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miércoles, 21 de abril de 2010

VOLANDO ENTRE PRINCESAS


Eran esas épocas de los finales de los ochenta cuando vivía en Los Ángeles. Estaba construyendo mi planeador Lady y no tenía ninguna actividad de vuelo excepto algunas veces en la escuela de aviación donde volaba un avión Cessna 152, pero debía ser con instructor mientras lograba la suficiente experiencia de radio en inglés como para volar solo.

Este aeropuerto pertenecía al área del College de Long Beach al sur de Los Ángeles donde también estudiaba después de trabajar fuerte en la zona de carga del aeropuerto internacional.

No tenía forma de volar en cometa a menos que rentara una y no solo era muy caro sino también debía presentar un examen de vuelo. Me sentía frustrado al no poder practicar mis deportes del aire.

Algunos días acompañaba a Guillermo a volar su cometa en el área de Sylmar al noroeste de Los Ángeles. Guillermo fue un gran amigo a quien le enseñé a volar en Colombia y que emigró luego a los Ángeles donde se estableció.

Con el tiempo ahorró y se compró una hermosa cometa de alto rendimiento. Me sentía muy orgulloso de saber que le había enseñado a volar y verlo remontarse sobre este gran valle era un regalo para mi.


Hermosa foto en blanco y negro de Guillermo despegando
 en Sylmar, California con su nueva cometa.

Sentados con mi padre, Darío Madrigal (izquierda) observando el maravilloso
 paisaje de los valles de los Ángeles en la rampa de despegue de Sylmar.
 A la izquierda de la rampa se puede ver un pequeño letrero rojo que dice
 “HOOK IN”… ¡Cuélguese! para ayudar a los pilotos evitar el posible
 fatal error de olvidar colgarse a la cometa.
La oportunidad de volar se me presentó cuando un piloto instructor llamado Hardy, muy amigo de Guillermo, le dijo que tenía una Dove -B, que era la misma cometa de entrenamiento que usábamos en Colombia y que me la podía prestar. ¡Me llegó la oportunidad! Me llené de emoción y coordinamos un día para volarla.

Hardy me dijo que quería verme volando en un sitio bajo para ver mi experiencia. Fuimos al sitio de aprendizaje y logré convencerlo con mis vuelos de que me prestara su cometa avanzada llamada Diamond.

El puso un poco de resistencia y me puso pruebas más difíciles volando esta cometa desde poca altura lo cual es bien complicado y requiere de fuerte carrera con poco viento y rápidas maniobras para el aterrizaje.

Finalmente accedió a dejármela subir a la alta montaña. Yo estaba feliz después de casi un año de no haber volado.

Recuerdo que mi padre me dijo que andaba como aburrido y que le gustaría acompañarnos a la aventura. Me sentía extraño pues era raro que él se animara a compartir con nosotros un día de vuelo, pienso que él nos veía todavía como muchachos dedicando el tiempo libre a hacer locuras. Pero este día el iba no solo a acompañarnos sino a ser parte del equipo de despegue.

Subimos las cometas al carro de Hardy y nos dirigimos a una montaña al sur de Los Ángeles llamada “Soboba mountain” que se encuentra dentro de una reservación indígena. Acordamos que Hardy y mi padre regresaban en el carro mientras Guillermo y yo volábamos.

A la mitad de la subida vimos a un hombre con sombrero vaquero con una larga pluma, sentado en una silla a la orilla de la carretera sosteniendo una cuerda que atravesaba la vía.

Nos detuvimos y él, con voz de borracho, nos explicó que estábamos entrando en la reserva indígena y que debíamos pagar un dinero. Pagamos el “peaje” y continuamos la subida comentando sobre la vida de estos “indígenas” modernos.

En una de las curvas en el camino a la cima pude ver el inmenso y espectacular paisaje de este valle. Se podía ver Los Ángeles lejos al lado norte y a la izquierda se alcanzaba a divisar el océano pacífico. ¡Que sentimiento tan intenso! Quería estar ya volando sobre este precioso valle.

Llegamos por fin al área de despegue y preparamos las cometas. A diferencia del otro sitio aquí no había rampa de despegue y tuvimos que improvisar nuestra pista de acuerdo al viento.

Mi padre tomó parte activa y me ayudó con todo lo necesario para ensamblar la cometa y llevarla cerca al desnivel para preparar el despegue. Una vez estaba listo le dije, – Bueno papi, tome los cables de la nariz y no los suelte por nada hasta que yo le diga. –

Nunca lo había visto tan cuidadoso y entregado a ese momento. Para él, sentir que tenía la responsabilidad de cuidar de mi despegue y que tenía literalmente mi vida en sus manos me hizo recordar cuando me protegía de algún sitio peligroso cuando era niño.

Tal vez esa forma inconsciente de sobre protegerme de los peligros fue lo que me impulsó a acercarme a ellos. Lo tranquilicé diciéndole que lo estaba haciendo muy bien.
– Listo papi, ¡Ahora! ¡Suéltela y hágase debajo del ala! – Le grité.

...Continuará.

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