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viernes, 9 de abril de 2010

LAS FIESTAS DEL HACHA (3a parte)


Continuación...

Apenas hice el cambio de manos a las barras laterales y tomar mi posición erguida para aterrizar noté que el terreno, ¡Estaba en subida! Enseguida aumenté aún más la velocidad y empecé a volar a ras de piso en subida, empujé fuerte la barra y para mi alivio coloqué mis dos pies muy suave sobre la fresca hierba.

 Alcé mis brazos y solté un grito de triunfo. Miré a mí alrededor y no veía a nadie. Solo me rodeaban grandes arbustos y una cerca de piedra de un rancho cercano. Supongo que pronto vendrá el taxi a recogerme.

De repente como en un cuento de hadas empezaron a salir niños de todos lados, más y más niños. Todos corrían hacia mí. Era esa competencia instintiva en el alma de los niños al que primero llegara a la cometa y la tocara.

Así que pasé un buen rato usando mi experiencia de profesor de primaria para evitar que dañaran la cometa. Les inventé el juego en el que se colgaban de la cinta simulando que volaban y así los puse en fila.

Vi a otro grupo de niños reunidos un poco más abajo y estaban lanzándole piedras a algún animal. Me causó curiosidad y me acerqué. Era una pequeña serpiente y le estaba lloviendo una metralla de piedras. Les pregunté, – ¿Pero chicos, porque quieren matarla? – Me miraron con cara de que se suponía que es lo normal matarla.

Pero mi instinto de protección hacia el animalito se me saltó. – Chicos, es una pequeña serpiente y no es venenosa, déjenla ir. – Se fueron alejando poco a poco al ver que este extraño hombre cometa en vez de alentarlos a matarla ¡La estaba protegiendo!

 Una vez volví a la cometa para seguir esperando a mi gente uno de los niños líder del grupo siguió lanzándole piedras y se le estaban uniendo los otros. Salí corriendo hacia ellos y les dije, – ¡Paren, paren! ¡No la maten! Ya les dije que no es venenosa. ¿Por que quieren hacerle daño? – El niño me respondió, – ¡Es una culebra y hay que matarla! –

Pensé que tenía toda la razón y era yo quien me estaba entrometiendo en sus costumbres. Vi a la serpiente con la boca abierta buscando defenderse y vi que las piedras no la habían herido debido a la espesa hierba. No aguanté verla así y la cogí con mi mano y una rama de un arbusto. Me sentía extraño al sentir su suave y fría piel.

Nunca se me hubiese pasado por la cabeza que después de un vuelo iba a salvar a una pequeña serpiente de morir! Todavía hoy trato de descifrar el extraño mensaje que el cosmos me enviaba ese día. La llevé al fondo de unos arbustos y la escondí de los niños.

Llegó mi equipo de “rescate”, subimos la cometa al carro y nos dirigimos a la plaza central para unirnos a la celebración.
Al llegar a la plaza estaban todos divirtiéndose con el Indio Rómulo que era un gran personaje cómico del folclor Colombiano.

Me invitaron a subir a la tribuna y de pronto el presentador me anunció y me pidió que pasara al frente para dar unas palabras al público. Me sentí como cuando niño al hacer una presentación delante de todo el colegio.

Pasé al frente y volví a sentir a esa fanaticada con quien me comunique cuando estaba sobre ellos. Tomé el micrófono y empecé con un fuerte saludo, – Hola mi gente de Pensilvania, ¿Les gustó el vuelo sobre la plaza? – Escuché solo gritos porque cada uno decía algo diferente.

Les hablé brevemente de lo hermoso que el pueblo se veía desde arriba y que estaba ya enamorado de estas bellas tierras y de su gente. Y finalicé de nuevo con un, – ¡Vivan las fiestas del hacha! – Y un – ¡Viva Colombia! – Y una vez más me respondieron, – ¡Que vivaaa! –

Enseguida me llamaron atrás del escenario porque el alcalde me quería ver. Me felicitó y me pagó lo prometido. Me dio las gracias por haber aceptado tan difícil proyecto. Me quedé un momento pensativo pues en un par de días de show aéreo en una cometa sin motor... ¡Gané más que en todo un mes volando en un gran turbohélice lleno de pasajeros! Así es la vida.!

Al siguiente día nos organizamos temprano pues debía hacer el segundo vuelo y después partir de regreso.Me acordé de la chica que quería aprender a volar. No la había visto la noche anterior entre tanta gente. Sentía como si ella era la única persona que en realidad había compartido conmigo ese sentimiento de vuelo. Como si solo ella sabía lo que yo sentía al estar allá arriba.

Pensé en invitarla a subir la montaña con nosotros. Me contacté con la organizadora y me dijo que le iba a hablar para que se uniera al grupo. Le dejé una nota con mi teléfono como lo hace un recién enamorado. Me rasqué la cabeza diciéndome, – Hey Carlos, ¡No tan aprisa que usted está casado! –

Subimos la montaña y afortunadamente el viento estaba enfrentado y fue más rápido el despegue. Aproveché para llegar lo más alto sobre la plaza posible. Esta vez no saludé con mi garganta sino con mis alas y maniobré para hacer un par de virajes semi acrobáticos. Al nivelarme pude ver que todavía tenía altura y se me ocurrió volar hasta el lado sur del pueblo donde había una pequeña plaza de toros.

Cuando llegué sobre esta plaza me di cuenta que estaban en pleno show de caballos de paso como parte de las fiestas. Pensé en no hacer nada especial sino solo pasar por un lado para no asustar a los animales. Inicié el viraje y saludé agitando mi brazo fuertemente. Para mi sorpresa empecé a ver cientos de destellos que salían de la tribuna y luego caí en cuenta que eran los flash de sus cámaras tomando fotos al hombre cometa.

Cuando volví a buscar el potrero de aterrizaje me asusté pues estaba más bajo de la cuenta para llegar. ¡Me distraje mucho en la plaza de toros! Me acosté lo más que pude, puse un brazo atrás de mi para reducir el rozamiento aerodinámico, hale la barra de control al punto de máximo planeo como comprando unos metros más de vuelo para no caer en los árboles.

Afortunadamente la cometa respondió y llegué directo al potrero no sin que me quedara mi pierna derecha temblando por el susto. Eso si de nuevo como hormiguitas aparecieron los niños a tocar la cometa y a hacer cola para que yo los montara en el vuelo imaginario sobre el pueblo. Creo que esto fue lo más divertido de todo el paseo. Fueron los niños el verdadero regalo que me dio Pensilvania en cada aterrizaje.

Llegamos a la plaza principal a despedirme de los organizadores y a pagarles su parte a quienes nos ayudaron a subir el equipo. Por fin apareció Olga Inés la chica que soñaba con volar. Le dije que hiciera lo posible por ir a Bogotá y que me llamara para que habláramos y compartiéramos nuestras experiencias con el vuelo.

Ella se mostró muy alegre de haberse contactado con nosotros y parecía que su timidez inicial desaparecía cuando le hablábamos de nuestro club de vuelo. Me acerqué a ella y se me escapó un piropo, – Que cabello tan brillante, te voy a llamar “Ricitos de oro” como en el cuento de niños. –
Ella se sonrió y luego con el beso de despedida pude sentir en su mejilla su suave piel. Con esto quedé más nervioso aún porque me había gustado ahora toda ella, en alma y cuerpo! Estaba emocionado pero decidí mantener ese amor platónico en secreto.

Tomamos nuestro camino de regreso y a mitad de camino me bajé para tomar un bus a la ciudad de Manizales, la capital de Caldas, donde al día siguiente debía presentarme para volar como copiloto en la empresa ACES.

Durante el camino solo pensaba en “Ricitos de oro”, en los niños y en la fabulosa aventura que había vivido.

Mantuvimos contacto por teléfono pero ella hablaba más con mi esposa que conmigo sobre las actividades del club de vuelo. Mi secreto seguía escondido.

Fue un año después cuando me divorcié de Cony y decidí emigrar del todo a Los Ángeles cuando hicimos contacto de nuevo. Con cartas y llamadas encendimos la llama del amor a partir del sentimiento mutuo sobre la poesía del vuelo. Dos años después decidí ir a Pensilvania a verla. Nos reencontramos, nos abrazamos, nos tomamos de la mano y con un beso comenzamos una bella historia de amor.

Dedicada a ti Olga Inés, mi “Ricitos de oro” y a todos los niños de Pensilvania.


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