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domingo, 21 de marzo de 2010

ECLIPSE DE LUNA


Aquella tarde de Julio 5 de 1982 sabíamos que la luna iba a estar iluminando la noche y la sed casi "vampiresca" de vuelo nocturno en cometa (Alas delta) se apoderaba de nosotros. Pero la sombra de la tierra iba a interrumpir su brillo por espacio de una hora y media aproximadamente antes de la media noche.

Edgar me llamó por teléfono para que nos reuniéramos donde Gabriel y así buscar la forma de poder ir a volar esa noche. La sola idea de volar bajo la luna llena me invadía de emoción. Todo olía a aventura y en efecto se venía una.
Parecía que la suerte se esfumaba pues no conseguíamos a nadie con carro por ningún lado. Decidimos cancelar los planes y así dejar ir esta oportunidad.

De pronto un amigo de Gabriel le pregunta si sabía de un buen sitio para tomar fotografías profesionales al eclipse lunar de esa noche. Se nos alumbraron los ojos a todos y Gabriel le dice: – ¡Nosotros le tenemos el sitio ideal! …Es arriba en una montaña que conocemos muy bien… ¡Es perfecta para las fotos por su visibilidad! –.

El amigo se asombró y llamó a su grupo de aficionados de los astros para organizar el viaje, pero Gabriel añade: – Solo le pedimos un favor y es de que nos dejen llevar unas cometas en el carro de ustedes. – El creyó que se trataban de cometas haladas por cuerda y nos dice, – ¿Van a volar cometa por la noche? – Obviamente cuando nos vio sacando las cometas del garaje la sorpresa de nuestro amigo fue doble. – ¿Ustedes vuelan en cometa humana?

– Por fin aceptaron llevarnos e iniciamos camino hacia la legendaria montaña de Chía, el pueblo que significa luna en el lenguaje Chibcha. Era un gracioso revoltijo de equipos de fotografía y de vuelo.
Llegamos y después de media hora de fuerte subida empezamos a ensamblar nuestros aparatos voladores entre trípodes y cámaras especiales para registrar el evento nocturno. La emoción de saber que se acercaba el vuelo me hacía sentir una presión en el estómago.

No había viento y esto creaba un ambiente de nerviosismo pues significaba que el piloto que no corriera lo suficiente lo esperaba un aparatoso accidente monte abajo.

Gabriel decidió salir primero. Se preparó y empezó a correr. Desde sus primeros pasos sabía que algo andaba mal. La nariz de su cometa iba muy alta y así no podría despegar. Alcanzó a elevarse unos centímetros y enseguida se desplomó sobre la vegetación dando una vuelta completa. Afortunadamente las únicas heridas graves las sufrió su ego.

El rescate de Gabriel nos tomó un buen tiempo y nos acercamos a un momento peligroso. La luz de la luna empezaba a disminuir pues se iniciaba la primera fase de la eclipse.

Hubo un momento de caos pues los cometistas querían despegar y los astrónomos buscaban su mejor posición para las fotos.

Me atreví a ser el siguiente en despegar pues desde que estaba en la escuela de entrenamiento me dediqué a aprender el delicado arte del despegue sin viento, o como decimos, con cero viento.
Nivelé mis alas, caminé en reverso hasta el límite del área de despegue. Me concentré, bajé la nariz de la cometa, me lancé en una enérgica carrera, me dejé caer, recogí mis pies y rozando algunos matorrales logré mi velocidad y ¡A volar!

Me sobrecogió la dicha de por fin estar volando sobre un paisaje azul parecido al de los dibujos animados de los cuentos de hadas y dragones. Pero en este nocturno la luna nos dejó sin luz muy pronto y me era difícil distinguir los detalles en el paisaje.

 Al no haber viento para sostenerme decidí ir directo hacia el área de aterrizaje. Me fascinaba sentir el aire tan calmado. Era como deslizarse en un medio perfecto. El viento cantaba en un solo tono y creaba un efecto hipnótico y sumado con el cansancio de estar volando ya a la media noche sentía que me adormecía.

Pero la realidad me despertó súbitamente al darme cuenta que no veía casi nada delante mío. Poco a poco logré ver la silueta de la zona de aterrizaje y los árboles que la delimitaban. Inicié mi aproximación e incrementé la velocidad al llegar al viraje final. Podía ver muy poco ya que la luna estaba casi completamente eclipsada.

De pronto un escalofrío me invade todo el cuerpo. Delante mío y a solo unos metros para aterrizar aparecieron varias sombras…– ¡Vacas! –. Solo tenía unos segundos para reaccionar. No podía ya virar y sabia lo duro que sería estrellarme con una de ellas. Instintivamente grité con todo mi aire, – ¡Quiteeenseeee!! –.


El grupo de espantadas señoras se dividió rápidamente en dos, pero una de ellas se quedó en la mitad confundida mirando de lado a lado. Yo apreté los dientes y me dije, – ¡Nos dimos! – En el último momento y arrojando tierra se lanzó a un lado y nos cruzamos por centímetros. Empujé la barra y aterricé sin problema corriendo un poco.

Exhalé fuerte en alivio al ver que me había salvado de tremendo estrellón con mi amiga semoviente. El silencio me rodeó al igual que el cansancio. Decidí descolgarme y recostarme sobre la fría hierba, debajo de la cometa y dormir un poco.

Buscaba en la oscuridad a mis otros amigos pilotos y con una linterna trataba de indicarles el camino al sitio de aterrizaje pero no me veían, de pronto empecé a sentir un fuerte sonido como si todo se estuviese desgarrando. Brinqué del piso y asusté a las curiosas vacas que habían hecho un círculo alrededor mío. Me di cuenta que me había empezado a dormir y estaba soñando. Aquel extraño ruido provenía de sus lenguas lamiendo la vela de la cometa y esto me puso a reírme un rato.

Caminé al lado del ala para poder ver la luna. Que sorpresa. Estaba completamente roja. Parecía un durazno flotando en el cielo nocturno reflejando el atardecer terrestre. Eran las tres de la madrugada y enseguida aterrizaron mis amigos que habían decidido posponer al máximo el despegue en espera de algo de viento.

Cansados y dormitando regresamos entre trípodes, arneses y cámaras a nuestros hogares llevando un hermoso recuerdo de aquella noche y su…Eclipse de luna.


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