis sueños adentro. Finalmente llegó. Apenas lo abrí, no esperé ni un segundo, ni siquiera vi su contenido y me dispuse a conectar el cargador de la batería.
Mientras ensamblaba sus partes fue tomando forma y comencé a imaginarlo en el aire.

 Llegó el momento. La batería del motor eléctrico y de su sistema de radio había cargado. No me importó la hora del día. Instintivamente salí de la casa parcialmente sin rumbo. Ya teniendo claro el sitio donde volarlo, entré a un pequeño potrero, lo preparé y medí el viento. Muy fuerte.

Esperé un tiempo y cuando este bajó, lancé mi avión a un pequeño vuelo. Volvía a subir el viento como diciendo “Primer lanzamiento: exitoso”…y ahora a esperar. Hice los ajustes pertinentes. Al segundo lanzamiento de prueba obtuve un vuelo recto y suave. Listo para el gran vuelo, me dije.

Esperé una o dos horas a que el viento bajara, pero este se empeñaba en decirme “Ya está bien por hoy”. Yo no hacía caso. Supuse que al caer la tarde el viento iría bajando, pero todo parecía indicar que no era el día.

Al día siguiente me fui de nuevo a este lugar, el más amplio que encontré. Esta vez fui acompañado de mi mamá quien me decía –hombre, este potrero es muy pequeño–, pero no soportaba la idea de tener que esperar días a viajar a la sabana para hacer mis vuelos.

De repente el viento se quedó estático. No dudé en ponerme de pie, encender los circuitos, el radio y tomarlo en mis manos dirigiéndome hacia el oriente, de donde suele venir el viento por estas épocas en Bogotá.

Todo a mi alrededor me decía “¡Láncelo hermano, láncelo!” Fue entonces cuando lo solté, y como a un niño empezando a caminar lo vi solo, indefenso en el aire. Me quedé observándolo sin salir de mi asombro hasta que comenzó a perder altura, se iba al suelo, hasta que reaccioné y supe que faltaba algo: ¡Encender el motor!.. Como un resorte subí la palanca de potencia y comenzó a elevarse y a elevarse.

Pude ver, por fin al Firebird en el aire con su brillante color amarillo y sus calcomanías de fuego. Lo sentía tan lejos, que me daba miedo.
No me atrevía a seguirlo elevando. Le di vuelta y lo encaminé hacia mí. El viento cambió de dirección y fue cuando lo vi volar sobre la avenida.

No me importó subir la potencia al tope y elevarlo para tener tiempo de descenso, pero no aguantó el motor con el viento y entró en “stall” (pérdida). Cayó y me lo imaginé rodando bajo las llantas de un carro como un pedazo de bolsa plástica. Al perder altitud, se perdió detrás de unos pequeños pinos que estaban antes de la avenida.

Apagué el radio y salí corriendo para ver su muerte y rescatar sus restos. Lo busqué en la mitad de la calle, sin ver absolutamente nada. Lo busqué debajo de los carros, incluso me di alientos imaginándolo al otro lado de la avenida. No vi nada. ¡Que extraño!

Su color amarillo brillante no se destacaba entre el gris de la calle. Cuando estaba ya sin esperanzas, bajando la antena del radio, lo vi sano y salvo en toda la mitad del separador de la avenida, (el cual no medía más de metro y medio) y dije que aquí había ocurrido un milagro. Crucé la calle, lo recogí y sin creerlo lo observé como si me hubiera encontrado un tesoro. Miré a mi mamá desde lejos y me dije, –Esto no vuelve a pasar; ella tenía razón. –

Busqué por unas horas un potrero más grande y finalmente lo encontré. Todavía quedaba bastante batería, porque el vuelo anterior fue muy corto. Ensamblé el ala y creyéndome todo un experto lo lancé al aire con fuerza y encendí el motor.

Vi como recorría el potrero como una garza que de vez en cuando solía pasar por ahí. Siempre mantuve la potencia a la mitad para que no se elevara mucho. Lo quería bajito para que si algo salía mal el golpe no fuera tan fuerte. El viento estaba a favor y cada vez iba descendiendo.

Parecía que al estar tan bajo, el suelo lo absorbía y no lo dejaba subir. De pronto aterrizó bruscamente entre los matorrales. Fui hasta el sitio y lo recogí. Acomodé el ala y vi que ya no se veía tan nuevo como cuando lo lancé.

Lo volví a volar una o dos veces pero se repetía la historia. Cansado de ir y volver pensé que el primer vuelo había sido suerte de principiante. Toda la noche no pensé en otra cosa que no fuera “mi vuelo de hoy”.

El Firebird es un modelo eléctrico de dos canales, uno para la potencia y el otro para la dirección muy simple gracias a la micro tecnología moderna.
Al otro día, ya tenía la idea fresca de la noche anterior, que consistía en la clave para el vuelo perfecto. Esta vez busqué otro sitio, mucho más lejano y más grande. Lancé mi avión recién reparado y con la batería al tope.

Lo elevé con la potencia al máximo y vi cómo tomaba altura. Supe que tenía razón al haber vencido mi miedo. Qué satisfacción poderlo ver a gran altura surcando los cielos con destreza. Lo giré suavemente para que viniera hacia mí y sentí que el avión volaba solo.

Apague el motor y fue descendiendo suavemente. Tenía viento a favor. Pasó a mi izquierda y se dirigía hacia la calle, entonces lo giré otra vez respondiendo a mi trauma del primer vuelo. Ya con viento en contra, comenzó a ganar altura de nuevo, sin necesidad del motor.

Luego subió el viento y vi como iba perdiendo velocidad hasta que quedó flotando en el aire como una gaviota. Cuando comenzó a avanzar en reversa me asusté y supuse que el viento no era lo suficientemente fuerte como para mantenerlo suspendido, entonces, proseguí a encender el motor.

Con la potencia al tope vi cómo se iba elevando cada vez hasta que casi no lo veía. Pensé en la batería y que a la altura que estaba, me iba a tomar tiempo en bajarlo y aterrizarlo. Le di varias vueltas en descenso y adquiría cada vez más velocidad. Al cambiar de dirección el viento, el Firebird empezó a salirse del terreno.

Lo giré casi a cincuenta grados de inclinación y subí la potencia para que girara rápido. No lograba traerlo de regreso. Subí cada vez las revoluciones del motor hasta que llegué al tope. Sentí una fuerte ráfaga de viento en mi cara y supe que esta iba a golpear mi avión.

El Firebird venía muy rápido. Algo me dijo que ya había sido suficiente avioncito por hoy. La ráfaga lo golpeó, el ala no resistió y se quebró… lo que Carlos llama “El último aplauso”. Y con este aplauso, supe que el aeromodelismo no es simplemente armar y volar un modelo determinado. Es disfrutar de todo el esfuerzo y tiempo que se le dedica a nuestra pasión por conquistar los aires.

...Continuará.

Andrés Felipe Madrigal


Este es un proyecto de planeador eléctrico que el mismo diseñó y lo bautizó “Albatros – I”. Todavía le estamos trabajando en algunos detalles. ¡Las destrezas no hay duda que si se heredan!

Andrés Felipe a sus diecinueve años de edad…piloto de Firebird!!
                                                        

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