Eran esas épocas de estudiante en los 80s en Boulder Colorado cuando estaba haciendo mis primeros saltos en paracaídas. La escuela de salto parecía más bien un rancho al estilo “cowboy”. Tenía sus gallinas, conejos, gatos y tres graciosos perritos.
Ed, mi instructor, usaba bluejeans con correa ancha, hebilla con adornos, gorra de béisbol, barba y hablaba con acento “country”. Para mi era divertido ver que existían en la realidad personajes que solo veía en películas de vaqueros. Tenía un pequeño avión y varios viejos equipos de paracaidismo que fueron de uso militar.
Ed aterrizando |
Un día llegué temprano en la mañana para conseguir un salto sin mucho viento pero Ed tenía su avión en mantenimiento en un pueblo a una hora de vuelo en el vecino estado de Wyoming.
Tenía un avión prestado y decidió ir a recoger el suyo en este avión. Me invitó a ir como pasajero pues sabía que era estudiante de aviación.
Invitó a otro instructor de salto y con el piloto éramos ya cuatro. Se quedó viendo a los perritos y ellos lo miraban atentos como si supieran que el iba a subir a los cielos de nuevo. Les dijo, – No chicos no voy a saltar, me demoro. – Puso cara de pesar y creo que ellos también.
Después puso cara de interrogante. Le preguntó enseguida al piloto si no había problema en llevar a uno de sus perros. El piloto dijo, – ¡Por supuesto que no! – Y Ed dijo, – ¡Voy a llevar a Piglet! – Piglet era el perro más chico y tenía un gracioso hocico estilo marranito, y así le puso, “Piglet”, marranito en inglés.
El perrito subió primero y después subimos los humanos. Ed se sentó en el puesto del copiloto y nosotros nos sentamos atrás en el piso pues estaba configurado para llevar paracaidistas.
Despegamos y el pobre perrito miraba por las ventanas tratando de entender lo que sucedía. Ed se divertía viendo la graciosa expresión de interrogante de Piglet y le hablaba para calmarlo.
Media hora después, navegando a unos seis mil pies de altura por el océano del aire, arrullados por el monótono ronroneo del motor se quedaron dormidos el compañero de salto y el perrito. Ed se viró hacia mí y con el dedo en la boca nos señaló que no los fuera a despertar. ¿Y para que quiere que no los despierte? Pensé. Parecía que estaban tramando algo con el piloto.
De repente vi como Piglet por arte de magia empezaba a levitar. Vi como se fue elevando, subía y subía. Sentí enseguida la sensación de antigravedad en mi cuerpo. Empezábamos todos a flotar. El compañero se despertó y al exclamar. – ¡Que sucede! – Despertó a Piglet que había subido dormido casi hasta el techo.
Enseguida el confundido perrito empezó a correr en “el vacío” tratando de regresar al suelo. Al ver que no le servia correr apuntaba con sus patitas hacia abajo mirando fijamente al piso concentrado solo en regresar.
El piloto había maniobrado con la complicidad de Ed entrando en un largo descenso que igualaba nuestra velocidad en caída libre. Era lo más parecido a ser astronautas dentro de una cápsula espacial pero lo que más me impresionaba era ver a Piglet flotando.
Casi tan rápido como subió empezó a descender a medida que el piloto nivelaba y salíamos del efecto “antigravedad”. Ed y el piloto se reían a carcajadas y luego Ed dijo, – ¿Vieron a Piglet en caída libre? – Y yo les dije, – ¡No es solo un perrito paracaidista sino también astronauta! –
El pobre Piglet miraba alrededor como esperando que no se le fuera a ir el piso de nuevo.
Nos estuvimos riendo por un buen rato. Y todavía hoy me sonrío cuando recuerdo a mi perrito astronauta, con hocico de marranito... Piglet.
2 comentarios:
Que historia mas hermosa, Bravo marido por esa manera de narrar, me llevaste de la mano en esa historia y te aseguro que estuve alli en ese avion.
Jajaja es historia nunca se pone vieja! Sobre todo cuando la contabas.
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