Por fin llegó el día soñado para Carlos Iván Medina por allá en el año 86. Estaba listo para volar sobre la ciudad. Ya tenía la suficiente experiencia de vuelo en alta montaña como para hacer este vuelo. Le llamábamos el vuelo de Unicentro pues sobrevolábamos una zona de este centro comercial al norte de Bogotá.
Era un vuelo soñado pues solo los pilotos avanzados sabían como mantener la altura necesaria para lograr llegar al sitio de aterrizaje después de volar un tramo de unos 3 kilómetros sobre casas, edificios y finalmente cables de alta tensión bastante altos.
Era este el sitio a donde acudíamos años atrás a observar con fascinación a estos increíbles hombres cometa volar y aterrizar cerca de las casas. Hacer este vuelo era simplemente hacer un sueño realidad.
Carlos Iván es el hermano de Claudia, mi compañera estudiante de la escuela de aviación y fue ella quien le comentó sobre el club de vuelo en cometa.
Subimos al sitio de despegue y preparamos todo para su vuelo. El “Carlocho”, como lo llamábamos afectivamente, estaba simplemente feliz.
Bajé al sitio de aterrizaje para poder observar su vuelo. Me sentía orgulloso pues era uno de mis alumnos a quien había graduado ya hacía un tiempo en el Neusa y ahora estaba ya entrando en el vuelo avanzado.
Pude ver como varios cometistas se remontaban sobre las montañas del noroccidente de Bogotá. Trataba de identificar la cometa de Carlos Iván. Por fin la vi despegando y separándose del horizonte. Era una cometa un poco grande para su peso y fue usada para vuelos doble o con pasajero.
Pude ver como se remontó y empezó a mantenerse con las corrientes ascendentes cargadas de aire húmedo que provenía del valle del río Magdalena y que unas horas más tarde se convertiría en tormenta al acumularse sobre este sector de la ciudad.
Después de una hora de elegante vuelo sobre la montaña decidió “despegarse” e iniciar su aventura de vuelo sobre la ciudad. Este vuelo tiene mucha magia pues de forma silenciosa puede uno ver las calles, las personas, los carros, los perros como locos ladrando al inmenso pájaro intruso sobre sus patios. Puede uno ver los niños apuntando con sus dedos al cielo gritándole a sus amiguitos, – ¡Miren… una cometa! –
Parece que por el tamaño de la cometa y la ruta que tomó no tuvo suficiente rendimiento y empezó a perder altura muy rápido. De aquí en adelante la dulce dicha empezó a volverse amarga. Yo estaba con Edgar en medio del potrero esperándolo y Edgar me comentó, – Carlos, creo que cogió una descendente y si sigue bajando no va a lograr pasar los cables . –
Vimos como se acercaba peligrosamente a la altura de los cables y de repente hizo un brusco viraje hacia su derecha y se enfiló hacia un conjunto residencial. Era como si hubiese perdido la razón y decidiera estrellarse contra las casas. – ¿Habrá perdido el control? – dije. Edgar empezó a correr en esa dirección gritando, – ¡Se cayó Carlos Iván! ¡Se cayó Carlos Iván! –
Carlos Ivan virando a su derecha. (Dibujo de mi autoría) |
Al darse cuenta que no había logrado el ángulo de planeo para pasar con suficiente altura los cables de alta tensión se sintió acorralado. No podía creer que le estuviese pasando a él. Lo que todos temían y nadie quería ni siquiera imaginar, porque sabían que lo que seguía era un cuento de horror.
Caer sobre la ciudad, no solo era humillante ante sus compañeros pilotos, era la pesadilla que se estaba haciendo realidad para su novia y amigos que lo estaban observando. Ahora era su realidad.
Enseguida toda esa teoría sobre emergencias que habíamos estudiado se acumuló en su mente y en una mesa redonda de voces internas en su cerebro en fracciones de segundo emitieron una decisión, – ¡Voy a luchar hasta el último momento! – Su espíritu guerrero se apoderó de él y de su garganta salió un grito de guerra… – ¡Juepuuuutaaaaaaa! –
Y con este “madrazo” se lanzó con su cometa a embestir al demonio interno de su miedo. – Piensa Carlos Iván, piensa –, se dijo, – Busca los árboles, los árboles, trata de aterrizar sobre ellos y así evitas el duro estrellón contra una pared de cemento. – Enseguida viró a su derecha fuertemente buscando una hilera de árboles que bordeaban un canal. Su visión se transformó en un túnel y todo a su alrededor desapareció. Solo estaban los árboles al frente suyo y aumentó su velocidad para no salirse de su ruta.
Pero como un chorro de agua fría que heló su sangre vio como los árboles pasaron debajo de él y no le quedó más remedio que subir la mirada y enfrentar lo que apareciera al frente. Delante de él seguía la inminente colisión con lo sólido. Cables de teléfono, postes de la energía, casas, techos, antenas de hierro y el sabor de la adrenalina en su boca seca.
– ¡Maldición! – Gritó – ¡Que hago ahora! – Pero el laberinto se redujo a dos escenarios. Ante él tenía una hilera de casas con agudos hierros y tanques de agua prometiéndole un doloroso y estrepitoso final y al lado una calle con postes y cables que la cruzaban por todos lados como una telaraña. Instintivamente se decidió por la calle. Rápidamente maniobró para quedar en final hacia la angosta calle. Subió las manos a las barras verticales preparándose para el aterrizaje y el encuentro con lo que viniera.
Ya no había tiempo para pensar, todo estaba ya desarrollándose ante sus ojos. Vio un espacio entre los cables que cruzaban la calle y disminuyendo un poco la velocidad logró esquivarlos. Volvió a bajar la nariz y se metió entre la ventana de oportunidad que el destino le brindaba. Se abría ante el otro mundo. No podía creer que sus alas estaban ahora volando entre dos hileras de casas. Veía como pasaban una a una las casas.
Como en un juego de precisión esquivó varios postes de la luz. Veía como el pavimento de la calle se acercaba y pasaba rápidamente debajo de él. – ¡Voy a aterrizar en la calle! –, Pensó, pues no tenía ningún obstáculo al frente suyo.
Pero estando ya a solo unos metros para aterrizar, salió de una de las casas un carro en reversa frenando en seco al ver que algo se le venía encima. Carlos Iván gritó, – ¡Nooooo! –, Ambos abrieron completamente los ojos y la boca. El chofer no podía creer a sus ojos al ver una cometa humana volando hacia él y apunto de estrellarse contra su carro.
Carlos Iván reaccionó empujando fuertemente la barra y casi al mismo tiempo sin percatarse una de sus alas golpeó un poste. Esto hizo que la cometa frenara y girara al mismo tiempo. Enseguida las ruedas protectoras de madera de su triángulo tocaron el pavimento y empezaran a arrastrarse. Se detuvo casi al lado del carro pero no alcanzó a tocarlo.
Ambos se siguieron mirando con los ojos todavía bien abiertos. El chofer le gritó, – ¿Esta bien?–, y Carlos Iván le respondió, – ¡Si, estoy bien! – Se quedaron callados mirándose como esperando que algo más sucediera y les explicara que era lo que les estaba sucediendo.
El chofer se bajó de su carro y empezó a caminar alrededor de la cometa para ver desde otra perspectiva este cuadro abstracto. Carlos Iván se descolgó de la cometa, la levantó con sus hombros y la colocó al lado de la calle, alzó los brazos y mirando al cielo gritó, – ¡Lo logré! ¡Estoy vivo! –
Llegamos corriendo con Edgar con la angustia todavía en nuestras gargantas y con la respiración agitada. Vimos la cometa y empezamos a buscar a Carlos Iván pensando en que pudiera estar herido. Salió a nuestro encuentro y con una cara de perfecta alegría nos empezó a contar con detalle el milagro que había vivido…y como, por un error... se lo tragó la ciudad.
Dedicada a ti “Carlocho” mi profesor de piano, con quien compartí tantos pensamientos sobre las estrellas y el más allá.
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