Powered By Blogger

lunes, 5 de abril de 2010

FLOTANDO EN PARAPENTE (2a parte)


Continuación...

Dos pilotos nos ayudaron sosteniendo nuestras correas para estabilizarnos. – Carlos ¡Corra, corra! – Me gritó Edgar y con un agresivo impulso corrí hacia el valle. Pensé que no teníamos suficiente velocidad para despegar y que íbamos a caer en los arbustos pero para mi asombro quedaron mis pies colgando y nos elevamos venciendo la gravedad.

Edgar dejó una correa suelta y despegué en posición vertical…
normal para mi… ¡Pero no para el piloto! Ya durante el vuelo
 ajustó el arnés para yo volar de forma sentada.


Que sensación tan extraña. Todo era lento. Al comparar con el vuelo en el ala delta esto no era volar sino flotar. Fue un despegue mágico!

Dimos varios virajes sobre el área de despegue remontándonos en las alturas alimentados por el viento ascendente. Aproveché varias veces para tomar algunas fotos que luego supe nunca salieron pues se había agotado la batería.

Me impresionaba no sentir el aire en mi cara en ráfagas sino como un viento suave. Exploramos varias partes de la ladera de estas montañas buscando ascendentes y logramos más altura aún. Pudimos volar sobre otros parapentes y esto me daba más perspectiva de altura. Me sentía en mitad de un documental tridimensional de aviación deportiva.

Algo emocionante era poder estar hablando con Edgar sobre el vuelo o algunas otras cosas mientras volábamos. Aproveché el momento en que pasábamos de una ladera a otra y al sentir la enorme altura con respecto al fondo del abismo extendí mis brazos y mis piernas simulando una posición de vuelo natural y sentí algo que nunca olvidaré… ¡La sensación de estar en una eterna y lenta caída libre! Algo parecido a volar y flotar al mismo tiempo. Creo que acababa de enamorarme aún más de este deporte.

Le dije a Edgar, – ¡Waooo, me siento volando de verdad! – Y Edgar me dijo, – Si, varias veces he sentido lo mismo. – Reflexionando en aquel momento pienso que muchas veces mientras volamos, en realidad no nos sentimos volando, pues tal vez no convocamos verdaderamente esa sensación. A veces estamos tan ocupados volando que ¡Nos olvidamos de sentir el vuelo!

De pronto Edgar me dice, – Prepárese Carlos que vamos a aterrizar en el sitio de despegue. – Siempre había querido hacer esto en cometa pero era muy difícil, ahora por fin lo podía hacer en el parapente. Esto nos daba la ventaja de poder despegar otra vez sin tener que subir la montaña de nuevo.

Hizo varias pasadas y cuando sintió que era el momento colapsó momentáneamente los dos extremos de la vela, lo que llaman ponerle "orejas" y esto disminuyó la sustentación para bajar. Me puse un poco nervioso pues obviamente no era yo quien estaba al mando. Entró en una aproximación lateral como un cangrejo y aterrizamos de rodillas en el área de despegue. Solté mi acostumbrado grito de triunfo pues me gocé cada milímetro del aterrizaje.

Más tarde nos alistamos para despegar otra vez aprovechando que había buen viento todavía. Le pedimos a un amigo de Edgar que nos tomara unas fotos pues no estaba seguro de haber logrado las mías. Menos mal o no habría tenido estas valiosas fotos como recuerdo de mi aventura.

Despegamos y empezamos a buscar mantenernos en la ascendente. Logramos subir un poco y volar sobre otro parapente. Me sorprendí de ver cerca de nosotros un cometista. Supe luego que era nuestro viejo amigo Benji de aquellas épocas. ¡Todavía estaba volando!

 Seguimos indagando en búsqueda de nuestro aliado viento ascendente para elevarnos más pero no encontrábamos casi. Después vimos que Benji estaba volando por debajo de nuestro nivel y eso nos asustó un poco pues significaba que las condiciones estaban bajando.

Por radio Edgar les preguntaba a los otros si sabían de un mejor lugar para encontrar mejor ascendente. Pero todos parecían tener el mismo problema. Para mi delicia rozamos la punta de varios pequeños pinos buscando mantenernos pero creo que para disgusto de Edgar.

Le propuse a Edgar que fuéramos un poco más al norte donde se veía una ladera más enfrentada al viento y Edgar accedió, pero parece que la idea no dio resultado y ya se estaba poniendo molesto conmigo.

Poco a poco perdíamos altura. Edgar hizo varias pasadas rozando con los pies las copas de varios árboles pero no conseguíamos nada. Decidió finalmente tomar rumbo hacia el valle y me dijo, –Madrigal, nos tocó ir a aterrizar al humilladero. – El humilladero era el sitio de aterrizaje de aquellos que se sentían "humillados" por no haber podido aterrizar arriba en el sitio de despegue. Me causó mucha gracia pero no lo fue así para Edgar. Creo que se sentía humillado, je,je,je.

Nos fuimos acercando poco a poco a la zona de aterrizaje pero de repente perdimos más altura de la calculada y nos dimos cuenta que íbamos a pasar muy cerca de unos cables eléctricos que bordeaban el potrero. Viendo el ángulo ambos acordamos que no alcanzábamos a pasar sobre los cables y que era mejor aterrizar antes. Rápidamente cambió de rumbo para empezar una base antes de tiempo y luego la final. Frenó con fuerza y logramos aterrizar de pie en el potrero anterior.

Estábamos bien pero en terreno "enemigo" pues enseguida salió un campesino a reclamar el valor de una multa establecida al haber aterrizado en su propiedad. Aunque Edgar le discutió un buen tiempo finalmente accedió a pagarla. Me sentía mal por Edgar pero logré calmarlo después de contagiarlo un poco con mi alegría al estar viviendo tremenda aventura y que habíamos salido airosos después de nuestra emergencia.

Nos dimos cuenta que no éramos los únicos "humillados" pues otro piloto tampoco pudo sostenerse, tuvo que aterrizar en otro potrero y también tuvo problemas con los campesinos.

Después de varias llamadas de "auxilio" logramos persuadir a otro piloto que bajara por nosotros y por el otro piloto también. Una vez arriba todos querían comentar sus versiones de su aventura por mantenerse. Llegó la noche y una vez más se abrió la botella de aguardiente para iniciar el ambiente de fiesta. Me sentía en medio de un hermoso sueño que había tenido unos quince años atrás y se hacía realidad aquel día.

De regreso a casa comentábamos y hasta discutíamos los detalles del día como lo hacíamos hace unos treinta años atrás cuando volábamos nuestros primeros aeromodelos.

Pienso que aquel día me acerqué una vez más a esa anhelada sensación de verdadero vuelo. Fueron dos vuelos, en vuelo doble, con doble aventura… flotando en parapente.


Con Edgar en una de las pasadas sobre el sitio de despegue.



Otro parapentista con el embalse de Tominé y el pueblo de Guatavita al fondo.

2 comentarios:

Lumediana dijo...

Marido: leyendo tu aventura me llama la atencion que aunque dices lo mismo, es diferente escucharla que leerla.
Felicitaciones!
Lumediana

Giovanni Escobar Torres dijo...

Madrigal que buenas historias