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lunes, 1 de marzo de 2010

EL VUELO DE HONDA

Llegó por fin el día en que me unía a una gran aventura con un grupo de pilotos de cometa (Alas Delta) avanzados.

Mirando mi bitácora de vuelo, donde hay tantos recuerdos, muestra que aquel día era Julio 2 de 1982. Llevaba ya un par de años en mí adorado deporte del vuelo en delta-plano o cometa y volaba más o menos una vez al mes mientras conseguía quien me llevara a volar.

Me invitaron a uno de los vuelos más interesantes y excitantes que se conocían en esa época. El sitio de despegue sería en las laderas de las altas montañas que rodean el inmenso valle del río Magdalena cerca de la ciudad de Honda al oeste de Bogotá.

Con buenas condiciones de viento y térmicas provenientes del cálido y húmedo valle se podían hacer vuelos de bastante duración y recorrido. El sitio de aterrizaje estaba bastante retirado en la zona plana cerca al río y por lo tanto exigía que el piloto supiera aprovechar las condiciones y además tuviese una cometa con un buen rendimiento de planeo.

Para estos días ya le había comprado la cometa Olympus a Jorge Gallego y ya había hecho varios vuelos con ella de sitios altos. Era una cometa con largas alas que la hacían un planeador de buen rendimiento. Pero nunca había hecho un vuelo de un sitio tan alto como este.

Edgar Hazbón estaba aprendiendo a volar conmigo y consiguió que los pilotos avanzados me invitaran. Eran Jorge Cano, Mauricio Saad y Mauricio Castro.

Desde el día anterior saber que íbamos a volar al famoso sitio de Honda hizo que me invadiera una emoción constante. Se mezclaban sentimientos de miedo, deseo intenso de aventura e incertidumbre por la cantidad de variables que tenía que tener en cuenta.

Llegaron a mi casa rompiendo el silencio de la fría madrugada de Bogotá. Yo como buen “gomoso” ya estaba listo desde las seis de la mañana afuera en mi puerta mirando el amanecer, sintiendo el viento y tratando de pronosticar el tiempo para ese día.

– ¡ Qiu’bo pelao! ¿Ya tiene su cometa y su equipo listo? … ¡Súbalo pues que nos vamos pronto para que nos rinda el viaje!– Me grita Jorge Cano que como de costumbre siempre armaba alboroto a donde llegaba. Mauricio Saad un poco más callado me dice, – Oiga Madrigal… ¿Usted si sabe volar como para ir a Honda?...Ese vuelo es jodido! – Yo tímidamente les decía que creía que ya estaba listo para un vuelo así.

Terminamos de subir mi cometa, recogimos a Mauricio Castro y salimos rumbo a Honda. Por el camino podía percibir un ambiente un poco más serio y tenso entre los pilotos. No era ese ambiente relajado y alegre que disfrutaba tanto con el grupo de alumnos de mi grupo de aprendizaje. Estaba en un medio más seco y eso lo hacia un poco aburrido.

Después de una hora de camino paramos en un pequeño restaurante campestre a desayunar y me gustó que empezamos a romper el hielo con bromas y burlas que se hacían entre ellos. Salimos otra vez rumbo a nuestra aventura.
Empezamos a subir de nuevo las montañas y casi una hora después llegamos a la cumbre del lado oriental de la cordillera del valle del Magdalena llamado el alto de la Mona.

Antes de bajar al valle nos desviamos por una pequeña carretera destapada que nos llevó al sitio de despegue. Llegamos y dijeron, – ¡Bienvenidos al vuelo de Honda muchachos! – Me baje del campero y no podía creer lo que tenía delante de mí. Era el inmenso paisaje del valle del río Magdalena que podíamos divisar desde unos tres mil pies de altura.

Al fondo se veía el río y recibía un delicioso viento fresco que subía por la ladera. – ¡Esto esta espectacular! – Exclamé sin poder contener mi alegría al encontrarme con algo con lo que me había soñado hacía mucho tiempo…volar en el valle del Magdalena…llené mis pulmones de ese mágico aire que provenía del valle y dije, – ¡Fantástico! ¡Estoy que “me vuelo”! –

Bajamos las cometas y los otros pilotos empezaron a armarlas enseguida. Querían aprovechar las buenas condiciones que había. Yo esperé para así poder observar todo lo que hacían y escuchar lo que opinaban del vuelo. – ¡Bueno pelao!…El sitio de aterrizaje esta allá al fondo en esa planicie…si no alcanza a llegar, pues de malas, aterriza donde pueda y le va a tocar caminar un buen trecho hasta la carretera principal. – Me dijo Jorge en preparación para el vuelo.

Edgar y otro amigo que nos acompañaba iban a ser “el equipo de tierra” para bajar el campero y para recogernos en el sitio de aterrizaje. La idea de aterrizar en algún lugar desconocido, si no alcanzaba a llegar a la zona de aterrizaje, me empezaba a preocupar.

Edgar asistió el despegue de todos los pilotos ayudando a estabilizar la nariz de las cometas sujetándolas de los cables delanteros para evitar que el viento desnivelara las alas en el momento de despegue. Despegaron todos mostrando la habilidad y la elegancia de los expertos tomando altura rápidamente por las buenas condiciones.

Al ver que todo indicaba un día maravilloso de vuelo no esperé más y después de armar mi cometa y revisarla hice mi prueba del arnés. Edgar me ayudó sosteniendo la nariz de la cometa, me colgué y tomé la posición de vuelo probando así que mi arnés estaba bien sujetado a la cometa y no iba a salir corriendo al precipicio sin ella.

Edgar me dice, – Bueno Madrigal que goce este vuelo por mi hasta que yo pueda volar de aquí y me eche también mi vuelazo. – Luego le dije, – Ok Edgar, nos vemos abajo, creo que ya estoy nivelado…
...Continuará.


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