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lunes, 15 de marzo de 2010

EL DÍA QUE ME ATACÓ UN HALCÓN

Era un hermoso día a mediados de los setenta. Este día pude lograr que toda mi familia me acompañara a compartir mi primer gran amor con la aviación deportiva, el aeromodelismo.

Había logrado aprender a volar estos pequeños aviones de balso y plástico gracias a la magia de la electrónica por medio de un control remoto. Me incliné poco a poco a volar los modelos sin motor, llamados planeadores, debido al reto que representaba el poder mantenerlos más tiempo en el aire.

Me fascinaba saber que era solo el viento el que sostenía al modelo en las alturas. Pero al lanzarlo con fuerza al inmenso valle sentía que yo me iba con él y que mi vida dependía de la habilidad de mi mente. Si me equivocaba podría estrellarme contra la ladera de la montaña o perderme para siempre en el fondo del valle.

La antena que salía del aparato de radio temblaba dejando ver el nerviosismo y la tensión que me atrapaban cuando sentía dificultad sosteniéndolo en el aire. Sin duda este tipo de vuelo ha sido en el que más miedo y angustia he experimentado y paradojicamente es en el único en que estoy con los pies en tierra firme.

Aquel día me sentía orgulloso pues mis padres y hermanos podían observar en vivo de lo que tanto les había hablado. Ensamblé las alas y las uní al fuselaje, hacía frío en aquella colina y se divisaba abajo una hermosa finca rodeada de inmensos potreros con algunas vacas y caballos. Se respiraba naturaleza por todos lados.

Me preocupaba que viniera un poco de niebla que era normal ver alrededor de estas altas montañas. Si la niebla se acercaba demasiado no podría volar mi modelo y de solo pensar que lo pudiese perder de vista se me helaba la sangre.

Todos me insistían para que iniciara el vuelo pero debía estar seguro. Pensé que todo estaba en orden y llegó el momento. Levanté sobre mi cabeza aquel imponente planeador con sus largas alas y con fuerza lo lancé hacia el frío paisaje.

Tomé enseguida el mando colocando mi pulgar sobre el control concentrándome en hacer los virajes con suavidad y precisión para así no salirme del área de sostenimiento que me ofrecía esta colina. Mi mente y mi cuerpo volaban también con el modelo como si mis brazos fueran sus alas. Mi estómago estaba tenso pero mi alma se acababa de liberar.

Poco a poco fui tomando altura y todos empezaron a felicitarme, – ¡Bravo Carlos lo logró elevar! – Estaba orgulloso y me invadía un sentimiento de júbilo al vencer el miedo del despegue debido también a que no era un experto y recién estaba logrando experiencia.

Como a los diez minutos de vuelo oigo a mis hermanos que me gritan, – ¡No se deje Carlos, no se deje vencer! –. No sabía a que se estaban refiriendo pues todo parecía marchar bien. Mis ojos estaban tan enfocados en la forma del planeador que no veía que arriba de el estaba volando a la misma velocidad un bellísimo halcón.

Me maravillé de la elegancia con que este animal podía volar cerca de mí. Su bella silueta era un tributo a la aerodinámica. Me sentía especial al estar volando tan cerca de esta ave. Pero de pronto la admiración se convirtió en espanto cuando vi que de su limpio vientre sacaba unas grandes garras y las apuntó directamente a la espalda del planeador.




Ahora sentía que estaba a punto de recibir una puñalada en mi espalda. Podía sentir el filo de cada uña de sus garras. Mi instinto me quitó el mando y enseguida hice una fuerte maniobra para evitar que me clavara sus garras. Al virar el halcón reaccionó y también maniobró para alejarse.

Me di cuenta que la fuerte maniobra me había quitado altura y me acercaba peligrosamente a las rocas. Para horror mío vi como el halcón de nuevo sacó sus garras, colocó sus alas en posición de ataque y entró en un clavado hacia mí. Para mi público esto se estaba poniendo muy divertido pues parecía un juego de batalla aérea.

Pero yo no estaba jugando, estaba luchando para no estrellarme contra la montaña y no dejarme agarrar por el halcón. Sentía que perdía el aire y el control. Me gritaban y me animaban para no dejarme vencer por el furioso halcón. Trataba de dominar mis nervios para no terminar "matándome" contra el duro planeta dejando una macabra escena de pedazos de balso y partes esparcidas sobre la ladera. – ¡Silencio por favor! – Les grité pues sentía que sus palabras me robaban concentración.

De nuevo se avalanchó sobre mi con más furia pero lo evadí con suavidad y firmeza para no perder altura. El viró también conmigo. Hice un viraje de tal forma que era yo ahora quien lo perseguía. Pero él, con una elegante maniobra, volvió a mi espalda. Busqué alejarme y noté que si volaba un poco más alejado del sitio del ataque inicial ya no volaba tan cerca de mí. Me mantuve volando en esa área y vi como poco a poco se alejaba.

Decidí aterrizarlo pronto para evitar una nueva confrontación y así no arriesgar más mi preciado planeador. Después de relajarme un poco y seguir compartiendo aquel hermoso día de campo con mi familia observé algo que cambió por completo mi perspectiva de lo que había sucedido.

Vi como el halcón se posaba en un árbol cercano, caminó por una rama y se inclinó sobre su nido para dar de comer a sus polluelos. No podía creerlo. Fui yo quien había amenazado a una madre halcón y a sus hijos. El depredador había sido yo y no ella. Me sentí como un intruso que con grandes alas y extraña apariencia había irrespetado el sagrado espacio de su hogar.

Ese día vi como la naturaleza se manifestó cuidando de si misma…igual que una madre cuidando a su hijo.

2 comentarios:

Lumediana dijo...

Que linda historia, hay mucha figura poetica en ella, muy fluida y muy rica de leer, me atrapo.

Carlos Flores dijo...

Excelente!