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martes, 27 de abril de 2010

MI PRIMER CRUCERO SOLO


Volamos con mi instructor Gustavo Guerra hacia la costa del Caribe de Colombia (Junio del 86) y después de algunos aterrizajes en pueblos intermedios llegamos a Cartagena, una de las ciudades que conserva todavía el estilo colonial español.

Aproveché para hospedarme donde el primo Mauricio “Bola” que tenía su apartamento al frente de la playa. Aquella noche pude ver uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza que nunca había visto en mi vida. El mar estaba muy caliente y esto provocó la más bella e intensa tormenta eléctrica que mis ojos hayan disfrutado.

Al siguiente día me encontré con mi instructor y me indicó como sería el vuelo. Debía seguir la línea de la costa hacia el norte, sobrevolar Barranquilla y aterrizar en Santa Marta.

Inicié el vuelo y todo parecía muy fácil pues la costa siempre me daba una referencia continua. Recuerdo que las tormentas lejanas dejaban su eco eléctrico en el radio y el indicador ADF brincaba con cada rayo.

Me sobrecogía el gran paisaje del mar al lado izquierdo del avión confundiéndose con el inmenso firmamento.

Cuando llegué sobre Barranquilla, a unos seis mil pies de altura, me di cuenta que no había preparado bien el rumbo hacia Santa Marta. Abrí la carta de navegación y empecé a calcular el nuevo rumbo con sus frecuencias.

Sin darme cuenta y creyendo que estaba nivelado, el avión viró ligeramente hacia la izquierda. Dicen que en la aviación hay eternos momentos de paz con algunos eternos segundos de horror. Cuando volví mi vista al frente se me congeló el corazón seguido de todo mi cuerpo. ¡No había horizonte!

Todo alrededor mío era de un blanco escalofriante. Había entrado en un efecto óptico al que no estaba preparado. El horizonte del océano se me había confundido con el cielo y por un momento creí que estaba apuntando ¡Directamente hacia arriba!Y lo que seguiría sería una pérdida de sustentación y caida en barrena! Apreté mis manos en la cabrilla e instintivamente bajé la nariz del avión y para mi alivio apareció rápidamente la línea de la costa normalizando los latidos de mi corazón. En realidad el avión nunca se desniveló y fui yo quien vio lo que no existía.
Que susto Dios mio!

Llegué a Santa Marta y pude ver como adelante de mí aterrizaba un Boeing 727 de Avianca. Me sentía importante al estar utilizando la misma pista donde aterrizaban los grandes jets.
Había mar a ambos extremos de la pista y podía fantasear con estar aterrizando en un porta aviones.

Pero al estar ya cerca de la pista sentía cierto temor al ver el agua tan cerca.
Una vez de regreso a Cartagena sentía que ya no era el mismo piloto. Era como si me hubiesen abierto un portal a otra dimensión. Podía ya dominar yo solo los vuelos largos…sin ayuda…bueno... excepto la ayuda de mis angelitos!




Preciosa foto de la aproximación a Santa Marta. La ciudad se divisa al fondo a la derecha.

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