Se que más de uno no me va a creer esta historia, ¡Pero bienvenidos también los escépticos pues yo me considero uno de ellos!
Era un día gris y ventoso de un fin de semana y no encontraba a nadie que me acompañara a volar mi planeador Águila- 1. Este planeador fue mi gran proyecto hecho realidad en mis épocas de estudiante en la Universidad. Le había hecho varios cambios de tal forma que estaba volando mejor que nunca.
Su porte estilizado y su velocidad eran perfectos para el vuelo de alta montaña.
Me daba tristeza no tener con quien compartir la intensa aventura de viajar hasta una lejana montaña, ensamblar sus largas alas y soltarlo al océano del aire. También entendía que esta aventura era lo suficientemente extraña y hasta descabellada para mis amistades que preferían dedicar el día a algo más convencional como salir a un asado, al cine o simplemente no hacer nada y quedarse viendo televisión en casa. Pero cualquiera de estas ideas simplemente me asustaba.
No podía aniquilar así un día lleno de tantas posibles aventuras. Aunque la idea de ir solo me aburría, quedarme sin salir era peor, así que empaqué mi planeador, el radio, abrigo y salí a tomar un bus inter municipal que me llevara al pueblo de Chía, a la misma montaña donde volábamos en cometa.
Durante el camino observaba que había mucha nubosidad y estaba dudando de que pudiera volar el Águila.
Una vez llegué al pueblo empecé a caminar hacia la montaña. Recuerdo que varios niños se quedaban mirando el fuselaje del planeador y me preguntaban si volaba de verdad.
Paré en un pequeño ranchito antes de empezar a subir la montaña para tomar un refresco. La campesina me preguntó si el aeromodelo tenía luces y que si lo volaba por la noche. Le dije que no. Pensé que tal vez lo estaba confundiendo con aviones regulares que sobrevolaban la región. Pero ella me respondió, – No, yo se cuales son los aviones. Los que les digo vuelan bajito y tienen luces. –
Le dije que a lo mejor eran cometistas que volaban algunas veces por la noche. –No, yo se cuales son los señores cometas. Estos otros se esconden detrás de los árboles y después se van detrás de la montaña. – Pensé que me estaba bromeando pero por su expresión mirando fijamente mi planeador y por su humilde origen me di cuenta que no lo estaba. ¿De que aviones entonces estaba hablando?
Empecé a subir la empinada cuesta hacia la cima. Me acordé de varias historias de objetos voladores no identificados vistos en el valle de Tenjo atrás de esta montaña que había leído en una revista y visto en algún noticiero.
Yo me considero escéptico con estos temas y soy de los que si no lo veo no lo creo. Pensé que ya era demasiada coincidencia con la historia de esta mujer campesina. Estábamos justo detrás de este valle. ¡No quería creer en brujas pero parecía que andaban cerca!
Después de media hora llegué a la cima de la montaña. El estar completamente solo en medio de tanta naturaleza y con solo el sonido del viento silbando sobre los pinos me hacia sentir muy diferente a cualquier otro día. Era como si estuviese en otra montaña, o en la misma pero en otra dimensión, y ahora pienso que en efecto estuve en otra dimensión.
Las nubes formaban un techo gris y frío al soltar una que otra llovizna. No me dejé amedrentar, cerré mi abrigo y preparé el planeador para su vuelo. Tenía que estar metiendo mis manos a los bolsillos para calentarlas debido al intenso frío.
Levanté al Águila para el despegue. Me gustaba ver sobre mí sus alas de más de dos metros y su precioso fuselaje blanco preparándose para un gran vuelo. Probé el radio, le deseé suerte y con fuerza lo lancé hacia el valle de Chía. Me tocó enseguida llevar la mano al control para bajar la nariz pues debido al fuerte viento salió disparado hacia el cielo.
Logré nivelarlo y empecé a virar para mantenerlo frente a mí. Me fascinaba ver como las puntas de sus alas se movían ligeramente cuando entraba en alguna turbulencia. Me sentía volando un modelo de alta clase aunque era mi primer planeador de radio y estaba orgulloso de saber que era de mi propio diseño y también lo había construido en su totalidad.
Estaba muy contento volando aunque me tocaba estar cambiando de mano el control para calentar la otra.
De pronto escuché a mi derecha un ruido de ramas al quebrarse. Parecía que alguien se acercaba por entre los matorrales. Pensé que tal vez se trataba de algún cometista o parapentista que había venido a volar, pero el área de despegue estaba mucho antes. ¿Será algún campesino? Es raro que suban a menos que sea por motivo religioso y hoy no era un día de esos.
Empecé a sentir curiosidad y de pronto vi que de los arbustos salió un joven sin camisa, con barba y un pequeño morral. Pensé, – Otro de esos montañistas que anda más loco que yo y sin camisa, ¡Con este frío! – Mantenía moviendo mi cabeza mirando al planeador y mirando a mi derecha al nuevo loco que había llegado. – ¡Buenos días! – me dijo. – ¡Muy buenos! – Le respondí.
Cuando volví a mirarlo ya se había puesto la camisa. Me dijo, – ¿Usted es el piloto de ese avión?... ¡Yo pensé que era un planeador de verdad! –, Y le respondí, – Bueno, este planeador es de verdad, sino que el piloto esta aquí en tierra. – Y riéndonos rompimos el hielo del encuentro y seguimos conversando sobre la montaña, el frío, el viento y todo lo que nos rodeaba.
Le estuve explicando sobre la teoría del vuelo de este tipo de modelo sin motor y me escuchaba mejor que cualquier alumno que haya tenido. Todo lo que él decía o respondía era positivo y lleno de mucha motivación y agradecimiento con la naturaleza.
– Voy a aterrizarlo, tenga cuidado pues voy a volarlo muy cerca de nosotros. – Y como un niño pequeño que está esperando ver un gran espectáculo se preparó para ver el aterrizaje.
La punta del ala empezó a rozar los helechos, levanté la nariz un poco para frenarlo y se acabó de enredar frenando fuertemente atrapado por cientos de pequeñas hojas que lo amortiguaron. Fui a recogerlo y solo encontré unos pequeños rasguños en las alas. Había sobrevivido el aterrizaje. – ¿No le pasó nada? – Me preguntó. – Solo unos rasguños pero esta bien – Le respondí y el mirando al cielo dijo, – ¡Gracias mi señor, alabado seas! –
Ahora creo que no es un montañista sino ¡Una especie de monje! – Pensé.
– Hermano, gracias por tan hermoso espectáculo con su planeador, que más increíble que gozar la naturaleza y todo lo que Dios nos ha regalado viniendo a volar a esta bella montaña – Le sonreí y aunque en el fondo estaba completamente de acuerdo con lo que me decía no compartía su modo “religioso” de expresarse.
– Hermano, te quiero convidar a comer algo pues creo que después de tu vuelo ya debes tener hambre – En efecto estaba ya con hambre y acababa de darme cuenta que había olvidado traer algo de comer y que ahora la verdad este “monje” me estaba sacando de apuros.
Nos sentamos un poco más atrás para alejarnos del helado viento. Puso su pequeño morral en el piso y me dijo, – Hermano, es muy poco lo que traje pero será una bendición compartirlo con usted –.
– Soy yo el que está agradecido pues no traje nada de comer –, Le respondí.
Todo lo que sucedió a partir de este momento todavía mi mente escéptica no se lo puede explicar y solo puedo pensar que lo que vi corresponde a otra dimensión que por alguna razón cósmica el Universo me regaló.
Por el tamaño de su morral pensé que solo traía un pequeño emparedado y una botella de agua. –Cualquier cosa esta bien porque el caso es de hambre – Pensé.
Sacó una pequeña bolsa y de ella sacó un plato. Después sacó varias presas de pollo y las puso sobre el plato. – Hermano, levántate y oremos. –
Resignado a su religiosa petición me levanté y elevamos las manos en señal de oración. Recuerdo que su oración fue algo completamente diferente a lo que esperaba. Su agradecimiento salía del fondo de su corazón. Era como si delante de él estuviese alguien escuchándolo atentamente.
Nos sentamos y sin respirar empecé a disfrutar del delicioso pollo tratando de calmar el hambre que tenía. Cuando acabé me dijo, – ¿Desea más pollo? –, – ¿Tiene? –, Le pregunté riéndome creyendo que se estaba burlando de mi pues obviamente en el morral no podía tener más.
Sacó del morral un pollo entero despresado y me dijo, – Si tu así se lo pides a Dios él te lo concede. – No me puse a pensar que clase de efecto óptico estaba presenciando sino que simplemente comía para calmar el hambre.
Una vez acabamos me preguntó, – ¿Quiere algo de postre? –, Sin pensar le dije que si.
Abrió de nuevo su morral y sacó una torta de más o menos veinte centímetros de diámetro. Fruncí el seño pensando que lo que estaba viendo no podía ser posible.
Pero en ese momento no se porque no lo confronté pidiéndole una explicación a este nuevo truco. No se porque pero simplemente seguí disfrutando de tan delicioso postre. – Tu solo pídele a nuestro señor y el te dará lo que tu le pidas – Me dijo. – ¿Tienes sed? – Me preguntó. Y ante mis ojos abrió de nuevo su diminuto morral y sacó una botella de vino y una de agua.
Continuó con un pequeño plato de flan y otros exquisitos postres que ya no le acepté pues estaba repleto. De nuevo no se porqué no le pregunté como lo hacia. Es como si en ese momento fuera ya algo normal para mí.
Al acabar de almorzar sentí con mucha más intensidad el frío de aquel páramo al mismo tiempo que empezaba a caer una helada llovizna. – Esta haciendo mucho frío, cierto? –, Me dijo, – Si, ¡Me estoy congelando! – Le dije, – Levántate y oremos al Dios del universo y pidámosle que nos abra el cielo y nos de el regalo del hermano Sol para que nos caliente. –
El "Guru" orando. (Dibujo de mi autoria) |
Me paré por decencia pero pensé, – Ahora si que se me deschavetó este monje. – Pero siguiendo su rito, cerré los ojos y repetí la oración con él.
En medio de la helada llovizna se quitó la camisa, levantó su rostro hacia el cielo, levantó sus brazos y empezó a cantar oraciones de agradecimiento por las bondades que iba a recibir. Me sentía de verdad haciendo el ridículo con migo mismo y con un público que no existía pero que podía ser el conflicto con mi ego.
Lo que sucedió en los siguientes cinco segundos tuvo que haber sido una de las más increíbles coincidencias meteorológicas. Por lo que sé, si tenemos una capa de nubes tipo estrato continuo sobre nosotros es imposible que justo en un solo lugar se despeje de forma continua y menos cuando hay viento ascendente trayendo humedad para que se condense más arriba, simplemente no podía ser.
Pero ante mi lo imposible se estaba haciendo realidad.
Los calientes rayos del sol iluminaron solo esta región de la montaña y todo el resto de los valles alrededor seguían bajo la fría y oscura llovizna. Recuerdo que tuve que quitarme el abrigo y quedarme solo en camisilla por el calor.
Estaba tan desconcertado que eché a reírme pensando en como la naturaleza le estaba siguiendo la corriente a este monje “deschavetado”. Y más me hacía reír verlo gozando como un niño en un día de sol en la playa, danzando y cantando. Aquel día se que me encontré con un verdadero gurú. Creo que estaba reconciliado con lo sobrenatural y mi escepticismo cambiaba de color. Estaba viviendo algo fuera de este mundo.
Al caer la tarde recogimos nuestras cosas y bajamos conversando de nuestras vidas, nuestros trabajos, la universidad. Me acuerdo que me comentó sobre un grupo de oración que el dirigía y sobre sus proyectos como ingeniero para mejorar las condiciones ambientales.
Caminamos más de una hora hasta llegar a la estación del bus en el pueblo para ir a Bogotá. Pude ver como este gurú se disfrazaba de pueblo y entraba como en una metamorfosis escondiendo ese ser sobrenatural que había visto allá arriba en la montaña.
Yo si me decía esa mañana… ¡Parece que las brujas andan cerca!
Se que tuve el honor de compartir uno de los días más milagrosos de mi vida con alguien, que a lo mejor no era de este planeta, o de esta dimensión. Ese ser que ahora recuerdo como... el gurú de la montaña.
1 comentario:
Ezio comento:
Carlos:
Que extraordinario lo de tu rescate de licencia. El Universo se percato de tu necesidad de volar y se movio en tu direccion, tienes una raja de suerte.
Gracias por tus cuentos, los espero todos los dias, como si fuera una super serie! Me recuerda los veranos en una hacienda cuando esperabamos los miercoles la llegada del bus que traia la revistas de la semana con todas sus series que estaban en suspenso. Todos los chicos y chicas veiamos con expectativa la polvareda del bus bajando la montaña y entrando al valle donde estabamos amontanados al borde del camino...
Abrazo amigo,
Ezio
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