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lunes, 22 de marzo de 2010

TOCANDO A LAS PUERTAS DEL AIRE

CAPITULO II
ESCUELA AEROCENTRO

                TOCANDO A LAS PUERTAS DEL AIRE


Estaba en mis 22 años, por el año 1983, cuando fui por fin a las oficinas de la escuela de vuelo Aerocentro, que se encontraban en la ciudad de Bogotá, para averiguar sobre el proceso para matricularme como estudiante de piloto de helicóptero. Parecía que era el vuelo de helicóptero el que me podría abrir las puertas de la aviación.

Pero al llegar y entrevistarme con el director, don Carlos Nivia, para sorpresa mía me informó que el helicóptero de instrucción se había accidentado y que por ahora solo me podía ofrecer iniciarme en aviones convencionales de entrenamiento. Me emocioné aún más pues mi sueño real estaba con los aviones más que con los helicópteros.

Cuando empecé mi primera clase sentía como si hubiese viajado a través del tiempo o a otro país. No podía creerlo! En ves de estar presenciando aburridas clases, como en la universidad, solo escuchaba temas sobre aviones y aeronáutica. Estaba por fin en mi mundo.

La diferencia pronto se empezó a notar cuando empezaba a sacar las mejores calificaciones del curso.
Veía que los estudiantes de cursos más avanzados estaban todos “rapados” o completamente peluqueados. Supe entonces que al hacer su primer vuelo solo, o sea sin instructor, los compañeros los recibían en tierra con tremenda fiesta que incluía la rapada con tijeras, una tanda de patadas con manotazos y el famoso baño de aceite usado de avión.

La diversión era máxima y recuerdo que nos reíamos hasta quedarnos sin aire viendo al pobre nuevo piloto correr como loco por todas partes sin ropa, bañado en aceite y rapado como un loquito. Luego que se bañaba y se vestía íbamos a la fiesta que ya tenía preparada con bastante comida, música y cerveza.

Después de un par de meses de estudio teórico llegó por fin el día de mi primera clase de vuelo. Afortunadamente el instructor me llevó directamente a volar pensando que yo ya tenía algo de experiencia previa. Fue un día inolvidable.

Recuerdo que un día en una clase hice una pregunta que el instructor no entendió y uno de mis compañeros me bautizó “el loco Lucas” y así nace mi primer apodo de “capitán Lucas”.
Creo que a partir de estas clases empezó una nueva fase de diversión y de compartir con aquellos que también amaban la aviación.

Claro que pronto descubrí que no todos eran tan afiebrados y simplemente estaban ahí para cumplir con los deseos de sus padres o por buscar rápidamente el espejismo del dinero fácil con el narcotráfico.

Por las mañanas teníamos que llegar de madrugada para lograr el turno más conveniente del siguiente día y los que no teníamos carro debíamos tomar un bus intermunicipal que nos dejara en la entrada a la carretera que nos llevaba al aeropuerto Guaymaral.

De ahí echábamos “dedo” o pedíamos transporte a otros pilotos o personal que nos quisiera llevar hasta el aeropuerto. Ahí descubrí como algunos pilotos rápidamente se enriquecían con los “narco vuelos” al verlos de pronto pasar en carros o motos lujosas.

Y asi dia a dia cumplía mi sueño de asistir a una escuela de vuelo.


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