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miércoles, 7 de julio de 2010

ATERRIZAJE EN EL JOSE MARIA

Un día mientras que estaba practicando en los simuladores de la escuela de Avianca noté que un copiloto con su uniforme y su gorra de la empresa nos observaba atentamente.
Pensé que era copiloto del B-727. El muchacho se acercó y me preguntó si yo era copiloto de Avianca. Le respondí que no, que estaba como copiloto aprendiz. Se trataba de Andrés Gomez con quien hice una amistad que ha durado toda la vida. Le recordé que nos habíamos conocido en el restaurante del aeropuerto unos meses atrás.

Aunque él era colombiano había vivido la mayor parte de su vida en los Estados Unidos y se expresaba con la ingenuidad y el acento de un gringuito. Para este entonces él era copiloto del Twin Otter (turbohélice de 20 pasajeros) en la empresa Helicol que pertenecía también a Avianca.

Me decía que se soñaba con poder estar como yo en curso para el 727. Le di varias ideas para que entrara al siguiente curso. Lo motivé y logró con el tiempo conseguir entrar al siguiente curso. Pasó todos los exámenes y logró entrar como copiloto a la empresa. ¡Ahora puedo decir que logré “entrar” a alguien a Avianca!

El siempre me ha agradecido por mi ayuda pues fui su mentor en su sueño de subir al jet.
Cuando estudiábamos juntos y yo me demoraba en responder pegaba un manotazo en la mesa y me gritaba, – ¡No sabe! – Imitando a uno de los instructores. Era muy divertido.

Un día le conté que tenía vuelo a Bucaramanga y luego a Medellín y me dijo que lo llamara apenas regresara para que le contara sobre mi vuelo... un vuelo que jamas olvidaré!

Muy temprano empezamos la ruta con un capitán basado en Bogotá hacia Bucaramanga. Este trayecto fui de observador detrás del capitán.
Me fascinó el aterrizaje en Bucaramanga. Estaba de nuevo en contacto con la capital del departamento de Santander donde también se encuentra Barrancabermeja, la tierra de mi niñez.

Luego cambiamos de tripulación y me tocó con un capitán basado en Bucaramanga. No olvido su apellido pues a él le debo la gran aventura que estaba a punto de vivir. Se trataba del capitán Munevar.

Una vez abordo me contaba que había estado trabajando volando aviones para Ecopetrol y por coincidencia conocía algunos ingenieros amigos de mi padre. Enseguida me sentí rodeado de un ambiente más familiar y eso hizo aliviar esa tensión que traía del anterior vuelo.

Cuando hacíamos la preparación de cabina vino la primera sorpresa. Escuché que le dijo al copiloto, – Usted tiene pereza de trabajar hoy, ¿Cierto?, Pongamos a este loco a volar y que nos lleve al Jose María. – Enseguida sentí esa emoción de niño con su mejor regalo.

Pasé al puesto derecho y el copiloto me indicaba como continuar la revisión de algunos instrumentos para completar la lista de chequeo.

Después iniciamos el avión y no me perdía un milímetro de tan bello ritual viendo como cada motor se manifestaba a través de los pequeños relojes. Todo se veía y se sentía tan diferente al estar tan cerca del panel de instrumentos y al parabrisas frontal. La perspectiva de estar totalmente al frente en el avión era total.

El capitán carreteó el avión hasta el inicio de la pista y ahi vino la siguiente sorpresa. – Bueno señor Madrigal usted me va a llevar al aeropuerto Jose Maria Cordoba de la ciudad de Medellín, – y me señaló los aceleradores. Esta vez estaba listo y puse con anterioridad rumbos y frecuencias para la secuencia del despegue. Calculo que ese fue mi despegue numero cuatro o cinco.

Después de que puse en el aire nuestro poderoso jet, ordené subir el tren y puse rumbo a una de las radio ayudas que era precisamente la de Barrancabermeja.

B-727 despegando. El copiloto esta llevando la mano a la palanca del tren de aterrizaje para subirlo.

 No podía creer que estaba yo en los controles de un jet sobre volando aquel sitio en donde de niño me había soñado con poderlo hacer.
Si, en ese momento sabía que otro de mis sueños se estaba haciendo realidad. Me sentía tan agradecido con la virgencita y con mi Diosito.

Me divertía como niño pequeño analizando en que lugar de la atmósfera nos encontrábamos. Luego cambiaba el rumbo de acuerdo al plan de vuelo y poco a poco nos acercábamos a Medellín. Le pregunté al capitán si quería que hiciera el descenso. Asintió y corté la potencia para bajar deslizándonos como un inmenso planeador de metal lleno de pasajeros.

Por espacio de un minuto el capitán con su mano derecha haló una pequeña palanca que enseguida activó un ruido bastante bajo. Eran los frenos aerodinámicos de las alas que nos ayudaban a bajar más rápido.

Después, sin que yo me diera cuenta, desactivó la alarma del tren de aterrizaje para ponerme a prueba con mi lista de chequeo. Inicié la aproximación final para aterrizar y empecé a mirar al capitán esperando la acostumbrada orden de cambiar con el copiloto pero me dijo, – Bueno, usted va a aterrizar el avión, yo se que es su primera vez así que tranquilo yo voy a estar pendiente, haga su lista de chequeo y cuando esté ya para sentar ruedas hale la cabrilla suave dos veces para atrás y una para adelante para que baje la nariz. – Sentí un frío en el estomago revuelto con la felicidad de por fin tener en mis manos la responsabilidad de colocar en tierra esta inmensa aeronave.

Mi visión empezó a enfocar la pista y mis manos empezaban a maniobrar los aceleradores y la cabrilla a medida que podía sentir todo el avión como parte de mi cuerpo. Sentía el control total en mis manos.

Veía como la pista aparecía debajo del horizonte rodeada de majestuosas montañas en el corazón de Colombia. Miraba los instrumentos, comparaba y hacia pequeñas correcciones.
De pronto una voz interrumpe mi trance. – ¿No se le olvida nada? – y le respondí que la lista de chequeo ya estaba terminada y que el copiloto ya tenía la autorización para aterrizar.

 Enseguida el capitán me dice – Mire a su alrededor a ver si le falta algo. –  Mire rápidamente todo el panel y de pronto abrí más mis ojos y sentí un corrientazo por mi espalda al ver que el tren de aterrizaje estaba todavía guardado. ¡No podía creerlo!, !Se me había olvidado bajar el tren!

Enseguida como un resorte llevé la mano a la palanca del tren y antes de que la tocara el capitán me detuvo la mano diciendo, – ¡Aah, aah, noooo, usted no puede dejar de volar el avión! Ordene tren abajo y después ya puede decir que completó la lista. –

Diciendo esto el capitán bajó la palanca del tren y enseguida llegó aquel ruido del viento golpeando el tren delantero. El avión redujo de velocidad y tuve que hacer pequeños ajustes.

A medida que la pista se acercaba podía sentir más en todo mi cuerpo el avión deslizándose a través del viento. Llegó el momento del aterrizaje. La pista empezó a pasar debajo nuestro, sentí por instinto ese momento de halar la cabrilla para terminar el planeo, halé una, dos veces y luego un poco hacia adelante.

Espere en esa posición alguna señal que me dijera que habíamos tocado tierra pero no llegaba. Pensé que estábamos flotando. Miré de reojo al capitán casi sin respirar pues no sabía que hacer. Enseguida me dijo, – ¡Frénelo que este avión no frena solo! – El tren delantero sentó sus dos ruedas en el pavimento a unas cien millas por hora y de inmediato mientras él halaba completamente la palanca del aerofreno yo halé hacia atrás los aceleradores, halé las palancas de los reversos hacia arriba y el ingeniero llamó – ¡Tres motores reversando! – Enseguida  vinieron los acostumbrados sacudones del frenado.

El capitán tomó el control del avión y me explicó. – ¡Bien chino, se hizo un “mantequillero”! Fue tan suave el aterrizaje que usted no se dió cuenta cuando sentó el tren principal y por eso no inició la frenada a tiempo. ¡Estuvo bueno, lo felicito! –
Ahora si que me sentía en el cielo de la felicidad... ¡Aterricé bien el avión! A pesar de algunos errores había por fin hecho un ciclo completo. Había despegado, volado y aterrizado el avión de mis sueños.

Apenas bajamos del avión en el nuevo y hermoso aeropuerto José María Córdoba de Medellin pensé enseguida en comunicarme con Andrés Gomez que era ese compañero mas inmediato que sabía estaba pendiente de mi aventura.

Luego pude llamarlo por teléfono y le resumí este gran día que había culminado con un aterrizaje “mantequillero” como le llaman en Colombia. Y al final de la conversación se oye que golpea su mesa de un manotazo y me dice, – Sabe que maestro... ¡Usted si sabe! –

Dedicada a ti Andy!
(El capitán  Andrés Gomez, entró en el siguiente curso, hizo carrera en Avianca hasta capitán del Fokker y actualmente (2017) es capitán de B-737 en American Airlines.)


Palanca del tren de aterrizaje del B-727

5 comentarios:

Juan dijo...

Excelente historia, muy bien contada...soy el admirados #1 de su blog y el de su esposa...ustedes si saben!!!

camilo dijo...

ME SENTI VOLANDO ESE B-727, QUE BIEN CONTADA LA HISTORIA.

ARY LOPEZ dijo...

GRACIAS POR COMPARTIR TAN MARAVILLOSA EXPERIENCIA. LO FELICITO,POR HABER CUMPLIDO ESE SUEÑO

Mijchel dijo...

Don Carlos, he estado en muchas cabinas, nunca en un 727 pero creame que mientras leia su articulo me erizaba por momentos, reia de felicidad porque se que me pasara igual si me sucede algún día, cada vez que subo a un jet, digase 737, A320, A330, miro los controles y repaso mentalmente los procedimientos en mi lista de chequeo y creame que la sensacion es inaudita de solo imaginarlo, por eso pienso que en esos momentos felices su corazon no le cabía en el pecho, cuanto le envidio!.que felicidad de saber que alguien siente lo que uno!..muy buena historia, muy buena, gracias por publicarla.

Unknown dijo...

Muchas gracias por compartir este tipo de historias, para las personas como yo que aún no cumplen ese gran sueño que es volar, este tipo de relatos lo llevan a imaginar y a vivirlo. Muchas gracias