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martes, 29 de junio de 2010

LAS HISTORIAS DE JORGE GALLEGO


Con Jorge hemos vivido una vida llena de coincidencias. Su padre era ingeniero químico y mi padre ingeniero de petróleos. Hemos tenido experiencias paralelas que nos llevaron a compartir el bello deporte del vuelo en cometa por bastante tiempo.

Nos conocimos en la Universidad de los Andes en el año 1980 donde ambos estudiábamos y teníamos el mismo gusto por el deporte del esgrima. Fue ahí justamente practicando el arte del florete cuando nos pusimos a hablar del vuelo en cometa. Lo convencí de que entrara a aprender a volar con mi instructor Eduardo Vásquez y así fue mi compañero de clases.

 Ambos nos graduamos juntos el mismo día en el Neusa. Aunque Jorge era un poco callado, siempre terminábamos hablando por teléfono como gallinas para motivarnos a conseguir la forma de salir a volar. Ambos terminamos emigrando a los Estados Unidos y de vez en cuando nos reunimos a recordar viejos tiempos. Aquí están sus historias.

Mi cometa de PVC

Pues venga le cuento Carlos la locura que hice cuando me empezó la fiebre del vuelo en cometa. Gracias a esto me volví el loco del barrio. Por allá en los inicios de los 70 llegó una revista de Mecánica Popular a Colombia que tenía en la portada una cometa “Standard” o básica en las dunas de arena de California.
Se trataba de un grupo de jóvenes afiebrados por el vuelo que siguiendo los diseños del señor Rogallo empezaron a experimentar con alas construidas con plástico y tubos de bambú. Poco a poco lograron pequeños vuelos en estas dunas. Pues yo no me quedé atrás y siguiendo el plano de la revista me construí una cometa de tubos de PVC y plástico de polietileno. Una vez la tenía lista llegó el momento de la inauguración que iba a ser desde el techo de mi casa como a dos metros de altura. El único problema es que empezó a llenarse de vecinos curiosos que solo querían verme caer. Cogí impulso, la vela se infló pero obviamente no me sostuvo y caí al piso con todo y cometa. Todos los curiosos me decían que era un loco y que como se me ocurría que eso iba a funcionar. Ahí me quedé “el loco del barrio”.

Buscando mi primer vuelo

Más adelante supe que Jorge Cano tenía una cometa Standard en la que varios habían aprendido a volar. Lo malo es que con esta cometa por más de que la corría y corría no podía despegarla. Amarré la standard sobre mi Simca y me fui a la parte baja del parque del Neusa. Me puse a correrla como loco pero lo único que logré fue reventarme las narices después de un buen porrazo.

Fue cuando después de verlo a usted entrenando con Eduardo me animé a entrar a tomar el curso con él.  Ahí fue que empecé a volar la famosa blanco y negro, la “Zebra”. En esos primeros entrenamientos en el aprendedero de Mosquera la sensación que más recuerdo fue esa primera vez que mis pies perdieron contacto con el piso. En ese momento supe que si era posible para mi volar. Me preguntaba constantemente como exactamente había sido el proceso de aquel despegue por el que tanto tiempo había estado esperando. De repente toda esa teoría de que el aire pasaba más rápido por arriba que por abajo y creaba sustentación era verdad! Yo oía esa teoría pero ¡Ahora si les creía! Una vez me levantó del piso fue algo milagroso. Las cometas eran también la oportunidad de encontrarme con otros locos que pensaban parecido y poder así disfrutar este deporte. Luego continué con el entrenamiento y me acuerdo que nos graduamos el mismo día. Que vuelo más increíble. Cuando llegamos a Bogotá en mi carrito SIMCA le gritaba a la gente de la calle…– ¡Me gradué del Neusa!!! Y me reía con la cara que ponían de sorpresa, je,je.


Me cagué del susto

Llevaba ya como un mes volando del Neusa y me le pegué al combo de los avanzados que iban a volar al cerro del Águila, arriba de Sopó. Este despegue era un precipicio y no había mucha pista para correr. Aunque ya sabia volar nunca había despegado de una pared así y la sola vista hacia abajo era aterradora. Estuvo lloviendo un rato y los carros bajaron rápido por temor a que la carretera se empantanara. Despegaron todos y nos quedamos los más novatos que éramos Patricia y yo. Yo miraba ese hueco y me devolvía diciendo…– ¡No seamos tan maricas que precipicio tan malparido! – Me dio diarrea y literalmente me estaba cagando del susto!

El miedo que nadie se atrevía a decir era que saliéramos mal y nos estrelláramos contra la pared y luego caer al fondo. Todos jugábamos a ser los “machos” pero en realidad ninguno lo era. Ni Patricia ni yo queríamos ser los últimos en salir pues nos quedaríamos solos allá en esa fría cima sin que nadie nos ayudara en caso de un mal despegue.

Al fin por ser hombre me tocó cederle el despegue a la dama. Ella despegó como una mariposa que se cae desde una pared y salió a volar más abajo. Esto me animó, cogí la Zebra, me colgué y sin pensarlo más me mandé al precipicio. Sentí que quedaba flotando a medida que caía y por fin sentí el viento a medida que la cometa empezaba a volar. Ahí me calmé y se me pasó el susto tan berraco que traía. Fue un vuelo que me puso a pensar que nosotros los cometistas buscábamos vivir lo que nos daba miedo para así superarlo.


Sueños

Un sueño cumplido fue volar por primera vez en Unicentro. Ese vuelo fue muy especial pues era la primera vez que tenía que tener cuidado en mantener la altura pues estaba volando sobre la ciudad y si no lograba llegar al potrero iba a estar en problemas. La idea de volar sobre las casas y sobre la gente era muy emocionante. Sobretodo llegar alto sobre el potrero y divisar Unicentro y todo el paisaje del norte de Bogotá.

 Pero un sueño que nunca pude llevar a cabo fue el de volar sobre las playas de las islas, aterrizar en un mar de tangas y que todas vinieran a recibirme con besos y abrazos, je,je.


Reencuentro con las alas delta

Hace como unos veinte años atrás me atrapó una nube en un vuelo de Unicentro y perdí visibilidad con la montaña. Decidí sacar mi paracaídas de reserva para evitar estrellarme contra la montaña pero la oscilación fue tan fuerte que caí con mucha fuerza contra una piedra y me quebré una pierna. Quedé traumatizado con esto y decidí abandonar el vuelo.

Todos estos años siempre me picaba la idea de volver a volar pero no me atrevía. Fue hasta hace unos días que no me aguante más, así que me fui con mi mujer y mi perro a un rancho cerca de Orlando en la Florida donde un grupo de pilotos practican y dan vuelos dobles en cometa halados por ultraliviano.
Todavía me debatía entre ser prudente y no volar o permitirme volar y ser feliz. Me lo permití y ¡Fui Feliz!

Todo resultó no ser tan peligroso como mi miedo me lo dictaba. Fue un vuelo dobles en una cometa con unas ruedas en el triángulo para poder rodar tanto en el despegue como en el aterrizaje. Nos remolcó el ultraliviano y subíamos empujando la barra detrás de el para mantener la altura apropiada. El vuelo fue básicamente muy elemental, tomamos altura hasta 2000’ luego nos soltamos y después de varios virajes aproximamos y aterrizamos.

Hice un segundo vuelo donde el instructor me dijo, – Vamos, tranquilo, suelte esos brazos un poco que esta muy tenso. – Me dejó tomar la barra de control y hacer algunos virajes. En ese momento sentí que me reencontraba de nuevo con las alas delta. Descubrí que mi esencia seguía ahí todavía…


El instructor preparándome para nuestro vuelo.


Yo ya acostado en el arnés. Se puede ver la segunda quilla que usan como patín de cola y las dos ruedas en el triángulo.



Aunque quedó borrosa la foto se ve que estamos en posición de despegue listos para ser remolcados por el ultraliviano.


¡Y en pleno vuelo!



Con Vicky mi mujer…amante también del vuelo deportivo.

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