Después de un hermoso día de entrenamiento en Agosto de 1989 con mis alumnos de vuelo en cometa (Alas Delta), Mario, que estaba en sus primeros vuelos se acerca y me dice, – Carlos, me llamaron de Pensilvania Caldas para que vayas a hacerles un show aéreo sobre el pueblo, ellos te pagan los gastos y el show, ¿Que dices? – – ¿Show aéreo? – Dije, – No creo que pueda hacerlo pues no conozco ese lugar y necesito tener un buen sitio de despegue y de aterrizaje. –, – Me dicen que hay buenas montañas alrededor. – Respondió él, – Además me dicen que te mandan un taxi especial que te transportará desde Bogotá hasta el pueblo. – Nada sonaba más tentador... así que acepté.
Algo dentro de mí iniciaba el rito de esa pequeña angustia que se siente cuando una nueva aventura empieza a tomar forma. Todo parecía conducirme a encontrarme con el reto de llevar a cabo un sueño que otros habían realizado pero que para mi era absolutamente nuevo.
Pensilvania es un hermoso pueblo incrustado en las montañas del departamento de Caldas, al sur del "imperio paisa" en el corazón de Colombia.
Según escuché se originó después de la colonia cuando un pequeño grupo de inmigrantes alemanes que huían de Europa buscaron asentarse en este territorio. Después de adentrarse en la selva y no poder subir más la montaña decidieron establecerse allí. Sus primeros colonos bautizaron este pueblo con el nombre del estado de Pennsylvania, fundado por el Quaker Penn, en los Estados Unidos, donde principalmente inmigraron también alemanes escapando a las persecuciones religiosas en el siglo XVI. Se me hizo muy interesante el parecido al origen de ambos pueblos.
En Colombia estos inmigrantes talaban los bosques y siguiendo sus tradiciones, en las fiestas hacían competencias al que cortara más leños o el tronco más grande. De aquí provienen las fiestas del hacha.
Parece que fueron los indígenas de la región quienes evitaron mezclarse con este enclave europeo y no al revés y todavía se puede ver entre sus pobladores y campesinos esos antiguos rasgos de ojos claros y cabellos rubios que hace un fuerte contraste con el mestizo que inmigró después.
Logré coordinar con la compañía ACES, donde trabajaba como copiloto, para tener ese fin de semana libre y organicé todo el equipo para el viaje.
Decidí ir con Cony, quien fue mi primera esposa y con mi alumno Mario quien tenía los contactos y sería mi ayuda técnica en este proyecto.
Me acuerdo y me sonrío porque le pedí prestado un paracaídas de reserva insistentemente a un capitán de la empresa que también era piloto de alas delta, pero él, insistentemente, se negó a prestármelo. Tomé la decisión de ir sin paracaídas pero esto implicaba un vuelo corto para evitar riesgos.
El pueblo estaba a día y medio de camino de Bogotá y por lo mismo iniciamos nuestro viaje el jueves en la noche para dormir el viernes en la noche y tratar de hacer los vuelos el sábado y el domingo.
Mientras viajábamos conversábamos agradablemente con el chofer y su hijo.
Escuchaban una emisora en la radio y supimos que acababan de asesinar al candidato presidencial Luis Carlos Galán.
El ya había declarado una guerra encarnizada contra los narcotraficantes. Me sentí ofendido en lo más profundo y aunque me embargaba la tristeza por la situación de terror que vivía el país sentía que de alguna forma con mi viaje estaba aportando un granito de paz en contraste con aquellos que solo encontraban la solución a sus problemas agrediendo y asesinando a los demás.
Al día siguiente a medida que nos adentrábamos en los inmensos valles de la cordillera central todavía dormitaba en el taxi y me despertó ese aroma a vegetación de la zona cafetera de aquellas montañas. Sentía que estaba viajando al interior de otro país. Era otro mundo.
Llegamos al pueblo y nos alojamos en una hermosa casona colonial. Aquella tarde nos subimos a la "chiva" que es un bus de pueblo con banda musical y aguardiente para los pasajeros y dimos una vuelta al pueblo disfrutando de los inicios de las fiestas.
Cony en la Chiva con el uniforme del Club Icaros. |
Esa noche en el salón principal de la fiesta nos tenían una mesa reservada lo cual me hizo sentir como invitado especial. Todos me preguntaban si yo era el hombre cometa que iba a volar sobre el pueblo. A pesar de que me sentía como el gran artista del elenco el otro Carlos dentro de mi me decía, – Yo no se como va a hacer Charlie para mañana ¡Si ni siquiera sabe de donde va a despegar! – Y esto me mantenía nervioso. Pero sabía que la única forma de saberlo sería subir a la montaña y estudiar el vuelo.
Esa noche una de las organizadoras del evento me presentó a una hermosa joven que siempre había soñado con aprender a volar de alguna forma. Tenía sus cabellos de un rubio brillante y ojos color miel. Otra descendiente de los alemanes originales de estas tierras pensé.
Me causó mucha curiosidad que una mujer de pueblo como ella le gustara tanto el vuelo. Hablamos muy poco y acordamos vernos después del vuelo. Esa misma noche contraté un par de muchachos locales para que me ayudaran a subir el equipo y la cometa.
... Continuará.
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