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miércoles, 23 de junio de 2010

LAS HISTORIAS DE JUAN PABLO (4a parte)

Vuelo a ciegas

Llegó Enero otra vez y con él los vuelos de Unicentro. El aterrizadero eran los potreros al oriente de Unicentro después de las casas donde vivía el mono Hazbón. Ahora hay unos edificios muy bonitos pero en esa época los únicos edificios eran los de Multicentro y así teníamos un buen potrero para aterrizar. ¡Ah! Y la aproximación era sobre los cables de alta tensión que estaban sobre la carrera novena, je,je.

Yo ya había hecho varios de esos vuelos. Este día tenía una cometa francesa prestada… mala, pero cometa al fin y al cabo. Nos alistamos y subimos.

Ya cuando estábamos listos despegamos y subimos fácilmente en medio de una corriente de aire sabrosona.

Había llovido los días anteriores, así que había humedad en el ambiente y se estaba formando una gran nube encima de nosotros. Pensamos que íbamos a poder dejarla atrás antes que terminara de formarse. ¡Error! Otro exceso de confianza.

Los demás pudieron salir adelante y alejarse de la montaña para poder aterrizar…..pero mi cometa no penetraba y subía cada vez más y más. La nube me chupó y quedé como se dice IFR (instruments flight rules… ¡O sea que no podía ver ni mierda!!).


Me preocupaba que encima del cerro de Unicentro pasaban unos cables de alta tensión, aunque sabía que tenia bastante altura sobre el sitio de despegue. Empecé a sentir pánico pero traté de calmarme. Así que con calma y tratando de agudizar mis sentidos seguí volando dentro de la nube.
Cuando sentía que la intensidad del viento aumentaba, significaba que iba bajando y cuando disminuía que iba subiendo y así trataba de mantener la velocidad en un término medio.

Trataba de mantener la pequeña veleta de la guaya frontal siempre centrada, así sabia que no estaba derrapando o en el peor de los casos que estaba entrando en un stall o invirtiéndome. Otra preocupación era quedar detrás del cerro o que la nube bajara tanto que al salir me encontrara el cerro de frente como algunos de mis amigos les había pasado.

Pasó como una interminable media hora y de repente vi un hueco en la nube y verde abajo. Sin pensarlo dos veces y sin perder de vista ese hoyo en la nube empecé rápidamente a hacer virajes de 360 grados bien cerrados para perder altura y salir al fin de esa pesadilla.

Cuando salí de la nube estaba a la altura de la calle 190 mucho más al norte y muy bajo. No iba a alcanzar a llegar al aterrizadero de la cancha de fútbol del colegio Campestre. Decidí que la mejor opción era buscar un buen sitio en la montaña donde arborizar.

El sitio elegido fue al lado de la carretera que sube del hospital Simón Bolivar…..solo que era casi en la punta del cerro. El arborizaje fue perfecto sobre unos arbustos como de un metro de altura.

Ahora tenía que desarmar la cometa, empacar y empezar a bajar caminando todo ese cerro para poder avisar a la gente que estaba bien.

No había celulares en esa época, y no tenía dinero para un radio.
Después de más de una hora de caminata loma abajo llegué al hospital Simón Bolívar. Busqué un teléfono público, llamé a la casa de los Gaviria, luego a mi casa y di mi localización. Al rato aparecieron todos los del grupo.

Ya había varios que estaban pensando en ir a buscarme detrás del cerro. Menos mal no pasó nada ese día y se convirtió en una más de nuestras anécdotas.


¡No joda al águila!

¡Ah! Pero hay otra historia interesante. Despegando de Neusa el loco del Tito Gaviria siempre le encantaba ir a molestar las águilas que vivían en su nido un poco más abajo de donde despegábamos.
El hizo lo mismo de todos los fines de semana…salir, volar sobre el nido y el águila naturalmente salía a perseguirlo para cuidar su nido.

Según la historia que escuché, el águila sin siquiera aletear se puso a la altura de la cometa sin quitarle la mirada a semejante pájaro tan grande. Aceleró, se hizo al frente de Tito y de repente se devolvió acercándose a gran velocidad y ya bien cerca de él le mostró toda la extensión de sus alas, sacó sus garras y empezó a atacar a este gran pájaro de metal y vela.

 Lo hizo varias veces hasta que mi querido amigo al fin se asustó y dejó de molestar a estas aves. Semanas antes habíamos leído en una revista que en una situación similar un águila había roto la vela de una cometa y el piloto tuvo que lanzar su paracaídas para no caer como un ladrillo.



Bueno Carlos hay muchas historias más que con ellas alcanzaría a escribir un libro, pero estas son las que más resalto. Hasta la próxima porque acá es donde las cometas acaban y la aviación profesional está a punto de comenzar.
¡Nos vemos!

Juan Pablo

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