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jueves, 13 de mayo de 2010

VOLANDO SOBRE ARMERO


En una preciosa mañana de Noviembre de 1985 volaba solo en un avión Cessna 152 de la escuela Aeroclub de Colombia, en uno de mis cruceros desde Bogotá hacia Cali, al sur de Colombia.

Me encontraba sobre el río Magdalena volando entre Mariquita e Ibagué con las dos cordilleras a los lados. Al frente mío podía ver un hermoso tapete verde de sembrados de algodón y arroz con el río en el medio como una inmensa culebra dorada.

De pronto vi al fondo a la derecha algo así como un efecto óptico que no podía entender. Era una mancha anaranjada al lado derecho entre el río y la cordillera. Parecía como si alguien hubiese tirado un gigantesco cargamento de lodo sobre el delicado terciopelo verde de una mesa de billar.

A medida que me acercaba podía ver lo que parecía eran residuos al borde externo de la inmensa mancha. Cuando estaba a solo unos kilómetros pude ver la magnitud de esta mancha. Era la marca de una gran avalancha que venía desde la cordillera y se esparció por un área enorme.

Enseguida abrí los ojos y sentí una opresión en el corazón al recordar que se trataba de Armero o más exactamente donde estuvo este pueblo.

Armero fue una de los pueblos de Colombia que al igual que Pompeya pasó a la historia como una de las grandes tragedias de la humanidad. Quedó sepultada bajo un espeso lodo por el deshielo causado por la erupción de uno de los grandes volcanes nevados de nuestro país.

Gran parte de la masa de hielo de un costado del nevado se derritió y formó una inmensa avalancha de hielo, lodo y rocas. A pesar de repetidas advertencias la mayoría del pueblo prefirió permanecer en sus casas. La avalancha arrasó con el noventa por ciento del pueblo y murieron aproximadamente unas treinta mil personas en cuestión de minutos.

Mi mórbida curiosidad hizo que cayera en la tentación de virar, descender y volver a pasar justo por encima de este gran cementerio. Cuando bajé me di cuenta de lo inmensa que había sido esta tragedia.

Burlando mi propia seguridad y queriendo ver todo más de cerca, ajusté mi cinturón y abrí la puerta para poder así ver debajo del avión con más detalle los escombros.
Fue difícil abrir la puerta por la presión del viento pero logré abrirla casi a la mitad.

Unos tres segundos después, sobrevolando la mitad del campo, el avión se sacudió violentamente al impactar la corriente de aire ascendente de una térmica creada por el calor que desprende un área desértica como esta.

En fracciones de segundo el ala izquierda bajó unos sesenta grados y yo quedé prácticamente colgado de mi cinturón mirando verticalmente hacia la tierra.

Entré en pánico, mi visión entró en un túnel y pude ver la textura del lodo seco y varios escombros desde casi dos mil pies de altura. Pegué un grito de terror y agarrándome de la cabrilla y de la puerta regresé a la cabina y rápidamente nivelé el avión que se encontraba ya entrando en un fuerte viraje.

Si no hubiese tenido el cinturón puesto de seguro habría salido disparado del avión por la fuerza centrífuga y después de una caída libre sin paracaídas hubiera ido directamente a unirme con todos los muertos de este pueblo.

Pienso que miles de espíritus todavía vagando por estas tierras extendieron sus brazos hacia el cielo y empujaron el avión para darme una lección al ver como irrespetaba este sitio sagrado con mi curiosidad.

El corazón se me quería salir del pecho del susto. Cerré la puerta, la aseguré, puse toda la potencia y tomé altura para escapar de este cementerio que parecía vengarse de mí.

Continué mi vuelo hacia Ibagué tratando de calmarme y pensando como las cosas se pueden agravar con el menor descuido.

Durante el resto del monótono vuelo estuve reflexionando sobre la tragedia que tantas personas vivieron en este pueblo y como de una extraña forma pude sentirlos.


Vista aérea de Armero despues de la avalancha.

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