sábado, 7 de agosto de 2010
NOCTURNO
Una tarde de luna llena logramos con Edgar Hazbón unirnos a Mauricio Tovar y Paul Andrade, dos expertos pilotos que habían decidido subir a la montaña donde volábamos sobre un centro comercial al norte de Bogotá llamado Unicentro que para esa época, en los años 80, tenía detrás un gran potrero donde podíamos aterrizar.
Le pedí prestada, a Gabriel Leal (el de la historia del rezo llanero), una cometa alemana súper ligera llamada “Highster” que él tenía, para intentar con ellos el vuelo de este sitio al que llamábamos "el vuelo de Unicentro".
Despues de una fuerte subida llegamos al sitio de despegue y armamos las cometas. Yo estaba nervioso con la nueva cometa pero Gabriel me dio una buena instrucción básica sobre el despegue, vuelo y aterrizaje con este nuevo aparato.
Gastamos mucho tiempo subiendo y preparándonos para el despegue y por lo mismo nos alcanzó la puesta del sol. Al mismo tiempo quedamos rodeados de nubes que nos impedían despegar. El efecto óptico de la nube hacía que las luces de la ciudad nos hicieran creer que todavía había luz del atardecer delante de nosotros.
Edgar bajó unos metros por la montaña y me dijo que la base de la nube estaba subiendo un poco - Carlos! O despega ya o se queda sin volar porque el techo sigue bajando!-
Yo ya estaba listo colgado de la cometa y decidí despegar primero en desacuerdo con los otros cometistas que me decían que esperara. Tomé una fuerte y larga carrera hasta que la Highster me levantó entre la niebla. Piqué al máximo para bajar y salir de la nube. Lo que siguió después fue uno de los momentos más espectaculares que he tenido.
De la tenue luz de la niebla que parecía ser del atardecer apareció debajo mío un millón de luces de la ciudad rodeadas por la oscuridad completa de la noche. Me quedé sin aliento ante tan impresionante y bella sorpresa…fue como un brusco cambio de dimensión!
Enseguida me situé y empecé a volar hacia la zona de aterrizaje. Por coincidencia pude avistar la casa de Gabriel y empecé a volar encima.
Pude ver a una chica subiéndose a un carro, vi personas conversando y me sentía espiando en su privacidad pues ni se imaginaban que estaba justo sobre ellos como un espíritu travieso nocturno.
Di otro viraje sobre la ciudad divisé un parque de basketball donde jugaban varios muchachos. Les grité fuerte… – ¡Oigan… me dejan jugar?! – Uno de ellos empezó a mirar a todos lados buscando de donde provenía la voz.
Viré otra vez y cuando volví a estar sobre ellos vi como uno de ellos me señalaba con su mano y les mostraba a sus amigos al nocturno cometista. Fue muy divertido.
Pensé que por falta de luna llena no iba a ver el potrero, pero las luces de la ciudad alumbraban la base de la nube y estas a su vez me regalaban una tenue luz que me dejaba ver bien la zona de aterrizaje. Hice mi aproximación y afortunadamente tuve un buen aterrizaje.
Comenzó a llover y pensé que los otros dos cometistas, Mauricio Tovar y Paul Andrade no se iban a animar a despegar, pero para mi sorpresa, escuché el silbido de sus cometas atravezando el cielo nocturno sobre mí como si fueran dos extra terrestres. Aterrizaron un poco fuerte pero estaban contentos de haberlo logrado. Decían… – ¡Ahhh nooo, no nos íbamos a quedar con las ganas!! – .
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