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domingo, 16 de mayo de 2010

VUELO AMBULANCIA


Herbert Wild, como lo mencionaba en la historia del “llanero perdido”, fue nuestro profesor de fisiología aérea en el Aeroclub de Colombia en los 80. Hice una buena amistad con él cuando se animó a tomar conmigo el curso que yo ofrecía de vuelo en cometa o delta–plano.

Él, como médico inscrito con la aeronáutica colombiana, volaba mensualmente vuelos ambulancia con ellos a algunos pueblos aislados que tenían pacientes graves y que necesitaban apoyo médico de urgencia. A veces era necesario trasladar a algunos pacientes a la capital debido a su estado.

Estos pueblos tenían una improvisada pista de aterrizaje que por lo general era la calle principal o un potrero lateral. Un día Herbert me sorprendió con una invitación muy especial, – ¡Carlos, le tengo una sorpresa! Hablé con el capitán del avión ambulancia para que me dejara llevarlo a usted como copiloto, ¿Quiere ir? – A lo que respondí sin vacilar, – ¡Pues claro! – Estaba feliz de volar por primera vez en este avión. Era un Cessna 206 mucho más grande que las 152 que estaba acostumbrado a volar.


Esta es una Cessna 206 Ambulancia parqueada en el aeropuerto
Olaya Herrera en Medellín, muy similar a la de esta historia.

Herbert me presentó al capitán y enseguida recordamos que nos habíamos visto antes en el mismo Aeroclub. Le dije que lo había visto un día que hubo un show de paracaidismo y me dijo, – Pues yo fui el piloto que los subió. Estos salvajes no me dijeron en que momento iban a saltar y al salir del avión me pegaron el susto más tremendo. – Herbert le dijo que yo era su instructor de vuelo en cometa a lo que el respondió, – ¡Ah, usted es otro de esos salvajes! –

Herbert subió primero al avión con su equipo médico y me dijo – Carlos, vuele bien el avión ¡Que yo voy aquí también! – Y con ésto que me dijo me emocioné más pues significaba que me iba a dejar volar el avión.

Estaba nervioso pero muy contento de entrar en esta aventura. Enseguida el capitán me dijo – Bueno Carlos, usted va a volar hoy, así que acomódese en el asiento del copiloto y busque en el mapa el pueblo San Vicente en el departamento de Cundinamarca que para allá vamos. – Con esto de pronto me sentí en un vuelo “real”, ya no era un simple vuelo de entrenamiento. Me dejó despegar el avión por la pista 21 del aeropuerto de Guaymaral con rumbo hacia el oriente del departamento.

Una vez ya estábamos volando sobre la densa cordillera rodeados de páramos nivelamos a unos quince mil pies de altura. Disfrutaba las nubes, las montañas y cada detalle de la topografía debajo nuestro con curiosidad y admiración pues era la primera vez que volaba en ésta zona del país.

Llegando al área de San Vicente empezamos a descender hasta que divisamos entre las montañas el pequeño pueblito. El capitán tomó el mando y nos acercamos rápidamente al pueblo. ¡No veía por ningún lado donde íbamos a aterrizar!

Nos acercamos más y el capitán bajó fuertemente la nariz enfilando el avión hacia lo que parecía era un área despejada al lado del pueblo con varias vacas pastando apaciblemente. Cuando vi las vacas de tamaño natural y a esa velocidad me asusté y como tratando de frenar instintivamente apreté los pies contra el piso y el capitán riéndose haló la cabrilla para subir haciendo un sobrepaso y me dijo, – Hombre, no se asuste que simplemente estamos espantando las vacas y espero que la gente las quite y así despejen la pista. No se porque no las han quitado si ellos sabían que hoy veníamos. –

Hicimos dos sobre pasos más hasta que vimos que la pista estaba libre de obstáculos. Enseguida descendimos y enfilamos a la pista, pasamos un pequeño barranco y quedamos sobre una pista de grama y pequeños arbustos.

Nunca había aterrizado en una pista así y tenía los ojos bien abiertos entre admiración y susto. Subió bastante la nariz para colocar todo el peso sobre el tren principal y aterrizamos suavemente con varias vibraciones al golpear los arbustos y los desniveles de ésta improvisada pista.
Acercamos el avión a una de las casas donde nos esperaba un grupo de personas rodeadas de muchos niños curiosos que disfrutaban del inusual espectáculo.

Me sentía en medio del sitio más remoto del África sin haber salido del país. Detuvimos el motor y luego de bajarnos el capitán y Herbert empezaron a coordinar todo lo que íbamos a hacer ese día. Herbert empezó a repartir tabletas de vitamina C a todo el que le venía con alguna dolencia. Me decía que éste pueblo estaba muy aislado y era bien complicado contener epidemias traídas de algún otro lugar y por eso les daba vitamina y concejos para mantener un buen sistema auto inmune.

Entramos a la casa del alcalde del pueblo donde ya nos estaban preparando tremendo almuerzo con sancocho de gallina. El encargado del puesto de salud le confirmó a Herbert que había un muchacho operado que debía ir urgente a la capital para otra operación o podría morir en cuestión de días.

Después del “sancochito” le empezaron a ofrecer la acostumbrada cervecita al capitán pero enseguida dijo, – ¡Uy no, y después quien vuela el avión! – y todos me miraron, – ¡Pues el copiloto! – Enseguida el salió a ver el firmamento y dijo, – Mejor nos vamos alistando para irnos pues ya se está empezando a formar mal tiempo y no quiero quedarme a dormir aquí en el pueblo. – Salimos de la casa agradeciendo tan rico almuerzo.

Caminamos hacia el puesto de salud donde Herbert empezó a dirigir el proceso para acomodar nuestro “paciente” en el asiento de atrás del avión. Cuando llegamos al lado del avión vi que el capitán fue atrás del avión a quitar unas pequeñas cuerdas amarradas al estabilizador. Le preguntamos que eran esas cuerdas. Sonriendo señaló a un pequeño niño escondido detrás de los matorrales – Este muchachito no quiere que el avión se vaya y por eso le amarra cuerdas del estabilizador a los matorrales. La vez pasada fue lo mismo. –

Enseguida me transporté a mi niñez y me pude ver a mi mismo en ese niño tratando de evitar que aquel maravilloso avión que viene de la gran ciudad no se vaya para así poder jugar todo el día alrededor de él. De pronto el niño salió corriendo asustado como comprendiendo que podía meterse en un gran problema si lo descubrían.

Nos subimos todos al avión y el capitán dijo – Bueno, espero que la batería esté bien o si no... nos tocó quedarnos. – Nos quedamos callados como en suspenso. Puso el interruptor master, procedió con la lista de chequeo, dio vuelta a la llave del encendido y la hélice comenzó a dar vueltas seguido de pequeñas explosiones que nos daba el agradable sonido del motor iniciándose. Enseguida me explicó paso a paso como chequeaba el motor y como hacer un despegue en este tipo de pista. Carreteó el avión hasta el inicio de la pista y dijo – ¡Nos vamos! –.

Empujó el acelerador con los frenos puestos mientras me indicaba con su dedo uno a uno los instrumentos que estaba chequeando. Soltó los frenos y empezamos la carrera de despegue por entre pequeños matorrales y desniveles que sacudían el avión. Veía que por el centro de la pista venían algunos matorrales un poco más espesos y nos frenaban.

En mi mente las cuentas me decían que no lo íbamos a lograr pues nos acercábamos bastante rápido al final donde comenzaba un profundo barranco y todavía no teníamos suficiente velocidad. El capitán haló aún más la cabrilla y el avión subió la nariz pero no despegaba. La bajó un poco ya llegando al final de la pista mientras yo abría los ojos pensando que nos íbamos a ir al fondo del barranco. La pista se volvió más inclinada hacia abajo y ésto nos dio velocidad extra para despegar del terreno. Enseguida se acabó la pista y quedamos flotando sobre un pequeño valle.

Me entregó el avión y me puso a volar rumbos mientras él ajustaba la altura con la potencia. Me sentía en medio de la más espectacular experiencia. Lo que había soñado hacía mucho tiempo lo estaba viviendo. Volamos como una hora hasta divisar la sabana de Bogotá. Aproximamos y él aterrizó el avión con mucha suavidad mientras yo tomaba atenta nota de cada movimiento que él hacía.Ya en el Aeroclub me bajé del avión agradeciéndole al capitán por haberme dejado volar el avión de ida y regreso. Luego estuvimos charlando un rato con Herbert sobre este tipo de vuelos ambulancia.

Gracias Herbert por tan bella oportunidad!!

3 comentarios:

Unknown dijo...

Carlucho, tu vuelo ambulancia con Herbert y el capitán me recuerda a las aproximaciones al aeropuerto de Punto Fijo en la Península de Paraguaná en Venezuela: para hacer un aterrizaje se necesitaban dos aviones; uno para espantar los chivos, y otro para aterrizar.
Un saludo desde Chile, preparando la maleta para volver a California,
Felipe (scolding uncle/tío regañetas)

Anónimo dijo...

Me gusto mucho "su" vuelo en el avion ambulancia. Trajo esos recuerdos de aterrizar en potreros pasando por entre arboles y terreno disparejo de esos campos de la pre-cordillera de los Andes en el sur de Chile, cruzando a Argentina sobre los tres mil metros de algunas cumbres con grandes turbulencias, real flying! Esos motores radiales eran extraordinarios, especialmente cuando comenzaban a encender cilindro a la vez, multiplicado por los 9 cilindros y el motor tardaba 50 segundos en funcionar, un verdadero poema musical y despues humo azul! Era un placer escucharlos. Eran esos NA T6, que no pedian disculpas por el tremendo estruendo que generaban. Tenian esa gracia de que cuando querias un stall, previa trepada hasta los siete mil pies, el descarado se viraba normalmente hacia la derecha y dejaba la panza pal'cielo entrando en dos vueltas que habia que sacarlo rapidamente. No te imaginas la adrenalina que creaban en uno, wow! Eran vuelos que podian producir grandes satifacciones asi como terror tambien. No era avion para pasear, sino a real fighter que habia que sacarle provecho. Ahi te entrenabas para los P-47, big league fighter.

Bueno, Carlos, gracias por tus historias,

John Fries dijo...

Que hermosa historia y muy bien narrada , las aventuras que todos pasamos para lograr poder llegar a ser piloto 👨🏻‍✈️✈️ Gracias por compartir .