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viernes, 23 de abril de 2010

EL ROSTRO DE LA MUERTE

Viene aquí una de las historias más intensas que he tenido en lo que llevo de vida y donde la muerte estuvo rondando tan cerca que mi perspectiva de la vida cambió de forma bastante brusca.

Tenía solo unas cincuenta horas de vuelo en la escuela, por el año 84, lo que equivale apenas a un cuarto del total requerido para graduarme. Me soñaba con volar como copiloto de algún vuelo privado o comercial y cuando escuchaba que mi amigo Manuel, el famoso capitán “Nido” tenía la oportunidad de volar uno de estos aviones como piloto le pedía que me diera chance de ser su copiloto.

El me hacía creer que él ya tenía bastante experiencia de vuelo en aviones privados y que los dueños de los aviones lo dejaban volarlos aunque todavía no tenía su licencia comercial. Cuando sabía que había la posibilidad de un vuelo con él, me ponía mi uniforme con mis presillas de tres barras de copiloto sobre los hombros y rondaba por el aeropuerto esperando el maravilloso momento que al final nunca llegaba.

Me di cuenta que Manuel andaba muy nervioso y a cada rato me cambiaba las historias y razones por las que no podía volar con él. Me contó que quería entrar al mundo del narcotráfico y ser alguien poderoso en ese medio. Ahora comprendía un poco más todo lo que le ocurría. Esto me causó desconfianza y decidí alejarme pues no quería saber nada de problemas con la ley.

Pero llegó el día que en realidad Manuel llegó a necesitar un copiloto. Tenía que llevar un avión bimotor que estaba en mantenimiento desde el aeropuerto de Guaymaral hasta Medellín y lo que yo no sospechaba es que él no tenía experiencia en este avión ni tampoco en la ruta a seguir.

Me dijo que me necesitaba para este vuelo por mis conocimientos en navegación y al principio no solo no le creí sino que desconfiaba que se tratara de un vuelo con droga a bordo. Me llevó al hangar y pude constatar que simplemente era un vuelo de regreso a su base sin ninguna carga a bordo.

Acepté y me puse de nuevo mi uniforme. Estaba feliz porque por fin se hacía mi sueño realidad de poder volar de copiloto en un avión más avanzado a lo que estaba acostumbrado a volar.
Llenamos el plan de vuelo con la torre de control y sacamos del hangar un hermoso avión bimotor Seneca II de la marca Piper.

Tenía instrumentos más avanzados y estuvimos unos minutos repasando con Manuel como usarlos. Yo tenía en mi mente que él ya tenía experiencia en este avión y así procedí a mis labores completamente tranquilo y disfrutando de cada instante.


Este es un hermoso Piper Seneca II en la rampa del Olaya Herrera en Medellín,
el mismo modelo y muy similar al avión de esta historia. Al igual que el
Piper monomotor en el que me inicié solo tiene al lado derecho una puerta.

Vista desde el lado del copiloto del panel de instrumentos del Piper Seneca.
 Se pueden ver los dos aceleradores negros y a su derecha los dos
 controles azules del paso de la hélice (¡que no sabía como se usaban!)
y los dos controles rojos de la mezcla de la gasolina.

Iniciamos los motores y nos dirigimos a la cabecera de la pista uno cero para iniciar nuestro despegue. Noté que a nuestra derecha estaba formándose una espesa nube negra de tormenta que poco a poco iba acercándose y dejaba caer ya sus primeras gruesas gotas anunciando fuerte lluvia.

Le pregunté: –Manuel, ¿el plan de vuelo era por instrumentos?– (para volar con baja visibilidad), me respondió que no. Y le dije que pronto no podríamos ver nada pues estaba viniéndose encima una espesa lluvia. Esto pareció apresurarlo a acelerar al máximo para el despegue. Llamé rápido a la torre para pedir autorización para el despegue antes de que se dieran cuenta de que ya estábamos acelerando.

Por un momento creí que no nos iban a autorizar por la lluvia, pero vino la calmada voz del controlador, –Viento en calma, autorizado a despegar– Fuimos tomando velocidad pero me di cuenta que a medida que avanzábamos se hacia más oscura la pista por la lluvia y Manuel empezaba a desviarse a la derecha. Le dije, –Manuel se esta desviando a la derecha…cuidado!–,

Al ver que ya íbamos a tocar el borde, instintivamente presioné el pedal contrario para corregir a la izquierda, pero Manuel en vez de corregir reaccionó sorpresivamente halando la cabrilla lo que hizo que despegáramos prematuramente activando el chillido de la alarma de pérdida y enseguida gritó una frase que me heló la sangre. – ¡Nos vamos a matar!

...Continuará.

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