Continuación...
De forma tranquila me dijo, – Listo Carlos, ya me puede soltar –, salté a un lado y pude observar como de un solo paso se remontó rápidamente sobre nosotros como si estuviese montado en un gran ascensor alado. Enseguida tomé el radio y le dije, – Vire ya a su izquierda –, – Perfecto…ahora a su derecha. –
Poco a poco lo iba guiando dentro la zona ascendente y tomaba más y más altura. – ¡Esta haciendo soaring! – (flotando), le gritaba. – ¡Lo esta haciendo perfecto! ¡Se esta manteniendo! ¡UUUJAAA! –
Y aunque no podía hablarme por el radio, pues no tenía micrófono, alcanzábamos a escuchar que gritaba, – ¡Que verraqueeeera! – Una expresión Colombiana de gran logro.
Ximena brincaba como una niña pequeña de la felicidad. Miguelito iba y venía de un lado al otro sobre la ladera de la montaña y yo sabia que ya no tenía mucho que indicarle pues ya el había descubierto el truco para mantenerse en la zona ascendente.
Recogimos el equipo restante y en cuestión de veinte minutos ya estábamos cerca de la base de la montaña subiéndonos en la camioneta. De vez en cuando le hablaba por el radio recordándole las bases para que no se confiara en exceso y entrara en zonas peligrosas.
Nos dirigimos al área de aterrizaje y nos distrajimos comentando sobre lo contentos que nos sentíamos de ver al Miguelito volar así de alto y por tanto tiempo.
A mitad de camino viré mi cabeza para buscar la pequeña mariposa sobre la montaña pero no vi nada. Fruncí el seño y escudriñe toda la montaña buscándolo otra vez pensando que tal vez se había alejado hacia un lado… Nada. Me corrió un frío por la espalda y pregunté, – ¿Donde esta Miguel?–.
Llamé por el radio, –Miguel, donde está que no lo veo… si puede respóndame–. Pensé enseguida en la dolorosa realidad de que tal vez había perdido el control y se había estrellado contra la montaña, pero pensé que era muy probable que estuviera bien porque el sabia de memoria como aterrizar de emergencia.
Esperé unos segundos y lo llamé de nuevo. Ximena asustada me quitó el radio y con voz angustiada dijo, –Miguel, mi amor, donde estás, responde por favor–.
Le hice una señal a Kike para que se detuviera. – Kike, salga para que nos ayude a buscar a Miguel que no lo vemos. – Pensé que después de caer pudiese soltar el radio del tubo donde estaba atado para contestarnos oprimiendo el botón.
El silencio era aterrador. – ¿Donde carajos esta? – Nos decíamos. – Creo que es mejor que nos devolvamos ya a buscarlo – dijo Kike, – Vamos, vamos – presionó Ximena. El silencio entre nosotros contrastaba fuerte con la alegría de unos minutos atrás.
Mientras que regresábamos me invadía cada vez el miedo de que hubiese caído detrás de la montaña donde lo esperaba un feroz rotor y fuerte turbulencia pues el viento después de subir pasa al otro lado en una desordenada y peligrosa caída.
Llegamos de nuevo a la base de la montaña y no había ni rastros de él. Era como si se lo hubiese tragado el cielo. Nos bajamos del carro y empezamos a gritar fuerte, – ¡Migueeeeeel! Solo nos quedaba irlo a buscar al otro lado. Mientras bajábamos con rumbo al valle de Chía, unos gritábamos buscándolo mientras otro lo llamaba por el radio.A mitad de camino viré mi cabeza para buscar la pequeña mariposa sobre la montaña pero no vi nada. Fruncí el seño y escudriñe toda la montaña buscándolo otra vez pensando que tal vez se había alejado hacia un lado… Nada. Me corrió un frío por la espalda y pregunté, – ¿Donde esta Miguel?–.
Llamé por el radio, –Miguel, donde está que no lo veo… si puede respóndame–. Pensé enseguida en la dolorosa realidad de que tal vez había perdido el control y se había estrellado contra la montaña, pero pensé que era muy probable que estuviera bien porque el sabia de memoria como aterrizar de emergencia.
Esperé unos segundos y lo llamé de nuevo. Ximena asustada me quitó el radio y con voz angustiada dijo, –Miguel, mi amor, donde estás, responde por favor–.
Le hice una señal a Kike para que se detuviera. – Kike, salga para que nos ayude a buscar a Miguel que no lo vemos. – Pensé que después de caer pudiese soltar el radio del tubo donde estaba atado para contestarnos oprimiendo el botón.
El silencio era aterrador. – ¿Donde carajos esta? – Nos decíamos. – Creo que es mejor que nos devolvamos ya a buscarlo – dijo Kike, – Vamos, vamos – presionó Ximena. El silencio entre nosotros contrastaba fuerte con la alegría de unos minutos atrás.
Mientras que regresábamos me invadía cada vez el miedo de que hubiese caído detrás de la montaña donde lo esperaba un feroz rotor y fuerte turbulencia pues el viento después de subir pasa al otro lado en una desordenada y peligrosa caída.
De pronto se escuchó su voz en el radio, – ¡Ya aterricé, estoy bien! – …Nos miramos todos con cara de alivio y le preguntamos, – Aterrizó… ¿Pero donde? –, – Estoy en el potrero donde siempre se aterriza hacia el lado de Chía. – respondió. – ¡Que alivio! – dije.
Avanzamos a toda velocidad como suponiendo que pudiese estar todavía en problemas o tal vez herido. Cuando llegamos al potrero vimos la cometa en perfectas condiciones y Miguel al lado saludándonos como si nada. Simplemente no podíamos creerlo.
La primera pregunta que llegó a mi mente era, como carajos hizo para volar a este lado de la montaña ¡Sin perder el control!
Nos bajamos de la camioneta y Ximenita salió corriendo a abrazarlo, – ¡No sabes el susto que me has dado mi amor! – Sin esperar que le habláramos nos dijo, – No Carlos, lo que pasó es que hice mal un viraje y de pronto me pasé mucho al otro lado. Decidí continuar y sabiendo que me iba a encontrar con el rotor piqué la cometa lo más que pude, bajé bastante rápido e hice la aproximación de emergencia que usted me enseñó a este potrero y todo me salió perfecto pues aterricé en mis dos pies muy suave.–
Quedé con la boca abierta tratando de digerir semejante historia. Me quedé mirándolo y le dije, – Mis respetos Miguel usted es un verraco (marrano valiente en Colombiano) ni los avanzados han podido hacer algo así. – Lo abracé y lo felicité por su vuelo.
Regresamos y nos detuvimos en el pueblo de Chía para tomarnos un delicioso chocolate caliente con pan y queso. Miguel no paraba de describirnos el paisaje, los virajes, el sonido del viento y todo lo que vivió allá arriba continuando con su aproximación de emergencia.
Era simplemente otro Miguel, que se había ido a otro mundo y había vuelto de el. Estaba simplemente feliz.
Esta historia se la dedico a ese amigo tan especial a quien recuerdo con mucho cariño y no olvido el día que nos pegó tremendo susto… ¡Donde está Miguel!
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