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jueves, 18 de noviembre de 2010

LAS HISTORIAS DE CAMILO RIVERA


A Camilo Rivera lo conocí por el año 86 cuando yo iba a tomar simulador a la escuela de Aeroandes que se encuentra en el mismo aeropuerto de Guaymaral.  Más adelante Camilo se graduó como piloto privado en esta escuela. Unos diez años más tarde, para mi sorpresa, me llamó por teléfono a donde yo vivía en los Estados Unidos y me dijo que se había ido a vivir a la ciudad de West Palm Beach. Nos reunimos de nuevo y recordamos aquellos viejos tiempos. Aquí están sus interesantes y divertidas historias.

MI PADRE

Mi historia en la aviación comienza cuando veía a mi padre colocarse las alas de la fuerza aérea Colombiana sobre su suéter. El no pertenecía a las fuerzas armadas pero lo hacía siguiendo su pasión por pertenecer al mundo de los pilotos. Un día nos detuvieron en un retén unos militares y al verle el ala dorada en su pecho le preguntaron si el era piloto militar. Dijo que no y casi le quitan sus alas diciéndole -¡Estas alas son de uso privativo del personal de las fuerzas armadas de Colombia!-

Yo lo escuchaba hablar de aviones y sobre lo bello del vuelo y así yo también me fui enamorando de la aviación. Después de muchos esfuerzos él se inscribió en el curso de tierra para piloto privado y logró finalizar todas las materias. Logró también hacer unas cuantas horas de vuelo en la Cessna 152 con el instructor pero no pudo continuar por falta de presupuesto. Todo esto fue para mí como una chispa de inicio y ya había caído enamorado por los aviones. Decidí iniciarme en el curso de vuelo y mi padre se puso muy contento con mi decisión. Me apoyó y así pude entrar en la escuela Aeroandes para el curso de piloto privado. Bueno, aquí tengo algunas de las historias que más me gustan.


ME FALLO LA CREMALLERA


Un día me levanté bien temprano como a las cuatro de la mañana para tomar el bus a la escuela y así poder coger turno de vuelo. La mañana estaba fresca y muy calmada. Separé el avión Cessna 152 y comencé los preparativos para el vuelo.


Cessna 152 en la rampa de la escuela Aeroandes. Cortesía de Airliners.net


Revisé todo el avión pero quedó algo escondido que no pude ver y que casi me cuesta la vida. Inicié el avión, hice las pruebas de motor y llevé el avión a la cabecera de la pista preparándome para hacer trabajo de pista que consiste en hacer aterrizajes y despegues de forma contínua.

Recibí la autorización de despegue y al mismo tiempo para hacer el viraje de regreso a la pista. Aceleré, despegué sin ningún problema y procedí a hacer el primer circuito. Aterricé suavemente, volví a acelerar, recogí los flaps y despegué de nuevo esta vez con un mayor ángulo hacia arriba debido a la velocidad extra que traía.

De pronto sentí como si alguien me halara con todas sus fuerzas hacia atrás. Del susto solté un grito. Los seguros en “cremallera” del riel de la silla se habían roto y el asiento se deslizó totalmente hacia atrás. Instintivamente traté de sostenerme de la cabrilla y le pegué un halonazo hacia atrás antes de soltarla y esto aumentó más el ángulo de la nariz acercándose más y más al mortal ángulo de pérdida. Quedé totalmente atrás sin poder alcanzar los controles.

Enseguida en fracción de segundos reaccioné, estiré mi pierna derecha hacia la parte inferior del acelerador y con la punta del pie empecé a rotar la pequeña rueda del compensador del estabilizador hacia arriba para así bajar la nariz del avión y no entrar en pérdida. Esto me dio tiempo para acomodarme en la silla y poder empujar la cabrilla hacia adelante nivelando así el avión. Fueron segundos de terror. El susto fue tal que quedé helado y tembloroso. Así no podía continuar mi trabajo de pista y llamé a la torre para decirle que debido a un problema técnico iba a aterrizar parando por completo para dirigirme luego a la plataforma de Aeroandes.

Continuará ...

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