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jueves, 22 de abril de 2010

VOLANDO ENTRE PRINCESAS (2a parte)


Continuación:

– Listo papi, ¡Ahora! ¡Suelte los cables de la nariz y hágase debajo del ala! – Le grité. Con todo cuidado soltó los cables y con cara de susto se hizo debajo del ala.

Era el momento del equilibrio, no solo tenía mis alas niveladas y la nariz de la cometa alineada con el viento, sino que también aquel abismo que existía entre mi padre y mi deporte había desaparecido.
Fue un momento mágico que el destino escogió para acercarnos.

Me concentré para lograr ese estado mental donde uno se vuelve uno con las alas y el viento. Di un paso en tierra y el siguiente “patiné” en el aire. Rápidamente cambié a la cómoda posición acostado tomando la barra de control inferior del triángulo, metí mis pies dentro de la extensión del arnés a modo de una suave y caliente oruga. Hice mi acostumbrado grito al estilo mexicano que la verdad ya me hacía falta. !YIIIIJAAAA!!!!

Enseguida empecé a subir y a sentir el silbido de los cables y la vela al cortar el viento. Es un sonido especial que solo una cometa avanzada le puede brindar a los oídos del piloto.

Con un pequeño viraje regresé y sobrevolé el área de despegue, saludé a mi padre y le grité, – ¡Perfecto el despegue! – Enseguida me concentré en estudiar las curvas de esta gran hembra que era la montaña y que me mantenía a flote con el viento que recogía del valle.
Una vez encontré la zona ascendente maniobré varias veces para llenarme de su energía potencial.

De pronto descubrí que yo no era el único volando pues por otra ladera, un poco más alto, venía otro cometista. – ¡Waoo! Debe ser algún piloto avanzado de esos que salen en las revistas. – Más adelante hice otro descubrimiento.

Aparte de Guillermo había otro grupo de personas en otra parte de la ladera que parecían estar preparándose para despegar. Pero no veía ninguna cometa. Parecía que arrastraban algo detrás de ellos. Enseguida ese algo se infló y pude ver que se trataba de dos hermosos parapentes alzando vuelo. Eran de colores muy modernos.

No aguanté la curiosidad y empecé a volar sobre ellos. Me sentía en medio de un documental de aviación deportiva lleno de perspectiva y vivos colores donde yo era la cámara a través de la cual cientos de espectadores estaban viendo un gran espectáculo.

Empecé a virar de tal forma que volaba en círculos alrededor de uno de los parapentes que más me llamaba la atención. Al cabo de varios círculos vi que el piloto me hacía fuertes gestos con sus brazos. Al principio pensé que me estaba saludando pero enseguida me di cuenta que me estaba ordenando que me retirara y que no volara tan cerca de él. Me sentí como un niño regañado que lo sacan del recinto donde los mayores se están divirtiendo. Ver estos parapentes prácticamente flotando al lado mío era un verdadero deleite.

Después de casi dos horas de volar y disfrutarme el paisaje árido y esplendoroso de este sector del sur de California decidí despegarme de la montaña para iniciar mi aproximación. Me esperaba el fondo de un río, pero era un río seco que nos ofrecía una perfecta zona de aterrizaje.

Hardy y mi padre ya estaban abajo esperando ver con detenimiento como me desenvolvía en mi aproximación esperando que pasara la “prueba” en la cometa de Hardy. Hice mi esquema mental, lo seguí al pie de la letra para coincidir con la toma de tierra en el sitio indicado.

Entré al tramo final, cambié a mi posición erguida, subí mis manos a las barras laterales, vi como el lecho seco del río se acercaba y la gente que esperaba abajo se reunía alrededor mío como un grupo de espectadores pendientes del más mínimo error.

Todo marchaba bien y empecé a volar a ras del piso. La velocidad disminuyó al mismo tiempo que el sonido del aire a mí alrededor. Llegó el momento de forma instintiva de empujar la barra para exprimir el último jugo de sustentación de la cometa y poder colocar mis pies sobre la tierra.

Empujé fuerte y al tratar de poner mis pies sobre la arena sentí como si alguien me los halaba hacia atrás y me di cuenta ya muy tarde que ¡Había olvidado sacar mis pies de la oruga del arnés! Era el arnés de Hardy y no estaba acostumbrado a este tipo de arnés!

No tuve más remedio que apoyarme como un “gusano” sin pies en la arena, perdí el equilibrio y de forma casi graciosa me dejé caer golpeando no muy fuerte la nariz de la cometa. Me levanté y Hardy llegó corriendo, – ¿Are you OK? – Me dijo, le respondí que si y que sentía mucho haber golpeado un poco su cometa pero ¡Se me había olvidado en que tipo de arnés venía! Puse la cometa a un lado y vi que los parapentes venían también aproximando.

Estaban tres muchachos parapentistas ya en tierra comentando sobre sus dos compañeros que se acercaban a aterrizar. Me acerqué a ellos para compartir mis experiencias sobre el vuelo. Supe que quienes venían aproximándose eran dos bellas mujeres. – ¡Oh, que interesante! – dije, y uno de ellos a modo de burla dijo, –…Pero no creo que las chicas lo hagan mejor que nosotros, je, je. –

Ahora entiendo la femenina reacción de rechazo al acercarme a ella en pleno vuelo. Me sonreí y vi como estas damas iniciaban lentamente su aproximación. La primera inició una final bastante larga a modo de asegurar de modo conservador el área de aterrizaje. Se acercó a todos nosotros dejando ver su hermosa figura rodeada de delicados colores fucsia y rosados y un imponente y estilizado parapente de alto rendimiento.

Se acercó al piso, haló a fondo los dos controles y con la gracia de una princesa posó sus pies muy suavemente en la tierra como si acabara de bajarse de su carroza real al frente del palacio donde toda la servidumbre estaba esperándola. Más de uno aplaudió por tan perfecto aterrizaje. Los muchachos enmudecieron.

Enseguida apareció la siguiente princesa desplegando un parapente de líneas perfectas y colores preciosos. A medida que se acercaba, su traje de vuelo dibujaba un cuerpo atlético y elegantemente femenino. Se sentía el silencio de todos los espectadores ante tan bello espectáculo.

En ese momento recordé que fueron precisamente un par de mujeres quienes hace unos cien años atrás reunían cientos de espectadores que dejaban de respirar al verlas haciendo saltos de paracaidismo desde globos aerostáticos.

Nuestra bella dama se acercó, frenó su ala y colocó sus pies como una reina caminando sobre la alfombra roja después de pararse de su trono. Volvieron los aplausos. Los muchachos se miraron entre si y uno de ellos dijo negando con la cabeza, – No puede ser… algo tuvieron que haber hecho mal. – Enseguida nos reimos a carcajadas.

Me fui como niño curioso a observar de cerca a una de las “princesas” y recuerdo que le preguntaba sobre su parapente. Su suave piel morena, grandes ojos y liso cabello negro brillante me llevaron a preguntarle sobre su origen. Me dijo que sus padres eran de origen hindú. Más interesante todavía.

 Me sentía como adolescente enamorándose de una de las bellezas exóticas del circo aéreo. Al ver que le preguntaba sobre su parapente como cualquier espectador me dijo, – Deberías probar el vuelo, es algo fantástico. – Me di cuenta que estaba comportándome como un completo ignorante del vuelo y creo que estaba simplemente maravillado poniendo cara de neófito disfrutando de tan femenino encuentro. Le dije que había aterrizado antes que ella en una cometa y ella se echó a reír diciéndome, – ¡Oh! Perdone ¡No parecía que fuera piloto, ja, ja! –

Después de que Guillermo realizó uno de sus mejores aterrizajes nos fuimos a casa comentando los puntos interesantes de aquella aventura de este día.

A medida que nos acercábamos a la gran urbe, silenciosamente yo revivía aquel mágico vuelo… entre princesas.


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