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miércoles, 28 de abril de 2010

MI ENCUENTRO CON EL VUELO LIBRE


Estaba en mis quince años (1976) cuando tuve otra vez un encuentro con un ala delta.

Era una fría tarde nublada cuando Edgar me llamó por teléfono para que fuera a ver como aterrizaban los cometistas en el potrero al frente de su apartamento en Multicentro. Decidí llevar uno de nuestros aeromodelos para volarlo después de ver a los cometistas.

Era la época de CAF (Corporación de Aeromodelistas Felices) y estábamos volando ya el modelo “Guácharo” cuando todavía era un interesante híbrido de aeromodelo con motor y planeador. No le teníamos tren de aterrizaje para así poderlo aterrizar sin problema en el alto pasto de este potrero.

Nos deleitábamos extasiados observando como aterrizaban los hombres cometa y llenos de curiosidad nos acercábamos hasta poder tocar el ala delta y ver de que mágico material estaba compuesta para que pudiese lograr la maravilla de volar.

Aunque solo veíamos vela de dacrón y aluminio seguíamos buscando el origen del misterio.
Eperamos a que todos los cometistas aterrizaran para así volar nuestro modelo sin ofrecer peligro de choque con alguno de ellos ya que aunque no era muy grande podría causar graves heridas al piloto o daños a la cometa con el pequeño motor y su hélice.

Con el tanque lleno de gasolina y con la ayuda de una batería antigua de teléfono el pequeño motor tomó vida. Lancé con fuerza el Guácharo contra el viento y su limpia silueta se elevó sobre el horizonte. Una vez había tomado algo de altura, Edgar se alebrestó y me dijo, – ¿Porqué no le hace un vuelo invertido? Le mete full down y lo continua hasta que quede invertido… ¡Hágale Carlos que usted puede! – Me contagió con la idea de esta arriesgada maniobra y empujé el control del radio al máximo hacia adelante. El modelo apuntó la nariz hacia tierra y por un momento creí que solo la tierra lo iba a detener y de pronto vi como su vientre apuntó hacia el cielo en posición invertida. ¡Lo había logrado!

 Pero mi alegría se invirtió pues no sabía como volver a su vuelo normal. No podía regresar la nariz hacia abajo pues ya no tenía altura. Como un relámpago me acordé que con un fuerte movimiento del timón de dirección y bajarle la nariz, podría lograrlo. Sin pensarlo realicé el movimiento en el control, el Guácharo giró rápidamente y como en un acto de magia estaba de nuevo en vuelo recto y nivelado. Edgar gritó, – ¡Lo logró! ¡Uaaaa!

Algo de pronto me distrajo. Al lado izquierdo de mi campo visual había un objeto volando. Era un cometista que venía aproximando. No quería acercarme a él!

Esta distracción hizo que el modelo se alejara hasta el límite del potrero. Me di cuenta de mi error y de inmediato empecé a virar para regresarlo. Edgar me dijo, – Los cables, Carlos, ¡Cuidado con los cables! – Mentalmente empecé a rogar para que no le pegara a uno de los postes o a un cable pero una de las alas pegó en un cable y se separó del avión como si alguien con una cuchilla la hubiese cercenado. El resto del avión se precipitó en barrena hasta estrellarse en medio de los rieles del ferrocarril que bordean el campo. Eché el consabido “madrazo” al sentir esa frustración al finalizar todo tan abruptamente en catástrofe.

Salimos corriendo para recoger los restos del Guácharo. Pero nos detuvimos para ver al tardío cometista aterrizar. Le dije a Edgar, – ¿Usted había visto esta cometa? –, Edgar respondió, –Es blanca con negro, no, nunca la había visto. – Después de recoger las partes del Guácharo, decidimos ir a curiosear al recién aterrizado cometista.

– ¡Ah! Ustedes son aeromodelistas. Yo también fui aeromodelista – nos dijo. Sentía que el inmenso témpano de hielo que nos separaba se rompía al acercarse a nuestro hobby sin burla. Nos explicó que esta cometa era de entrenamiento y que casi le coge la noche en este vuelo.

Nos vio tan inmersos con el tema del vuelo que de pronto dijo la frase que abrió un gran capítulo de mi vida. –Yo soy instructor y esta es la cometa de entrenamiento, si quiere le doy el curso por diez mil pesos (Equivalente a 1 millón de pesos en el 2018). –

Me pasó un frío por la espalda, no podía creer lo que me estaba diciendo. Apunté su teléfono en una caja de chicles que tenía en mi bolsillo.

Era Eduardo Vázquez mi instructor de vuelo en cometa con la famosa “Zebra”, la cometa en la que aprendí a volar y fue este momento cuando tuve mi encuentro definitivo… con el vuelo libre.


Asi veia yo a los cometistas volando desde las montañas al norte de Bogotá en los años 80.

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