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viernes, 26 de marzo de 2010

¿DONDE ESTA MIGUEL?


Eran mis épocas de instructor de vuelo en cometa o ala delta en el año 1988.

Llegó por fin el día soñado para Miguel uno de mis alumnos. Hoy va a tratar de hacer un vuelo, en el ala delta de nuestro club, sostenido por las corrientes de aire ascendente en la montaña de la ciudad de Chía, donde solo los expertos vuelan, donde por mucho tiempo él veía a los famosos volar, donde podrá romper la barrera del tiempo y en vez de volar siete minutos podrá volar una hora o dos sin más motor que su propio peso.

Ir a esta montaña era casi pretencioso pues sabíamos que el que despegaba de allá sabía muy bien lo que estaba haciendo y el que no, mejor que fuera solo a observar o le esperaba un aparatoso accidente con bastante posibilidad de romperse algo más que la nariz.


Entrega de Insignias y graduación de Miguel.
A la izquierda Cony, mi primera esposa y
 a la derecha yo dándole unas palabras de
motivación y felicitaciones por su logro.

Aunque ya se había graduado del Neusa, en su primer gran vuelo, ahora se atrevía a pisar terreno profesional. Como un jugador de fútbol entrando por primera vez al gran estadio, como un ciclista entrando a la montaña donde solo los mejores del mundo pedalean.

Miguelito fue uno de mis alumnos más motivados y con su perseverancia logró no solo dominar el arte del deporte del vuelo en cometa sino también de enseñarlo más adelante. Sabía que estaba listo y que conocía muy bien la teoría pero aún así sabía también que la primera vez siempre trae la desventaja de la inexperiencia.

No dejé que los pensamientos negativos me dominaran y puse total confianza en mi alumno.
Mientras preparábamos el equipo y hacíamos una lista de chequeo para no olvidar nada pude ver su mirada dejando escapar una expresión diferente a la de otros días, era un sentimiento de alegría mezclado con nerviosismo que mantenía escondido.

Puso especial atención en revisar los dos radios para mantener la vital comunicación conmigo para guiarlo durante su gran primer vuelo en Chía. Nos sentamos unos minutos para repasar la teoría y nos prepararnos mentalmente para cualquier situación de emergencia.

Para este entonces Ximena, su actual esposa con quien ahora tiene dos hermosos niños, era su novia. Al principio, cuando Miguel estaba iniciando sus clases, ella actuaba un poco ajena esperando pacientemente en la sala mientras subíamos el equipo y las cometas sobre la camioneta. Pienso que actuaba así para no ponerse más nerviosa de lo que ya estaba.

Pero ahora parecía otra, no solo se había convertido en la tesorera del club sino que también dirigía todo el proceso como toda una líder. Ese día iba el hermano de Miguel "Kike" y creo que otros dos amigos. Miguel se subió a la camioneta y gritó, – ¡Vaaaamonos! – Era ahora él quien comandaba el grupo y así nos apresuramos a saltar a la parte trasera de la camioneta y salimos rumbo a la aventura.

Aunque anteriormente Miguel había venido a esta montaña varias veces a observarme volar, esta vez lo veía subiendo con más fuerza y le pedía que me esperara. Parecía que tenía prisa por cumplir con su cita aérea.

Llegamos rendidos a la cima pero él no se detuvo a descansar sino que continuó a buen ritmo armando la cometa y a alistar su equipo. Ahora era yo el que venía a quedarme en tierra a verlo volar. Me sentía extraño y emocionado también.

El viento este día estaba invertido y recibíamos el agradable y húmedo viento del valle de Tenjo. El despegue tendría que ser hacia el otro lado, diferente a lo que él había visto, pero la teoría seguía siendo igual.

La idea era la misma, atrapar el viento y mantenerse flotando sobre la montaña…y sería por primera vez. Aunque siempre en esta etapa lo inundaba de instrucciones esta vez me relajé y dejé que él tomara la iniciativa en el proceso de llevar la cometa al sitio indicado donde el viento inflara la vela de forma segura.

Se colocó su arnés, sus guantes, su casco y se dirigió a su aparato volador. Me sentía orgulloso de saber que yo era su instructor. Ya no era un simple alumno, era ya un hombre–cometa.

Lo asistí con los cables delanteros para que el viento no lo elevara prematuramente. Prendió su radio, yo el mío, lo probamos y con el dominio de un experto empezó a darme las ordenes requeridas para ajustar el ángulo de ataque de la nariz de la cometa.

 Enseguida y de forma tranquila me dijo, – Listo Carlos, ya me puede soltar...

...Continuará.

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