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sábado, 19 de junio de 2010

LAS HISTORIAS DE JUAN PABLO


Juan Pablo García fue uno de mis últimos alumnos de vuelo en cometa que dejé en Colombia. Con él vivimos la increíble historia que escribí en este libro “Las fiestas de Tena”. Todavía le faltaban algunos ejercicios para completar el programa de entrenamiento que había diseñado para él y graduarse en el majestuoso vuelo del Neusa. Pero se interponía mi viaje a estudiar a los Estados Unidos.
No sabía que hacer y sentía miedo de que le pasara algo al no estar yo siguiendo su entrenamiento. Era muy buen piloto y esto lo hacia candidato a encontrarse con nuestra enemiga la “sobre estima”.

Juan Pablo me llamó una mañana y me dijo que en vista de que yo me iba, él quería ir a entrenar con algún otro cometista. Le dije que lo mejor era que esperara a que yo volviera pero sabía que no tenía sentido que él esperara por tiempo indefinido.

Se que se sintió mal pues quería proseguir con sus vuelos y nuestra conversación quedó inconclusa. Afortunadamente el encontró a un piloto experto que lo ayudó a continuar volando y más adelante se dedicó a la aviación profesional.

Nos reencontramos por intermedio de nuestro amigo común en la aviación Ramiro Sánchez. Aquí recopilo algunas de sus cartas y fotos después de hace más de veinte años de no vernos:


Comienza mi historia

¡Carlos Darío Madrigal!!
¡Pues le cuento que el otro día estábamos con el “Peewee” (Ramiro Sánchez) acordándonos de las locuras del “Mono” (Edgar Hazbón) y todas las estupideces que uno hacía! ¡Antes no nos pasó nada!

Así comienza mi historia…
A mediados de los años 80 era un jovencito “ilegal” de 17 años ya casi llegando a los 18. Lo único que yo quería hacer y sabía que iba a hacer, era volar. Así que me lo propuse. Hice contratos de pintura en obras de construcción, trabajé como obrero en las obras de mi padre trabajando como cualquiera de ellos... todo para poder levantar el dinero para comprarme una cometa.

Mientras tanto los fines de semana comencé como observador en un club de aprendices de vuelo en cometa con un personaje un tanto loco (Carlos Darío Madrigal) que no paraba de sacar dichos y echar cuentos para hacernos reír mientras nosotros, los observadores, nos tocaba por ahora bajar a pie la loma del aprendedero de Madrid (al lado de la carretera que baja a La Mesa) y subirle la cometa a los aprendices avanzados....... que todavía eran ignorantes en el vuelo pero menos que nosotros.

Y así no la pasábamos desde las 8 o 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde. ¿Pero porque esto así? ¡Lo que pasaba es que no había suficientes cometas! Eran solo tres. Estas tenían un radio de planeo de 4:1, pero ese rendimiento imagino que era al nivel del mar, je, je.

 Al fin nos tocó el turno. Mi personaje e instructor, con lentes cuadrados de color medio oscuro siempre con una sonrisa en sus labios, nos hacía llegar bien temprano a su casa en el barrio Pasadena al norte de Bogotá. ¿Y que estaba haciendo siempre en el garaje–taller de cometas que tenía? Pues enderezando los tubos de las alas y del triángulo de control que los aprendices de la semana anterior habían doblado. ¿Y cual era la principal herramienta de su taller? ¡El árbol del frente de la casa!

Ahora que he aprendido algo más de como vuelan las cometas.....no se como no nos pasó nada con esas locuras enderezando y remendando con camisas de aluminio lo tubos rotos. Pero era parte de la diversión y las ganas de volar.

Al fin llegó el día en que por fin volaría. Arrancamos esta vez pero con rumbo a otro aprendedero. Era el de Suesca. ¿Porque allá? Era más larga y tendida la parte baja, y esto era bueno para los principiantes intermedios como yo. ¡Que delicia fue ese día! ¡Correr con la puta cometa todo el día en ese potrero!

Al final del día por fin aprendí como se debía aterrizar. Corro con la cometa en ángulo neutro con la nariz un poco levantada para que no me pese y al final... ¡zassssss!.. empujo con fuerza la barra, la cometa me levanta y se frena....mmm.....ese día levanté los pies por primera vez de la tierra por un segundo… !Un segundo que fue eterno!

Y así seguimos durante varios fines de semana puliendo aterrizajes. Era extraño ver que lo que hacíamos al principio era aprender a aterrizar y después aprender a aproximar. Los despegues no eran problema porque ya habíamos corrido con esa berraca cometa durante días. ¡Algo teníamos que haber aprendido con todas esas carreras!

Durante todos estos días aprendiendo a como aterrizar, Carlos Darío sacaba mi carpeta verde, que me había tocado comprar junto con un overol blanco como parte del equipo de entrenamiento y en esta estaba la bitácora de vuelo y unas hojas con unas cuantas técnicas de aterrizaje que era básicamente el curso inicial de vuelo en cometa.

Bueno, llegó el momento de subir un poco más por aquella lomita, hice la acostumbrada carrera de despegue y de pronto la cometa me elevó como medio metro sobre la tierra, me gritó, – ¡AHORAAAAAA! ¡YAAAA!! – … Empujé fuertemente la barra y la cometa me elevó un poco más, se detuvo y me dejó caer suavemente de nuevo a la tierra… ¡VOLEEEEEEEEE!!! Fue mi primer segundo y medio de vuelo. ¡Que dicha!… ¡Que sensación tan maravillosa! Así seguimos varios días y cada vez esos segundos se alargaban más y más.


Aquí estoy con la cometa Cúmulus en el aprendedero en mis primeros vuelos.
A final del día como parte del curso estaba el “debriefing”. ¿Y que pasaba en el debriefing? ...Nuestro personaje instructor nos decía una por una todas las cosas que habíamos hecho bien o mal y mientras tanto se bajaba tres mantecadas con una gaseosa.

Así seguimos varias semanas alternando entre los aprendederos de Suesca y Madrid. Como el de Madrid era bajo, practicaba en línea recta básicamente los últimos segundos de la aproximación final y el aterrizaje. Al fin llegó el día que me volví “aprendiz avanzado” y pegamos para Suesca.

...Continuará.

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